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El Otero

Plaza de todos, no para todo

Una aportación al debate sobre los usos de los principales espacios públicos de la ciudad

Para los antiguos griegos el ágora era su plaza pública por antonomasia. Era el lugar convocante de la vida pública. Su asamblea. Pues bien, si tuviéramos que elegir un lugar de Oviedo que reuniese en mayor o menor medida esa función, ¿por cuál nos decantaríamos? Mi elección sería, sin duda alguna, la plaza de la catedral. Está la del ayuntamiento, sí, pero si hay un lugar en Oviedo que por historia, por carbayonía y por derecho propio merece ser nuestra "ágora" es la plaza catedralicia. Un espacio hermoso. Aunque su aspecto no siempre fue así. Como recuerda el siempre imprescindible Tolivar Faes, la plaza que contemplamos hoy es el lugar que antaño era ocupado por la Huerta de Heredia y las plazuelas de la Balesquida y de la Catedral. El 29 de enero de 1925 se decidió cambiar el nombre de Plaza de la Catedral por el de Alfonso II el Casto. El proyecto de ampliación de esta plaza, tras un vivo debate, fue aprobado el 30 marzo de 1928 de acuerdo a planos del arquitecto Bustelo. Las casucas, añosas y un poco desvencijadas, pasaban a la historia para dar a luz a la plaza tal y como la conocemos hoy. Un espacio diáfano. Diría que orgulloso. Con el indiscutible protagonismo de la torre gótica como áurico telón de fondo.

Su visita es esencial para cualquier viajero. Su admiración, ineludible. Obligado el comentario de satisfacción. Doy fe.

Pero, a pesar de ese carácter casi sacro que posee, no siempre parece que la mimemos como bien merece.

Ese carácter innegable de espacio público también la convierte en escenario de espectáculos multitudinarios. Y no en pocas ocasiones.

Con el solsticio de verano encendemos la hoguera de San Xuan allí. La cita es hermosa, qué duda cabe. Pero preocupante es el comentario que oí en primera persona a un arquitecto buen conocedor de nuestra Sancta Ovetensis en el sentido de que no sería descabellado pensar que una volandera e inquieta pavesa se asentara en el maderamen del campanario, madera vetusta y reseca, ocasionando una tragedia que lamentaríamos de por vida.

En San Mateo los decibelios campan a sus anchas. Se reúnen miles de personas en una aglomeración temeraria por más que, por fin, en los últimos años se intente poner coto a un aforo limitado por razones obvias. ¿Perjudica las vibraciones al monumento? ¿Es la mejor ubicación para conciertos multitudinarios? ¿No sería mejor contar con otro espacio, como la plaza de toros, y más actualmente que ya no cuenta con la proximidad del HUCA? El pasado San Mateo, en una entrevista en LA NUEVA ESPAÑA, preguntaban a Jorge Ilegal su opinión, precisamente, sobre el escenario de la plaza de toros, a lo que el músico respondía: "Muy bueno. Buena acústica, suena muy bien y acceso fácil. Debería recuperarse para los conciertos". Pues es una opción.

Y llega Navidad. El año pasado la plaza de la catedral se vio engullida por una enorme pista de hielo. Nada tengo en contra de las pistas de hielo, al contrario, pero sí de ubicarla en la que, probablemente, sea la mejor plaza de Asturias. Este año la intención era la misma. De momento, el proceso de adjudicación ha quedado desierto. Pero hay un segundo intento por medio de una subasta; es decir, se otorgará, llegado el caso, la instalación a la propuesta que oferte un precio de entrada más asequible.

Supongo que en el argot periodístico, esta columna semanal se podría considerar un artículo de opinión. Puede ser. Yo gusto más de decir que es una ventana abierta al latir cotidiano de Oviedo. A su pasado. A su presente y, a veces, a su futuro.

Pero hoy me gustaría atribuirle ese perfil de "opinión", pero no sólo de la mía, sino también de la suya: ¿Usted qué cree? ¿Es la plaza de la catedral el mejor emplazamiento para hogueras, conciertos masivos o pistas de hielo? Opiniones habrá para todos los gustos y, por supuesto, todas respetables. Pero servidor, desde ese respeto a la divergencia de pareceres, prefiere en San Mateo o en Navidad admirar desde esa ágora tan Ovetense nuestra catedral, diáfana, esplendorosa, sin estorbos. Y tan guapa como la debía de ver Clarín, "resaltando en un cielo puro, rodeada de estrellas que parecían su aureola, doblándose en pliegues de luz y sombra, fantasma gigante que velaba por la ciudad pequeña y negruzca que dormía a sus pies".

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