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Con vistas al Naranco

De farol y farola

Cuando en Oviedo aún había fábrica de gas y fuentes que manaban luz

José Mota ha utilizado la farola como nexo de las intrincadas peripecias de sus últimos audaces relatos.

"La Farola" era periódico que en cualquier esquina de Madrid te encontrabas vendido por "homeless", sin techo, nigerianos o senegaleses. Las noticias no interesaban a los hipotéticos lectores, sólo eran reclamo para limosnas.

En Oviedo, Eloína Suárez, que fue Alcaldesa, contaba emotivamente cómo las niñas de su pandilla distraían al farolero para ganar minutos de oro antes de abandonar el paseo por los Álamos, Uría y Toreno. Esa transición del tiempo que reflejaba el encendido del farol era también interpretado por el niño, luego el mejor poeta español, Ángel González: "Por el último tramo de la cuesta de Toreno subía un hombre con una larga vara encendida que contagiaba su fuego azulado al gas de los faroles; su pasaje anunciaba, cuando aún era de día, la inminencia de la noche y yo sabía que debía volver a casa no porque había llegado la hora sino porque había llegado el farolero".

Delante del teatro Campoamor persistió hasta los amenes del siglo el último farol de gas; con tres yelmos y sus correspondientes brazos daba ese pálido azulado, nostalgia de nuestros predecesores ciudadanos. Era yo alcalde cuando la fábrica dejó de suministrar gas y pasó a reliquia. Imagino que apurábamos la utilización gaseosa gradual ante la errática incertidumbre de apagones, que la técnica, o la alquimia, ya habrá, o eso nos hace creer, conjurado. También hubo de suceder que la denostada filológicamente por Félix de Azúa y Rafael Sánchez Ferlosio palabra "peatonalizacion" del último bastión gasístico habrá sido oportunidad para borrarlo sobre plano con fervoroso ilusionismo ingenieril.

Gonzalo Torrente Ballester, que vivió en Oviedo sus primeros pasos de literato y ateneísta, me evocaba, ante las zanjas de la renovación de los cinco circuitos de agua que entonces acometíamos, la ciudad levantada también el año 27 para el tendido telefónico. La del agua fue obra ingente, imprescindible para reducir las cuantiosas pérdidas de la obsoleta red.

En el ensanche de esa edad de plata de las letras que fue 1927 estuvieron en lista, de alguna manera, el ovetense Fernando Vela, mano derecha de Ortega; el polifacético economista moscón Valentín Andrés Álvarez y el musicólogo Martínez Torner, nacido en Regla, que tanto interesaba a García Lorca. El gas-ciudad se daba desde la Fábrica de la calle de nombre sobrenatural, Paraíso, que provendría, Tolivar Faes dixit, de la fuente del Baptisterio. Se trata de un coqueto edificio extramuros, en el que pusieron sus manos de técnicos y artistas Sánchez del Río y Vaquero Palacios, que aún se conserva en buena forma, digo, línea, mientras se suceden los consistorios insistiendo en su futuro aprovechamiento cultural que apenas llega esporádicamente en noches despiertas, bautizadas como "blancas" a la manera enigmática del Volga.

Las casas del modernismo arquitectónico de cierto postín claveteaban en la puerta un letrerito metálico con la leyenda "Hay Gas" junto a la imagen consuetudinariamente manoseada de la confianza en el Sagrado Corazón; la plata besada, adjetivo que entusiasmaba a Borges.

En Oviedo durante medio siglo largo se produjo el prodigio de una fuente seca que en vez de agua se diseñó por la compañía hidroeléctrica para manar bocanadas de luz vespertina. Cuando no ha mucho se remodeló la plaza de Porlier, antes de la Fortaleza, y desapareció la singular fuente, el gran artista Carlos Sierra, que contemplaba el prodigio desde su estudio, no resistió el fraude del cambio a Williams B. Arrensberg, pintó su nostalgia y se fue luego a otra parte con el alma desgarrada.

En esta ciudad de mis dolores cóncavos e intermitentes convexas euforias, el protagonismo de la farola es tal que tampoco podía ser ajena a la corrupción generalizada, que por alejada no puede olvidar el lapso en que fue enfermedad crónica, digna de colocarse, por mucho que se haya escondido, en la tarjeta de visita edilicia de granujas y granujillas como antes fue la siesta de Clarín o de Dolores Medio.

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