Oviedo es una ciudad curiosa. El pregón de sus fiestas lo da un británico y lo que todo el mundo quiere hacer después es tomar un mojito en el Rincón Cubano. La llaman Vetusta que significa muy antiguo. Pero la música de los chiringuitos de la plaza Porlier mezcla a "Los Bravos" con el "Guantanamera". Un caldo de cultivo bañado en lluvia que ni en los locales más hipsters de Malasaña se atreven a soñar. Eso sí, ni rastro de sidra, ni de cachopos. Una eventualidad que descoloca a un salmantino como yo que aún entiende esta región por los tópicos.

Cuando Sid Lowe empieza a hablar, me sorprendo empatizando con sus palabras. No sólo porque los dos estamos muy lejos de hablar un bable fluido. Ni porque me haga olvidar las más que evidentes diferencias que nos separan. A él le ha costado 20 años subirse al balcón del Ayuntamiento y yo, que no llevo ni tres meses aquí, si estiro la mano, le rozo la americana. Encima, Lowe es un oviedista acérrimo, y yo celebré como un loco un gol a los carbayones de Pablo De Lucas (canterano del Sporting) en el Helmántico. Me sorprendo porque el británico habla de una ciudad que lleva muy dentro y que uno ya intuye. Cuando se refiere a la tenacidad de los ovetenses para salvar a su equipo, arranca a llover sin misericordia. Nadie se mueve. Todos aguantan. Debajo de los paraguas está el Oviedo del que habla Lowe. La curiosa ciudad que salvó a su club y que saborea San Mateo con un mojito.