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Doña Lola

Una semblanza sentimental de la dueña de La Más Barata

Llegaba el verano, las vacaciones y haciendo buen tiempo, salíamos de casa, de la calle Asturias, íbamos por Independencia hasta que entrábamos en La Pasarela, es decir, Viaducto Marquina. Pasábamos por encima de la estación del Norte y llegábamos a lo que siempre llamamos Prau San Pedro. Allí había abundante superficie para correr, jugar y hasta coger grillos. Después, había un plano muy inclinado con obras que ya se estaban haciendo, con una vagoneta que llevaba mercancía de obra, tirada por un cable metálico que arrastraba a la parte superior del referido prado.

Haciendo buen tiempo subíamos a esa parte superior, donde a su izquierda había una charca con abundantes ranas y sapos que, en su día, había pertenecido a una finca con una gran casa y que, probablemente, parte de ella había sido expropiada, ya que el muro que cerraba dicha finca parecía de reciente construcción.

Más a la izquierda de dicha charca y un poco más arriba estaba la iglesia De San Pedro y, detrás, su cementerio divido en dos partes: la católica y el civil.

Gozando de ese buen tiempo y con los días más largos, algunas veces entrábamos en San Pedro, donde se rezaba el Rosario y después decía misa don Agustín, ecónomo de aquella Parroquia y profesional del Obispado.

Aquel Rosario y misa siempre asistía doña Lola, viuda y propietaria del conocido establecimiento de Oviedo La Más Barata, situado en la calle Cimadevilla y haciendo esquina con la Calleja de los Huevos, que vivía en la mencionada gran casa detrás del paredón recientemente construido, como así lo recuerdo, a unos cincuenta metros de la iglesia y del cementerio. Doña Lola, antes de irse para su casa, siempre se acercaba a la portilla del cementerio, porque desde allí veía la sepultura de su marido. Algo le rezaba y llorando daba la vuelta para recorrer aquella corta distancia para su casa. Yo tendría de aquella unos ocho años y me resultaba enternecedor.

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