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Crítica / Teatro

Rebeldes con causa, edad de ira

"La Joven Compañía" reivindicó la adolescencia con una propuesta valiente y despiadada, teatro necesario, imprescindible y comprometido

El rostro proyectado en la escena de James Dean mira a la lejanía con ese aire hipnótico con el que se disfraza la melancolía. Es el icono perfecto que encierra todos los significados de "La edad de la ira", espectáculo con el que "La Joven Compañía" entra en el universo de sí misma. Teatro no sólo necesario sino imprescindible. Palabras crudas, despiadadas y reveladoras sobre ese mundo siempre complicado y difícil que es la adolescencia. "El Edén no existe y si existiera está a punto de desaparecer", grita uno de los personajes encerrados en una existencia claustrofóbica marcada por los límites infranqueables de la familia, el instituto y sus propias pulsiones. Pedazos de vida devorados por la ansiedad sobre el que se construye la dinámica de los personajes-actores. "Todo va muy despacio cuando yo necesito ir muy deprisa". La adolescencia convertida en un estado de ánimo, en el desaliento a la rebeldía, en una lucha por la supervivencia porque a esa edad "no se tiene paciencia, se tiene vida".

El espectáculo toma como material literario una novela del mismo título con la que Fernando J. López, se convirtió en finalista del premio Nadal en 2010. El autor esta considerado como una de las voces emergentes más importantes del teatro español contemporáneo. La peripecia se construye a través de ocho adolescentes que buscan su lugar en el mundo, un mundo de represión del que se sienten excluidos y desahuciados. Es un texto de una valentía admirable porque no rehúye ninguno de los tabúes que nuestra sociedad ha ido tejiendo entorno a la adolescencia: el suicidio, las relaciones sexuales, el poliamor, la violencia, el ciberacoso, la homosexualidad, el deseo, la marginalidad o el autoritarismo. Gran parte de sus conflictos se muestra descarnadamente a través de acciones, comportamientos y palabras que van clavándose como flechas en el ánimo del espectador llevándole a una identificación plena con el drama que contempla.

La narración de la historia se deconstruye apelando a un discurso cinematográfico que nos ha acostumbrado a mirar y entender de otra manera. El arranque comienza desde el final de los sucesos que tienen lugar en el relato con un estupendo monólogo del protagonista principal, Marcos, encarnado por Alex Villazán, y apoyado por Sergio, Jorge Yumar, donde cuenta la muerte de su padre y de su hermano. Sus palabras no desvelan realmente lo que ha pasado, pero se intuye un conflicto familiar fuerte y una atmósfera cargada de desencuentros. A partir de aquí, se van mostrando las piezas de un rompecabezas lleno de sueños, miedos e inquietudes que solo puede liberarse mediante la violencia.

"La edad de la ira" no sólo tiene a su favor un texto profundo con una estructura narrativa brillante, sino además la construcción de una propuesta escénica muy acertada por parte de su director, José Luis Arellano García. Se escapa de una lectura meramente realista de la obra potenciando sus elementos más simbólicos y poéticos, incluso apelando a acciones básicas del artificio teatral. Esto permite generar un discurso escénico lleno de matices, sugerencias, metáforas, dimensiones y estímulos que envuelven y seducen al espectador. Por ejemplo, los personajes que observan desde la distancia habitando otra dimensión, proyecciones para subrayar momentos dramáticos, la economía para construir algunas escenas o un trabajo corporal con tempo diferente. Todo ello, apoyado en una escenografía sencilla pero muy eficaz para narrar una ficción bastante compleja en su desarrollo.

Una puesta en escena brillante no es nada sin el trabajo de un elenco que defiende con credibilidad y solvencia sus papeles. Cada uno de ellos, se convierte en un rebelde con causa ofreciendo a cada personaje un matiz diferente y necesario. No es sencillo el trabajo, ya que a la dificultad de un uso intenso de la palabra se junta un tránsito por lo emocional difícil de domesticar para unos actores tan jóvenes. En algunas tradiciones teatrales, se dice que nadie se debería calificar como actor sino tiene a sus espaldas unos cuantos años cumplidos y unas cuantas experiencias acumuladas. El trabajo de "La Joven Compañía" es encomiable por abonar un terreno en el que crecerán aquellos que están llamados a heredar la rica tradición teatral de nuestro país.

"La edad de la ira" es un espectáculo importante tanto por sus maneras como por sus propósitos, intentar que los adolescentes consideren el teatro como un arte vivo y complejo que tiene mucho que ofrecerles. Eso se consiguió en la función matinal, a la que asistieron cerca de novecientos alumnos del municipio, pero no en la segunda, donde apenas un puñado de personas ocuparon alguna de las butacas del Campoamor. La FMC tiene trabajo por delante.

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