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El techo de la casa sacerdotal

La situación que viven los curas cuando les llega la hora del retiro

Estos días de ejercicios en la casa sacerdotal, viendo a nuestros sacerdotes mayores, uno sale "tocado", con esa llaga que un día nos alcanzará a todos: la soledad. Hoy, mucho antes del retiro, los sacerdotes viven cotas muy altas de soledad y desagradecimiento. La gente les exige mucho más de lo que les ayuda. Se perciben fácilmente sus fallos, pero no se valora su entrega diaria y callada. La gente olvida que también tienen su corazoncito y precisan, como todo hijo de vecino, de la atención de los que les rodean.

Es cierto que muchos sacerdotes tienen un carácter abierto y sociable, y viven una vida compartidora e incluso apasionante porque se hacen querer, y en sus parroquias tienen una hermosa tarea. Ellos mismos te cuentan que agradecerían que se olvidaran un poco de sus personas y de su teléfono. Pero a los curas rurales, y también a los curas de los "gélidos" barrios elegantes, les falta ese lubricante que es la simpatía y el agradecimiento de la gente.

No se trata de hacer melodramas, pero sí de reconocer la gran labor que han hecho nuestros curas durante tantos años de servicio. Yo me acuso de que voy poco a la casa sacerdotal, la causa es el maldito tiempo, pero no tiene justificación.

Creo que una buena "conversión" para un cura, en cuaresma, sería una buena "conversación" con algún sacerdote jubilado, porque las dos vienen de la misma raíz, "vértere": derramar. Y es que no hay mejor medicina para un anciano, que derramar con él, la recíproca intimidad, ¡claro!, alrededor de un café, y bajo ese techo que es el respeto y el agradecimiento.

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