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Crítica / Teatro

Mentiras piadosas

Alejandro Casona, un autor que hay que seguir reivindicando, vuelve a llenar los teatros

Un Filarmónica abarrotado en su segunda función confirma el éxito y tirón del dramaturgo asturiano más universal, que forma parte de nuestro patrimonio literario junto a Clarín, Pérez de Ayala y Palacio Valdés. Atrás han quedado las críticas que le hacían Monleón, Doménech y Ángel Fernández-Santos, cuando al volver del exilio en los años 60 una burguesía adocenada y pacata hizo suyo este teatro idealista y sentimental para contraponerlo al otro más comprometido con la realidad social y política, el de Sastre y Buero y el de una nueva generación de autores en ciernes. Pero eran otros tiempos, claro, y hoy ya apenas se concede al teatro otro valor que el de un acto estético y poético de entretenimiento, y es en este sentido donde cabe reconocerle a Casona la maestría y originalidad de un creador con prestigio internacional.

Casona escribió "Los árboles mueren de pie" en 1949 en Buenos Aires, donde se fraguará su concepción pesimista y desengañada de la humanidad. La obra plantea el conflicto entre la realidad y la fantasía y la fuerza redentora de la ilusión como medio de evasión para alcanzar la felicidad. Una institución benéfica trata de sembrar la esperanza y hacer la vida más feliz y llevadera a los que sufren, creando ficciones por medio de una serie de estrambóticos empleados, a medio camino entre actores y psicólogos del teléfono de la esperanza. Una pareja de ancianos sufre la ausencia de un nieto déspota y maltratador al que criaron como hijo y que abandonó la casa años atrás. El abuelo, para consolar a la abuela, pide al director de la institución que se haga pasar por dicho nieto, que vuelve treinta años después casado y supuestamente convertido en un hombre de bien.

En la adaptación de Andrés Presumido, de dos horas de duración, hay algunos cambios respecto al original, se omite la relación sentimental que surge entre los protagonistas y se reducen algunas reflexiones metateatrales de interés para la trama, como el grado de implicación emocional del actor respecto al personaje, etc. Un primer acto muy jardieliano se desarrolla en la oficina de esta "ONG", por donde desfilan, con toques de humor surrealista, un cura, un marino noruego, un payaso y un cazador. El resto de la pieza transcurre en casa de los ancianos, dos actos y dos cuadros divididos por excesivas subidas y bajadas de telón que aunque vienen pautadas en el texto ralentizan la representación.

Destaca la interpretación de José Luis San Martín y Mª Antonia Goás como los abuelos, entrañables y llenos de humanidad. También Adrián Zamanillo confiere una gran dosis de verdad al falso hijo pródigo y Daniel Llaneza encarna con credibilidad al nieto chulesco y descarriado. Uno de los momentos mejor resueltos es el de la canción popular "El cuco" con Zamanillo al piano y los cuatro protagonistas cantando y bailando de forma muy cómica. Así como el final en el que la abuela, que aunque muerta por dentro permanece en pie, se fusiona con el árbol del jardín proyectado en la pantalla, metáfora de la tesis de la obra, que defiende que es preferible vivir engañados y procurarnos así un poco de felicidad, a enfrentarnos con la cruda realidad.

Viendo el éxito de público que sigue teniendo Alejandro Casona, se hace necesario reivindicar la recuperación de sus muchos textos y una mayor presencia en los escenarios asturianos, donde todavía tiene mucho que aportar.

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