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La mar de Oviedo

Burros

Vecinos de la calle de Altamirano me cuentan que, con frecuencia, en pleno sueño, los despierta el golpe de una botella que entra por la ventana. Hay noctívagos que, de portal en portal, pretenden sacarle jugo al aburrimiento y se desquician cuando al amanecer no se hace la luz en sus embotados planes. Así, otros ciudadanos incapaces de dormir, aunque paguen el IBI y les caiga el botellón en la cabeza, huyen muchos fines de semana a las aldeas, acogidos por parientes misericordiosos y casas rurales. ¿Cómo frenar este éxodo? Malamente. Hace tiempo, un comerciante llevó al energúmeno de su hijo a Sócrates para que lo enseñara a no arrojar vasijas contra el Partenón; pero el ateniense, inusual en él, puso tal precio a sus servicios que el comerciante exclamó: "Por ese importe prefiero comprar un buen asno". Y le respondió el filósofo: "Hágalo, y así tendrá dos burros en casa".

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