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La Bomba Del Fontán | Las Crónicas De Bradomín

Vuelo 605

Encuentros inesperados y situaciones chocantes en el Club Náutico

Andaba ya rondando la cuarentena de años; es decir, al principio de los noventa. Comenzaba a ser frecuente recibir convocatorias por parte de conocidos, la mayoría perdidos en el recuerdo; compañeros de colegio, de la mili, o sencillamente de correrías. El pretexto era vernos.

Siempre me tuve por un hábil escapista de todo lo relacionado con cualquier tipo de lisonjas o celebraciones. Hubo ocasiones que dejándome seducir por el lugar de celebración o bien atraído por la curiosidad, aceptaba acudir al lance. En todos los saraos a los que asistí, con independencia del motivo, llegué a la misma conclusión: la vanidad está siempre necesitada de reconocimiento, adulación, aplauso y no poca envidia.

El culmen llegó una tarde de verano. Un vino español ofrecido por una empresa consignataria de buques en el Real Club Náutico de Salinas. Allí me fui disfrazado de Gatsby.

A la llegada fuimos obsequiados con un perfume para las damas y un precioso bolígrafo para los caballeros. Dentro, amplia nómina de caras conocidas. Al poco de comenzar el evento, alguien alzó la voz para pedir un momento de silencio. Un hombre de edad, pelo blanco y embutido en un traje de alpaca azul, pronunció unas breves palabras de bienvenida y agradecimiento. Noté que una mano se posaba en mi hombro, al tiempo que me susurraba: "Cuánto tiempo hace de aquello": Crisanto Estébanez, compañero de pupitre en el colegio. "Calculo que más de veinte años" respondí. Le había bautizado como "vuelo 605" (recordando el programa musical de radio de mi querido y admirado Ángel Álvarez), debido a la afición que tenía por los aviones. Quiso ser piloto comercial y acabó en sobrecargo. Estaba acompañado de su mujer, Amaranta, una belleza chilena muy al estilo culebrón. Una generosa abertura lateral en su elegante vestido color naranja, dejaba ver un insinuante y bronceado pernil.

Crisanto es requerido por los asistentes."Mami, te dejo un instante en buenas manos". "Aúnque no te conocía en presencia, sabía de ti, por boca de Cris" ¿habló bien de mí? interpelé. "En general sí. Sólo... un tanto mujeriego y un poco vivant". "¿No dijo más?" incidí. "También, que habías defraudado grandes expectativas". "Veo que me aprecia" remaché. Supe que era hija única del propietario de la empresa consignataria, y que se habían conocido en un vuelo. Y ya lanzada en un monologo, continuó "me gusta el trato de la gente de acá; sin embargo, detesto la comida rápida, lo vulgar de ir a la playa los festivos, comprar en las rebajas, las películas dobladas al castellano..." "Tenéis hijos" interrumpí. "Una hija de mi anterior matrimonio. Se encuentra en Zurich, formándose en idiomas, protocolo y dirección de empresas". Para cerrar la sarta de estupideces, se me ocurrió lanzar una andanada: "Vamos, que lo de tu niña es como preparar una buena carnada para pescar un tiburón de altura". "OK" respondió cortante.

Volvió Crisanto para recoger su poupée, a su seguro de vida. Después aproveché para dar un vistazo a los winners, al postureo. Al advertir la presencia de alguna guerrera blanca con botón de ancla, caí en la cuenta de que estaba pisando territorio ajeno; un florido vergel más adecuado para la crónica de Cuca Alonso. Transito más cómodo por la senda del incomparable Ladislao de Arriba (Ladis): "...prefiero los oricios al caviar, las llámparas a las ostras, la parrocha al centollo". "Los hombres nacen todos iguales, pero es la última vez que lo son" dicen que dijo Abraham Lincoln.

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