Hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo.

Entrada la primavera me despido del abrigo hasta mediado el incierto lejano otoño. Lo recomienda, desprendiéndose también de bufandas y calcetines gruesos, el escritor Fernando Menéndez desde páginas deportivas. Será prenda más topadiza en el perchero a los guantes que siempre se deslizan en recovecos de ninguna parte. En "La Boheme", de Puccini, uno de los personajes entrega su incondicional abrigo para comprar medicinas a la entrañable Mimí, sin derechos históricos a la sanidad; en "El Puente de los Espías" el abogado O'Donovan/Tom Hanks debe ceder, coactivamente, su elegante abrigo neoyorquino a una banda de chavales desnortados junto al Muro de Berlín mientras busca la Avenida de los Tilos. El mío lo adquirí en la londinense Bond Street al lado de las efigies de Churchill y Roosevelt, sentados en un banco público de Mayfair, donde perdió la vida el nieto del gran Santarúa, y me viene durando unas cuantas invernadas.

A Lenin quisieron inmortalizarlo en Petrogrado con gesto oratorio y abrigo que, cuenta la leyenda, un obrero le habría preguntado dónde se compraba, a lo que el pensador comunista respondería: "¡En Finlandia!", tal Guzmán el Bueno de León, "Si no te gusta... ahí está la Estación".

Sé que esa respuesta del gabán broncíneo de Vladimir Illich tiene miga local, incluso chiste, pero mis lecturas postsoviéticas han sido tan fugaces que nunca he captado sentido profundo. ¿Qué secuelas quedan en Rusia del laboratorio probeta del marxismo-leninismo, "socialismo en un solo país" decía Stalin? La Nobel bielorrusa Svetlana Aleksiévich se adentra en el epitafio de un réquiem helado y rojo. En una reciente novela sobre la División Azul se cuenta el hecho verosímil de que para orinar a cuarenta grados bajo cero los soldados se ponían un viejo calcetín agujereado en la puntera evitando congelación y que luego montaban artísticas decoraciones con el líquido amarillo helado sobre la nieve.

La guarda del abrigo hasta fin de año se debe al simple avance feliz de la primavera, que motivaba a Ángel González. Nada que ver con el inoportuno, para Carlos Sierra y tantos, Williams B. Arrensberg de la plaza Porlier -¿Jesús Ibáñez, oriundo mierense?- que pasará la nueva temporada climática sin inmutarse a cambios, lejos siempre de su originaria Atocha. En cualquier caso, el abrigo cruzado, sin cerrar, sobre los hombros, es señal inequívoca de entretiempo.

Es decir, de ahora mismo, me agobie o no.