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Crítica / Música

Comienzo estelar

El inicio de la temporada en la Sociedad Filarmónica

Un concierto lleno de optimismo y vitalidad ha abierto la temporada de la Sociedad Filarmónica de Oviedo, de mano del joven y consumado chelista Gabriel Ureña y el experimentado pianista Patxi Aizpiri. De inteligente y reflexiva, podemos catalogar la elección de un programa cargado de dificultades técnicas y matices expresivos que pueden dejar en evidencia la solvencia de los más consolidados intérpretes. No fue el caso de lo escuchado el pasado miércoles en el escenario del Teatro Filarmónica. Cuatro obras sirvieron a Ureña y Aizpiri para mostrar magistralmente la evolución del lenguaje introspectivo de la sonata para chelo y piano.

La "Sonata nº 4 en Do mayor" de L. V. Beethoven fue compuesta en 1815, momento en el que la producción musical de Beethoven se concentraba en la música vocal y su vida personal pasaba por un momento de estabilidad emocional. Surge así un obra de gran carga afectiva que desde la primera nota transmite una ternura y una dulzura expuestas por igual por el chelo y el piano y que recuerdan en muchos pasajes a un lied encubierto. Queda en manos del instrumentista acercarse a esa desbordante y, en ocasiones, salvaje sensibilidad de Beethoven como acertadamente desarrollaron, en su interpretación, Ureña y Aizpiri.

Heredera de la influencia que Beethoven ejercerá sobre los compositores del Romanticismo, la "Sonata nº 2 en Fa mayor" de J. Brahms, representa la esencia del estilo del compositor hamburgués. El tratamiento de los dos instrumentos, indudablemente diferenciados, tiende no obstante a la búsqueda de una integración casi sinfónica. Desde el tema inicial del "Allegro vivace" desplegado con contundencia por el chelo sobre un trémolo del piano, hasta el rondó del "Allegro" final, chelista y pianista, consiguieron, en esta sonata, el equilibrio justo entre la exuberante dinámica que jalona toda la obra y el despliegue de tensión con el que Brahms trabajaba el material temático.

Compuesto originalmente para trompa y piano, el "Adagio y allegro en La bemol mayor" de R. Schumann fue una de las piezas más aplaudidas de la velada. El comienzo "Lento, con una expresión recogida" presentado por G. Ureña a modo de ensoñadora entonación determinó un versión cargada de emotividad y recogimiento en la que el piano de P. Aizpiri acentuó el carácter poético y meditativo de esta composición, sin que con ello se perdiera el aire casi heroico del "Allegro".

La "Sonata en Do mayor" de S. Prokofiev, terminada en 1949 bajo la atenta vigilancia de los parámetros estéticos del punitivo "realismo soviético", resulta una obra de gran naturalidad y alejada de todo experimentalismo, lo cual no impide que el compositor ruso lleve a los límites las cualidades idiomáticas del chelo a base del uso de cromatismos, una interválica agresiva o la rotundidad de las dobles cuerdas a lo que se suma un insistente trabajo de la dimensión percutiva del piano (no olvidemos que Prokofiev era pianista). Piano y chelo se unen en esta obra para formar un todo lleno de vigor, no carente de cierta rebeldía contra el normativismo establecido, en el que el Ureña y Aizpiri hicieron suya una versión que podemos llamar, sin duda, de referencia.

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