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Crítica / Música

Tótum revolútum

Un espectáculo que rompe las fronteras entre el músico y el espectador

La carrera del violinista ruso A. Igudesman y del pianista británico-coreano Hyung-Ki Joo, reconocidos por su virtuosismo desde que estudiaron en la Escuela de Música Yehudi Menuhin, dio un vuelco cuando ambos talentos decidieron abrir nuevos caminos musicales al formar "Igudesman&Joo".

La función ofrecida dentro de la programación de los Conciertos del Auditorio ha roto todos los moldes esperados a nivel de fronteras entre el músico y el espectador, lo apropiado y lo "inapropiado", el intérprete y la obra. Tradición e innovación se han dado la mano para ofrecer un espectáculo que bajo el prisma del humor y, sin hacer concesiones a lo prosaico o burdo, recupera la capacidad del arte de sorprender, de crear ilusiones con cada significado, introduciendo al público en un mundo simbólico que se define por sí mismo en forma de sonido, de música. Un planteamiento que, por muy novedoso que pueda parecer, hunde sus raíces en dos elementos esenciales en la creación musical: el contraste y la variación.

A modo de metáfora de una "gran sinfonía bitemática" o "concierto para violín y piano", el contraste se planteó como una lucha entre piano y violín, entre lo clásico y lo moderno, entre la música académica y las músicas populares, en el que Mozart y su obra emergen como idea recurrente, casi como una transformación temática de carácter circular que reaparece durante todo el concierto. La variación a todos los niveles, temático, armónico, melódico, formal, estilístico de cada una de las piezas que van surgiendo del aparente caos, es la base que convierte lo que podría ser un simple popurrí en un resultado de altísima calidad musical propio de un genio; en este caso dos: "Igudesman&Joo".

La idea de "performance" y su interdisciplinariedad, la ruptura con lo establecido, la concepción del individuo como obra de arte o el entendimiento de la propia vida como una experiencia artística propuestas en los años 60 y 70 del siglo XX por movimientos artísticos como Fluxus, se encuentran detrás de lo vivido en el concierto y plantea al público una nueva forma de escuchar y entender la obra que entronca con el concepto filosófico de "deconstrucción". Sin embargo, la capacidad de transformación va más allá de las obras y piezas interpretadas y demanda algo más que buenas ideas: necesita un material humano flexible a las propuestas, abierto a las sorpresas y versátil a nivel estilístico. La Oviedo Filarmonía es una orquesta que cumple con creces estos requisitos y que, como pocas agrupaciones, une a su impecable minuciosidad interpretativa, una vis cómica que convierte a cada uno de los profesores en un actor en potencia capaz de transfigurarse en azafatas de ring de lucha libre, bailarines armenios, latinoamericanos o del mundo folk al más puro estilo escocés o irlandés. Pelucas, disfraces y voces contribuyeron a enfatizar una puesta en escena que en ningún momento mermó la calidad de la sonoridad de la orquesta ovetense. A la batuta y en constante complicidad con "Igudesman & Joo", un Rubén Gimeno cuya solvencia y buen hacer como director son de sobra conocidos en los escenarios de la ciudad, pero al que se le podría augurar, tras el concierto del sábado, el mismo éxito en otros ámbitos de las artes escénicas.

El público de Oviedo, siempre soberano, conoce bien la diferencia entre la irreverencia gratuita e innecesaria del mal gusto y el fruto de la genialidad. El rotundo aplauso fue su veredicto.

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