La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Nobleza torera a prueba en la plaza

La tauromaquia y su marcada influencia en todas las facetas de la vida de los aficionados a la fiesta

"Me voy a retirar y como diría el poeta: a mis soledades voy, de mis soledades vengo, porque para andar conmigo me bastan mis pensamientos". Me acuerdo ahora de las palabras de mi amiga María José, de Sanlúcar de Barrameda. Se había despedido ya dos veces del toreo y ahora volvía por tercera vez al redondel. No había podido resistir la tentación.

Durante el invierno no se había acordado de los toros, aunque de vez en cuando los amigos hablaban de cuestiones taurinas. Ella permanecía indiferente. Al llegar la primavera se comenzaron a publicar las primeras corridas y todo había rejuvenecido en el aire. La luz era intensa y los árboles se vestían de nuevo follaje. Entonces mi amiga se sentía fuerte y ágil. No había perdido sus facultades. El impulso de la primavera la arrastraba, recordando sin quererlo sus pasadas hazañas. La plaza llena de un público fervoroso, llena de luz y de colores. María José se ponía triste. En todos los periódicos se hablaba de toros. No podía soportar una conversación sobre el arte de la tauromaquia con aquel público enloquecido. Ella no podía continuar en este estado, casi era preferible que volviese. Un día l fin una voz femenina le dijo: "Torea y que pase lo que pase". Esto del toreo es un arte, una especie de visión completa de la vida y hay que respetarlo. Deja huella en los aficionados. Hay un elemento en la tauromaquia que constituye el germen que produce y basa la floración de esta luminosa, sonora, cadenciosa y aleccionadora fiesta: el toro. Esta fiesta, compuesta de sumandos de inconcebible originalidad, esta basada en las cualidades del más original de los animales. Me pregunto en qué especie se debería clasificar al toro bravo, que existe por y para la fiesta. El toro es fiero, pero no es una fiera. Las fieras acechan a la presa que ha de destrozar como alimento; el león y el tigre, flechas vigilantes disparan sus poderosas garras sobre la desprevenida víctima, nocturnos y sigilosos. Muchos animales y fieras producen en nosotros estupor y asombro. La nobleza no caracteriza a todos los animales, más bien esa norma tan despiadada, incompasiva y terrible que va del más fuerte al más débil.

El toro es un animal poderoso, de condiciones bravías y de fiero valor que se desarrolla y vive plácidamente en la soledad campera, manso, pacífico, con un inconmensurable caudal de potencia.

Solamente emplea sus armas formidables cuando ha sido hostigado. En el campo es esquivo, y cuando es preciso el toro pelea contra todo y contra todos hasta morir, pero no lo hace con el fin de procurarse alimento. Este animal posee una belleza física maravillosa. El cuello poderoso con una cabeza altanera e inquisitiva ante cualquier peligro. Sin embargo es un animal ingenuo, desinteresado y valeroso. Si nos aproximamos a él, la cabeza queda impávida y como despreciativa, indiferencia. Diría que no es más que un hombre y sin embargo hubo un toro que arremetía contra una locomotora. Aquella mujer un día se decidió a torear nuevamente. El toro salió lentamente del toril y se paró con la cabeza alta en medio de la plaza. Su actitud era soberbia, Gusanito, de 500 kilos. Y tú, María José, lo recogiste con la capa en unos soberbios pases. El animal no rehusó los caballos con casta y nervio manso, con gran poderío. Casi se podía confundir con un toro bravo. El toro paso a banderillas y cuando sonó el clarín para el último tercio María José con la muleta, llena de profundidad fue hacia el toro que embistió con nobleza y cubrió el tercio cuajado de arte. Nuestra querida y admirada amiga obtuvo un éxito notabilísimo: una oreja y vuelta ruedo. Salió de la plaza con lágrimas de emoción en sus ojos.

Compartir el artículo

stats