Cuando una puerta se cierra, dice el refrán, otra se abre. Y yo digo que solo es un refrán, porque cuando algo se cierra, un portazo recibimos en la cara. Y además nos deja una fuerte marca.
Esta semana he recibido una carta oficial u oficiosa de Julio Rojo, hijo, en nombre y representación de la Librería Ojanguren, y eso me arruga. Primero, porque me acuerdo de su padre, que en paz descanse. Y, después, de sus empleados que tantos años estuvieron sirviéndonos en la librería Ojanguren con cariño y prontitud.
Esta semana también leo en LA NUEVA ESPAÑA que cierra Muebles Vallejo: otro portazo. Aunque, probablemente, por diferentes motivos que la librería. Y es que mi Oviedo es así y añoro todo lo que se va al traste.
Hace tiempo que no voy a mi ciudad y echo de menos el callejear por ella como acostumbraba, mirando a derecha e izquierda lo que se cerraba o se abría de nuevo.
Otra vez hoy, me siento de nuevo desde la meseta madrileña quizá a lloriquear por lo que no volveré a ver. Y, repito una vez más, en lo que pienso es en mi Oviedo, y en si algún día tendré la oportunidad de volver por mi tierra y cruzar el Puerto Pajares, aunque me sorprenda su niebla, el orbayu y todos esos grandes prados verdes de diferentes tonos.
Siento lo que escribo, porque me llega hasta el fondo no solo de mi corazón, sino incluso de mi alma carbayona.