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Vamos, Mar

Una fábula como homenaje a la bibliotecaria fallecida

-Sabía que pasarías por aquí, tú sí que no fallas.

-La verdad es que no, hoy tengo una jornada tranquila, contigo subirán dos jubilados y un perito industrial.

-Oye, y tu guadaña, y la capa con capucha, y...

-¡Paparruchas, querida! Qué difícil es convencer a los mortales, bueno es imposible, que no soy ningún adefesio, ni tan horrorosa como me pintan o tan innombrable como algunos injustamente (obviamente, no me conocen) me llaman. Aunque, tú, por tu profesión de bibliotecaria, sabes que otros más nobles y justos, como tu paisano Alejandro Casona, no me ve tan esperpéntica, al contrario, y el cangués ensalzó mi belleza bautizándome con el precioso nombre: La dama del Alba.

-Bueno, fea, no, ni mucho menos, eres bastante estilosa, pero un bellezón de anuncio de perfumes tampoco. Eso sí, distinta de como pensamos por ahí abajo.

-¿Y simpática?

-Ay, chica, no sé, te acabo de conocer. Y dime, ¿dónde vamos?

-A tu trabajo de siempre, a la Biblioteca del Empíreo Central.

-¡Qué ilusión, bonita! Pero, no veo libros.

-Yo sí. Mira a tu alrededor, mira bien.

-Ya miro, sólo veo nubes.

-Ésas, guapina, son los libros de tu nueva biblioteca.

-¿Las nubes?

-Aprenderás en un santiamén a leer en ellas. Sólo tienes que reparar en la forma, sus movimientos y en los grises. ¿Ves aquella gris oscura que se revuelve? Ahí tienes la obra completa de Poe. ¿Y aquella otra ampulosa, gloriosa, blanca como la nieve que se desliza por el suelo celestial de puntera como la Maya Plisetskaya en "La muerte del cisne"? Ni más ni menos que estamos ante "El Paraíso perdido de Milton". ¿Y la que...?

-No me digas, "La montaña mágica" de Thomas Mann. La forma picuda de la nube con tanto ángel apiñado no puede ser otra.

-¡Sobresaliente! El puesto es tuyo, vamos, Mar. Ya tienes un montón de almas esperando.

-Gracias, muerte. Hasta la próxima.

-Bueno, eso va a ser más difícil. Descansa aquí, en paz y en mitad de literatura infinita, toda tuya, Mar, toda.

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