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Presidente de la Fundación Aula de las Metáforas

Tren hacia Getafe

Desde ese descampado / tiran a veces piedras / que rompen los cristales...

Así empezaba un largo y apasionado poema titulado "Ciudad Sur", escrito hace más de mil siglos por un joven inmaduro que sin embargo se creía doctorado ya -grado de experto llaman ahora- en la facultad de coleccionar añicos, trozos de vida de todas las especies, habitante en cualquier caso, y por elección propia, eso sí, de todos los trenes y hacia todos los lugares del universo, y entiéndanse como tales, por supuesto, los destinos de todos y cada uno de los trenes de cercanías que salían por entonces de la estación de Atocha.

Y uno de ellos, queridos amigas, resultó ser Getafe, Getafe y para siempre a partir de aquel convoy a la caída de la tarde, a la caída de mi juventud también, donde escuché ese comentario pronunciado por quienes regresaban a casa para descansar después de su exhausta jornada laboral -las caras lo decían todo-, y no como yo para comenzar ese extraño oficio de los poetas que consiste en acechar latidos, abrir mucho los ojos, imaginar los sueños que habitan tras las ventanas de cada bloque de viviendas, y contagiar luego nuestro hielo prestado a aquellos inolvidables vasos de tubo que brillaban como hermosos neones en las madrugadas y garitos más impenitentes de los barrios del sur..., en fin, aquello que mi madre diría, -o decía, cuando se lo contaba- "pero hijo... ¿ a eso le llamáis trabajar?, o más clara y prosaica aún, "¿pero todo esto te deja algo útil, hijo mío?".

Mi madre tenía razón. Pero también los versos pronunciados sin ser conscientes de ello por la gente corriente, esos momentos inesperados donde anónima y muda la poesía no viene en los libros, aparece de pronto en cualquier parte... El primer verso lo dan los dioses, decían los clásicos, luego el poeta sigue,,,, yo he creído sin embargo siempre que el primer verso pronunciado o no, nos lo dan a menudo las personas que caminan, sufren, ríen, viajan o se despeñan simplemente a nuestro lado.

Porque ha pasado toda una vida desde entonces, y ya veis, desde ese descampado ahí fuera al que llamamos vida siguen cada día llegando piedras que rompen los cristales, la edad, el deterioro, el miedo, hijos, toses, charcos, muerte de los padres... piedras que rompen los cristales, pero a la vez -y asistimos a esta ceremonia para recordarlo- llegan también piedras preciosas, lluvia, abrigo, caricia, hermano, auténticas joyas que crecen en la mitad del erial y de las cuales tanto a vosotras, impulsoras del Centro José Hierro, como a nosotros desde el Aula de las Metáforas, nos ha tocado en el reparto de una de las más exigentes, y tal vez incurables: esas piedras, arrojadas también, que son el vuelo, la imaginación, el vértigo de la palabra poética, escogida, celebrada, sufrida, engastada, como las joyas de más valor: tan resistentes y a la vez tan frágiles. O dicho en dos palabras: un milagro.

El milagro de la poesía que insiste con más salud que nunca contra vientos, mareas y crónicos augurios de desaparición mientras crecen sus auditorios en todas partes; el milagro asimismo, si me lo permitís de esta historia de amor llamada Aula de las Metáforas, que tanto esfuerzo y energía nos ha consumido como alegría y orgullo nos ha dado desde hace quince años; y por fin el gran milagro de albergar y premiar hoy en este ala -vuelo de nuevo- de la Casa de Cultura de Grado, una de las labores en favor de la poesía y el hecho poético más cabales, tenaces y a la vez románticas de las que existen ahora mismo en España, y en el mundo me atrevería a decir, recordando una vez más que los trenes de cercanías son siempre el primer paso para llegar al universo, de la misma forma que los poetas jóvenes aprenden de repente un día que se sabe dónde comienza pero nunca dónde termina una metáfora.

Y acabo ya. A finales del siglo XIX, a caballo ya del XX, existió un personaje único en la historia de la literatura española llamado Silverio Lanza. Bohemio impenitente, escritor indomable, sus textos, sus cuentos, sus novelas, "Artuña", "El año triste"... Un poeta en el más amplio sentido de la palabra. Y un ser que un buen día, para sorpresa de todos, se despidió de sus tertulias y cafés de Madrid, y se instaló para siempre en una humilde casa de Getafe. "El raro de Getafe", de hecho, comenzaron a llamarle sus amigos Pío Baroja o Ramón del Valle Inclán, por ejemplo; auténticos farallones de la generación del 98 que no pudiendo soportar la pérdida del contertulio tan feraz como imprescindible, y sobre todo su fuente permanente de luz, genio y energía vital, comenzaron a peregrinar a Getafe para visitarle, sí, pero ante todo para seguir inspirándose. Y si no, que se lo pregunten a Ramón Gómez de la Serna, que volvía luego en el tranvía como niño con imágenes nuevas, y que sin duda alumbró muchas de sus famosas greguerías a partir de aquellos viajes de cercanías que le transportaban, vía Getafe, al universo.

En fin, viajaban a Getafe para nutrirse, y eso mismo haremos nosotros a partir de ahora, seguiros, los pasos, aprender y sumar desde vuestro ejemplo, compartir ilusiones y esfuerzos, y sobre todo celebrar que allá al sur muy al sur de esta hermosa tierra de amables y profundos ojos verdes que decimos valles, y abruptos tacones altos que llamamos montañas, existe un lugar llamado Fundación Centro de Poesía "José Hierro" y un ayuntamiento, el de Getafe, que creen en la utilidad de la palabra, que la ponen al alcance de todos, que sostienen día a día el pulso de este inmenso, desquiciado y suicida percance llamado poesía y que un día ganaron con todo merecimiento un frágil pero hermoso y obstinado premio llamado "Aula de las Metáforas".

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