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Con vistas al Naranco

El Auditorio, con seguridad precaria y sin Moneo

La génesis de la construcción y adjudicación del espacio para conciertos de la ciudad

Este pequeño mundo (...) unas veces me asfixia y otras me sostiene.

"Poesía completa", de Basilio Fernández (rescatado por Emiliano Fdez. Prado)

Hay asturianos, en esta lacerante hora del siniestro nacionalismo, que ignoran, y lo comprendo por mi personal insignificancia -"¡el olvido que seremos!"- que goberné como Alcalde en minoría, y que incluso hube de plegarme en más de una ocasión a la errática posición de PP y CDS, que luego accederían coaligados a la Alcaldía. Mi sometimiento al equilibrio municipal llegó al exceso en el caso del derribo del Vasco, que pretendieron los cuatro grupos políticos consistoriales hasta convertirse en mi mayor yerro, del que soy sin duda responsable por no afrontarlo como hubiera debido.

Otra de aquellas ocasiones de retroceso fue, v.g., cuando hubo malsano empeño en mantener la dañina entrada al Centro Asturiano por San Miguel de Lillo. De aquella libró al monumento la teatral súbita enfermedad del concejal Ismael Rey, que se "desmayó" antes de emitir la aberración del voto de su portavoz, lo que me permitió deshacer el empate utilizando el tradicional llamado "voto de calidad", que nadie cuestionó luego.

Con la contratación de Rafael Moneo para el Auditorio no hubo esa posibilidad.

Llevábamos años dando vueltas a ese importante equipamiento sociocultural. Pedro de Silva y Jorge Fernández Bustillo, consejero de Cultura, hijo de mi inolvidable Tito Trapa, me propusieron una salida maravillosa: Rafael Moneo, autor del Museo de Mérida y del Kursaal de San Sebastián.

Ya estaba yo encantado cuando una mañana de domingo, el promotor operístico neoyorquino Aquiles Tuero me dijo haber saludado a Moneo, entonces decano de Harvard, paseando por la ciudad. Rayando la emoción le pedí al sargento Silva, extraordinario profesional de la Policía Municipal, localizara al arquitecto. Al poco, un agente encontró a tres personas, Rafael y un matrimonio amigo suyo, que hacían fotos en la antigua calle Fernández Ladreda, donde el Matadero, que era emplazamiento inicialmente previsto para el Auditorio; el otro alternativo era la parcela vacía de Sedes, que hoy ocupan Consejerías y Juzgados.

Moneo se me reveló enseguida personalidad sencilla y genial, "el humanista" que veía en él Vicente Verdú. Sin más, me dijo que eran error los emplazamientos previstos y que, por su parte, optaría por el Instituto en la antigua finca Roel, en línea con el frente lejano del Campoamor y próximo de las copas de los árboles franciscos. Le respondí que no teníamos disponibilidad de la parcela y era importante la ocupación enseñante que cumplía desde antes de la guerra, a lo que casi de inmediato propuso el contiguo y ya cerrado depósito de El Fresno, desde donde preveía contemplar la aguja de la Catedral y aún la cercanía del Campo. Volvió otra mañana con una miniatura, "¡que no anteproyecto!" insistía, y, recuerdo, almorzamos, invitados por el Consejero, en el tristemente desaparecido Marchica.

En cuanto trascendieron esos contactos se armó la marimorena. La oposición mayoritaria municipal aseguró que no pasaba por estropear las supuestamente "históricas" arcadas del Fresno y que vetaría el encargo, lo que hizo, no sin antes renunciar Moneo con gesto elegante citando la versión de Gil Blas de Santullano, que habíamos encargado al inolvidable Tolivar Faes. (*)

La secuencia que siguió ya se conoce, un tal Beca, para mí desconocido, cuya maqueta, unida a ridículo acompañamiento musical, tuve ocasión de comentar luego con el gran Moneo, que la despreció, lo llevó a efecto con no pocas irregularidades técnicas advertidas. El Ayuntamiento admitió sorprendentemente el emplazamiento de Moneo y el encargo que, de acuerdo con Rafael, habíamos hecho para la sonoridad al despacho de García de Paredes, sobrino de Falla, lo que faltó luego con la preocupante acústica del Calatrava. El mismísimo José María Aznar, poco después presidente del Gobierno de España, influiría de forma oblicua, sin recomendación expresa, en alguno de los equipamientos del Auditorio.

De haber seguido con Moneo Oviedo hubiera tenido una obra, arquitectura de excelsa calidad, entre la que estaría un plan de seguridad sin precariedades a la altura de la marca de su autor. ¡Un Moneo en lugar de los posteriores fraudes y decepciones de Beca y Calatrava!

En el concierto inaugural de Ricardo Mutti, un ilustre ovetense me saludó lamentando el veto a Moneo, que vaticinaba desastre.

-¿Y qué quiere que le diga?, fue mi discreta respuesta gestual que no era equidistante.

(*) Editada por Pentalfa, es la traducción correcta de Gil Blas de Santillane de Lesage.

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