La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El cura de todos

Despedida a José María Lorenzo, "Chema", comprometido párroco de Pumarín

Siempre sorprende la muerte, aunque se la espere. No es el caso del fallecimiento de José María Lorenzo, "Chema", el párroco de San José de Pumarín. Su enfermedad, inesperada y de rápido desenlace, apenas dio tiempo a sus feligreses y amigos para despedirse. "Ya ves, un día estás bien y al otro te dicen que tienes un cáncer de pulmón", me decía hace una semana.

Chema era uno de esos curas que predicaban dentro y fuera de las paredes del templo. Su sacerdocio, él solía decirlo, era vocacional. Hombre culto y reflexivo, cualidades que mezclaba magistralmente con la cercanía y campechanía propias de un quirosano de Rano, su fe se fue haciendo con el tiempo más eclesial y menos eclesiástica. Trabajó en el gobierno de la diócesis asturiana -fue vicario y arcipreste-, pero él creía firmemente en la evangelización a pie de calle, con los hombres y mujeres que se afanan cada día en hacer más habitable nuestro mundo. Y en la obligación de acercarse al pobre, al más necesitado; por eso admiraba tanto al Papa Francisco. Él mismo era maestro en combinar su trabajo pastoral con el de cura de un barrio que, como el de Pumarín, mezcla ovetenses de toda la vida con gentes procedentes de numerosos países y diferentes culturas. Realizaba con seriedad su trabajo en la parroquia, impulsaba la participación de los laicos en las tareas pastorales, pero también era frecuente verlo en los bares de la zona tomando un vino, una cerveza y, últimamente, un agua con amigos o amigas poco dados a frecuentar el templo. Su fe nunca fue excluyente, todo lo contrario. Era un hombre que creía en la fuerza del diálogo y nunca dejó de aplicarlo. Su Dios no era sólo de curas o de ritos, era de todos.

Preparaba a conciencia las homilías, no se conformaba con la "palabra del Señor". Le gustaba trasladar las lecturas del Evangelio a la realidad cotidiana y sabía despedir con emotividad y respeto a los muertos. Era un hombre cercano, pero también un cura serio que no rehuía el compromiso. Pumarín, su parroquia de los últimos veinte años, también echará de menos esa voz de tenor que convertía la cansina canción religiosa en una pieza musical. Era un habitual, siempre que sus obligaciones se lo permitían, de los conciertos del Auditorio. El cine, la fotografía, la montaña y el fútbol -era un declarado sportinguista- eran otras de sus aficiones.

Chema murió en la madrugada de la noche de Reyes, él que disfrutaba tanto organizando el campamento de verano de Barro para los niños y niñas de la parroquia. "Por el cinco de enero / cada enero ponía / mi calzado cabrero / a la ventana fría. / Y encontraban los días, que / derriban las puertas, mis / abarcas vacías, mis abarcas / desiertas", escribió Miguel Hernández.

Hoy toca decirle adiós o hasta pronto, según la fe de cada uno. En el examen del amor, como decía San Juan de la Cruz, Chema con toda probabilidad recibirá una altísima calificación. D. E. P.

Compartir el artículo

stats