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Con vistas al Naranco

En la segunda muerte de Chus Otero

Cuando el recientemente fallecido responsable de trasplantes en Asturias salvó la vida en el Himalaya

Una de las experiencias que más me impresionaron en mi larga vida política fue el alegato que escuché contra la pena de muerte que hizo Juan María Bandrés, gran abogado y humanista, ante un tribunal militar.

Era en Burgos, agosto de 1975, Juan Mari trataba, y lo consiguió de forma mediata, de salvar la vida de J. A. Garmendia, presunto terrorista etarra, que habría salido del lugar de un siniestro crimen, detenido con un balazo travesero en la cabeza. Según el forense, había estado 48 horas en estado de descerebración. El apuntamiento estaba plagado de vicios de nulidad.

Creyente, Bandrés era buen conocedor del llamado Segundo o Nuevo Testamento, en cuyo Libro de la Apocalipsis, de tanta peroración entre luteranos, San Juan menciona "segunda muerte"; sobrecogía escuchar que el procesado había tenido ya un primer fallecimiento y el fiscal, con una parafernalia increíble, incluida la presencia desenvainada de relucientes sables, nos obligaba a los observadores a ponernos firmes en pie mientras escuchábamos la siniestra solicitud de muerte para el reo.

Ese cruel viaje a la desaparición duplicada se me vino al magín cuando no ha mucho, entre versos de Miguel Hernández y del querido José Agustín Goytisolo, leídos por Javi y Macarena, precedidos de los parlamentos de Jesús Serafín, Jimena, J. A. Vega y Del Busto, consejero de Sanidad, despedimos al carismático Chus Otero en Los Arenales. Y es que recordé cómo años antes, hasta las templadas costas mediterráneas, a Amparo y Paco Taboada y a los míos llegaba la noticia de que Chus había muerto, tragado por las cumbres del Nun Kun, macizo de la Cachemira India del Himalaya. Fue una locura alpinista de la que salió indemne abriendo casi a continuación la oportunidad de fortalecer excelentes prácticas sanitarias y organizativas de vanguardia y una amistad, en la que incluso propuse colocar en la lista de concejales a su hijo Jorge.

En la introducción al balance de mi primer mandato como alcalde, blasono de dos hechos insólitos sin relación a competencias municipales clásicas, el contacto que Bernardo, conserje del Ayuntamiento, había logrado, gracias a la hoy obsoleta maquinita de télex, con asturianos damnificados que acababan de sufrir el terremoto de México, y el dispositivo, con eficaz Policía Municipal, a la que Chus convenció de paralizar Oviedo, abriendo paso sincronizado al convoy del primer trasplante de corazón. Era una ciudad inimaginable hoy, que todavía porfiaba en el télex, sin rondas de circunvalación, sin tantas cosas y caprichos... pero con ciudadanos de notoria calidad.

Lugar de honor para los audaces comprometidos en los trasplantes...

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