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San Mateo 2017 La ciudad, en fiestas

Carnaza para el circo Crone

Los ovetenses que vendieron sus animales para alimentar a las fieras del espectáculo alemán

No cabe duda que el circo Crone dio una gran importancia y popularidad a aquellas fiestas de San Mateo del año 1929, y que dejó a Oviedo y sus alrededores sin burros, perros y gatos. Sí, porque Crone pagaba con largueza cuanta carnaza se le llevara para sus fieras, y así se dio el caso curioso de un conocido y popular paisano de Las Caldas, llamado Ramonzón, que vendió al circo una mula y un burro que tenía, y en vez de regresar a casa con las perras, se quedó en Oviedo pegándose la juerga padre. Cuando regresó a Las Caldas, la enfurecida parienta, escoba en mano, creo que le dijo "ahora vas dormir onde lo facían la mula y el burro, así que, ¡hala, pa la cuadra! Dicen que Ramonzón luego comentaba que le había merecido la pena "porque yo no quería morrer sin fumar un buen puru habano y probar el champán".

Otro caso parecido fue el de otro paisano de San Esteban de las Cruces, que vendió también al Crone la burra con la que su mujer bajaba todos los días a Oviedo a vender la leche. Se llamaba Maruja y era muy conocida. Pues bien, esta xunció al marido y le hizo bajar la leche a la capital, comentando zumbona que "lo facía como la mío difunta burra, pero faltai rebuznar y ganar la cebá...".

Si el circo Crone fue famoso entonces, en aquellas felices y recordadas fiestas, no lo fueron menos otros diversos espectáculos y barracas, toda una emoción y deleite de una niñez que era preámbulo de una adolescencia y juventud que serían destruidas por una guerra fratricida. Una guerra, y antes una revolución, que convirtieron esta querida ciudad en un montón de ruinas. Pero dejando el pasado para la historia, triste y doloroso pasado, obligado se nos hace decir y comentar que Oviedo, hoy, es una gran ciudad, hermosa, grandiosa, moderna y antigua, perfectamente conjuntado lo de ayer y lo de hoy, lo que hacen que la capital de esta querida Asturias de nuestros amores, sea bien vista por todos, caseros y extraños, y sin ánimo alguno de menospreciar a ninguna otra, es la mejor ciudad del mundo. ¡Toma del frasco Facundo!

Otro espectáculo famoso que no podemos olvidar era el Teatro Argentino, que traía unas actrices y bailarinas que traían de cabeza a solteros y casados, porque era unas tiorras buenas, insinuosas y provocativas, que lanzaban miradas y pestañazos que dejaban patitieso a uno. Las mujeres de aquella pudibunda sociedad tenían la guerra declarada al Teatro Argentino, porque sabían que sus maridos se la furtiaban para ir a sus impúdicas representaciones. Propietario y mandamás de este teatro era don Paquito, un pequeñajo personaje con muy mala condensanda, que traía a sus tiorras por la calle de la amargura. Ellas le temían, a pesar de que él apenas las llegaba al ombligo. Y al igual que hiciera Crone, el bederre de don Paquita se exhibía con ellas, en una carruaje, por las calles de Oviedo, ellas muy vaporosas y provocativas. Como consecuencia, llenazo también todos los días en el teatro Argentino. Algún escándalo creo que hubo, provocado por indignadas y pudibundas señoras, que irrumpieron en una función a tomatazo limpio.

Oviedo tenía otro pequeño personaje, muy popular él, que es historia de la ciudad. Se llamaba Cayetanín, y era un hombrecillo enamorado de su ciudad, y por eso gozaba del aprecio de todos. Era muy pinchu y vestía elegantemente, con sombrero y un bastoncillo a lo Chaplin. Creo que estaba empleado en la Diputación, y el complejo de su reducida estatura hacían que tuviera muy mal genio, hasta el extremo de que se liaba a bastonazos simplemente por pararse a mirarlo, como solíamos hacer nosotros, y algún bastonazo que nos tocó.

Creo que fue Pepe Faes, un coñón muy conocido en la ciudad, el que la lío con Cayetanín y don Paquito. Se las arregló de tal manera que les hizo coincidir en el mismo café y lugar del que era habitual cliente Cayetanín. Este, cuando se presentó ante el don Paquito, pegó un salto para atrás, midió con la vista su estatura, que era igual a la suya, y abandonó furioso el local arreando bastonazos a cuanto se le ponía por delante. Y no volvió a pisar más la calle en aquellas fiestas.

Unas fiestas que jamás olvidaremos, vividas con aquellos grandes amigos, los hermanos Manolo y Chus Arboleya, Luis Amor y Andresín Tresguerres, que hoy recuerdo aquí con sentimiento y cariño, porque los cuatro son ya luceros en la noche de la eternidad. Y también parte de esa historia de Oviedo y sus fiestas del prado que hemos venido recordando con nostalgia y sentimiento. Que estas fiestas de San Mateo de hoy sean para todos muy felices, y que sirvan para una mejor convivencia y solidaridad de todos los ovetenses. ¡Felices fiestas, amigos!

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