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Crítica / Música

Coronación de oro

La actuación de uno de los coros más versátiles de España

La actual interpretación musical de obras anteriores al siglo XX se suele mover entre dos presupuestos estéticos; aquel que busca recuperar sonoridades propias de épocas pasadas bajo una estética historicista y aquel, que de una u otra forma, mantienen un tradición interpretativa que hunde sus raíces en los cambios y redescubrimientos que se producen durante el romanticismo y buena parte del siglo XIX, en el que instrumentos como el piano o la mayoría de los de viento irán fijando su actual fisonomía. No es baladí que los centros que comienzan a surgir por toda Europa para la enseñanza de la música, durante esa época, lleguen a denominarse "conservatorios". La "Orquesta del Mozarteum de Salzburgo" es una de las instituciones que durante más tiempo ha sabido mantener su propia tradición interpretativa. Ciento setenta y cinco años la convierten en un obligado referente cuando de Mozart y el ámbito clásico vienés se trata. Buen conocedor de las posibilidades de esta orquesta, de la que ha sido responsable durante años, Leopold Hager ofreció en el Auditorio Príncipe Felipe un concierto marcado por su carácter e impronta personal. De dirección enérgica y vitalista, su versión de la "Sinfonía nº 2 en re mayor" de L. v. Beethoven proyectó una sensación de frescura y ligereza que en el "Scherzo: Allegro" contribuyó a enfatizar la constante alternancia de matices dinámicos con los que la cuerda y el viento desarrollan el tema.

La soprano canadiense Claire de Sévigné, protagonista del "Exsultate, jubilate" de W. A. Mozart, sorprendió por la precisión de su voz y delicado timbre. Sin tener una sonoridad abrumadora, su calidez y claridad en el fraseo, sin embargo, favoreció la expresividad hacia una reflexión más intimista como se percibió en el "Alleluia" final, más allegretto que allegro bajo la batuta L. Hager.

La "Misa de Coronación" de W. A. Mozart completó la velada con los cuatro solistas y el coro ya en el escenario. Junto a la soprano C. de Sévigné, las voces del tenor M. Kwanikowski, la mezzo Valentina Stadler y el bajo G. Humphreys destacaron por la adecuación al repertorio mozartiano, en una obra en la que, salvo a la soprano, a penas se concede protagonismo a los solistas. Es el coro, con pocas licencias a la textura contrapuntística, sobre el que Mozart descarga todo el protagonismo. La dificultad de esta obra no responde a un problema de arquitectura compositiva ni de exuberancia de medios, pero necesita un coro de gran disipación vocal que sea capaz de transmitir toda la expresividad e incluso retórica que se esconde tras esa aparente sencillez. Es aquí donde hemos de empezar a decirlo ya sin empaque: el coro "El León de Oro" es una de las agrupaciones vocales más versátiles del panorama nacional, si no la mejor entre las no profesionales, y un, más que solvente, embajador de nuestra música en los auditorios y teatros internacionales. Su presencia en el escenario es siempre una apuesta segura por el buen gusto, el acertado criterio estético, la minuciosidad en el detalle y la afinación, la claridad en la dicción y una sonoridad equilibrada y sin fisuras. El trabajo realizado por el maestro M. A. García de Paz no puede dejar indiferente. Desde la entrada del "Kyrie", sin introducción orquestal, hasta el "dona nobis pacem" del "Agnus Dei", pasando por el exultante "Gloria o el rotundo "Credo" el "León de oro" se mostró impecable, preciso y con una gran flexible en las dinámicas. Un concierto de grandes protagonistas.

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