Sostengo que la imaginación riñe con la memoria, que a una persona desmemoriada suele compensarla su capacidad para inventar; por el contrario, quien tiene una memoria de elefante es incapaz de hacer volar un árbol. Parece lógico. En mi bachillerato, el profesor de Dibujo en el Loyola, escolapio él, nos pidió que dibujásemos una silla de montar vanguardista; cada cual dibujamos la silla según nuestro parecer, tratamos de estilizar la vaga memoria de una silla del Far West, o del "Sirio", que cabalgaba en el Hípico de San Lázaro la Señorita Zendrera; estilizando ese paraboloide hiperbólico salimos adelante, excepto el hijo de un guarnicionero de Pontón de Vaqueros, que ayudaba a su padre en ese trabajo y sabía todo de caballos; fue el único incapaz de salirse de la silla tradicional. Entre los escritores, los memoriosos tiran por el ensayo, los imaginativos se pierden contando fantasías, que es mi caso.