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Manolo "Gofer"

En la muerte de un amigo, un maestro y un poeta

Era Manolo un asturiano legítimo, de delicada sensibilidad, nacido con aura de artista. Primero con una imprenta en la calle Telesforo Cuevas, donde hacía publicaciones del máximo interés y al propio tiempo poseía el don de encuadernador mayúsculo con trabajos artesanales asombrosos; era una especie de poeta encerrado en un hombre, y su arte no es lo que representa sino lo que despierta en nosotros y en su alma humana hay latidos de bondad.

La muerte de un amigo, al que tanto admiré, deja un hueco irremplazable. Es como un amor perdido que abre un agujero que no puede ocupar nadie. Porque todos los amigos tienen un espacio propio en nuestros corazones. A mí me queda la categoría de persona, y aunque la noticia de su muerte por ese mal teutónico nos anunciaba ya su desaparición, la infausta noticia nos pilla de sorpresa. Fue yéndose poco a poco del mundo y sabíamos que el final no estaba muy lejos. Pero cuando el desenlace fatal se produce, nos rebelamos contra él: porque toda muerte es injusta y más todavía la del se que queremos. Y que tanto nos ayudó en la Formación Profesional, en el Centro de Rehabilitación de los lesionados medulares, allá por el año 1965, instruyendo al monitor Octavio de Castro Laviada.

Manolo es y será una referencia en su profesión de imprenta y encuadernación. Dejó muchas lecciones, que ahora recojen sus tres espléndidos hijos, sobre el empeño personal, la constancia y la capacidad de crear un equipo que será capaz de continuar la labor de su padre, inolvidable y admirado amigo.

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