Solemos creer que somos los únicos que tratamos a los otros, que compartimos momentos con ellos, que los conocemos, pero su desaparición nos pone frente a su multiplicidad?La ausencia nos pone en pie de igualdad. Nos desposee en idéntica medida.

El árbol de los Toraya. Philippe Claudel.

Hoy ha muerto nuestra querida Dalia. Sabemos que lo ha hecho en paz, rodeada de cariño, pero la tristeza es tan grande, la pena tan honda, que la tertulia La Pizarra, donde el orden de las intervenciones ya requiere doble moderación, tan bullanguera siempre, ha enmudecido. Pensar que la voz dulce y cantarina de Dalia no nos volverá a apaciguar, que sus reflexiones inteligentes no nos iluminarán después de miles de comentarios apasionados, que sus análisis calmados, siempre cargados de humildad no volverán a enriquecer nuestras reuniones, nos deja completamente desvalidas. Y no alivia saber que estará viajando al ritmo lento de la naturaleza, en el tronco de un árbol de los toraya hacia un cielo de libros, flores y risas. No alivia saber que su herencia de casta luchadora y fuerte la preparó para tanta batalla vital, no alivia ni un ápice la cantidad de recuerdos y anécdotas que nos regaló: solo ella consiguió que Enrique Vila-Matas manifestara algo que, en sus propias palabras, no había dicho nunca; solo ella consiguió que Muñoz Molina se quedara en silencio, como cogiendo aire antes de responder a su pregunta en el Café Gijón; solo ella consiguió emocionar a Bernardo Atxaga.

Su generosidad nos dejó para el recuerdo una velada inigualable con Philippe Claudel. Traduciendo durante horas, ya enferma, consiguió que todos disfrutáramos de un autor que tanto admiraba.

Querida Dalia , hoy ni siquiera nos consuela saber que ya te cuidan por siempre Emerenc y la nieta del señor Linh.