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El cuello duro

Recuerdos de una "perrería" infantil al gato "Cuco", con el que siempre me llevé muy bien

Hace un par de semanas les conté cómo mi gato "Cuco" se asustaba de un diminuto ratón y, así, mi amigo Ovidio Junquera me ilustraba la escena que yo les contaba y que no hubo espacio en el periódico para insertarla. Hoy la vuelvo a enviar para que ustedes la reconozcan y de paso les amplio con otra historia del gato en cuestión, felino con el que yo siempre me llevé muy bien y, por supuesto, él conmigo. Les cuento.

Pienso que, como en otras casas, la costumbre de cada uno era el tener un servilletero para cada servilleta, que distinguíamos con un color. El mío era rojo y ancho. Y así de ancho que dio lugar a la perrería, aunque se tratase de un gato, de meterle a Cuco el servilletero por la cabeza y de esa forma el gato pasó a tener un cuello duro.

No se ahogaba el animal, pero sí notó incomodidad y, angustiado, maullaba. Y entonces decidí quitárselo, pero no pude, porque las orejas impedían el paso del servilletero. En resumen, a partir de ese momento la angustia fue doble, la del gato y la mía.

Coincidió que en mi casa estaba de visita un amigo de Bilbao, Pablo, y que también estaba mi hermano. Así que, viendo ambos lo que había organizado, mi hermano sujetaba el gato, que sin esfuerzo alguno se dejaba coger, mientras Pablo con una lima intentaba romper el servilletero. Yo, en una esquina, lloraba a la vez que decía : "ay, mi gatín que se me muere".

Cuando por fin Pablo logró romper el servilletero, éste se pudo abrir y salvar las orejas de "Cuco", viéndose aliviado del cuello duro y yo, ya contento, dejaba de llorar y acariciaba al gato alegremente.

No sé si tuve castigo, más que nada por quedarme sin el servilletero rojo y ancho, pero sí quedé escarmentado de mi experiencia gatuna.

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