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Crítica / Música

El oso bailó

La temporada llega a su recta final y junio nos devolvía al titular para los dos últimos conciertos de la OSPA, esta vez junto al pianista Shai Wosner. Cuarta "inspiración" bien explicada en la conferencia previa de Israel López Estelche, dando razones del vínculo de los cuatro compositores del programa.

Unir a Valentin Silvestrov (1937) con Mozart sin pausa, como una obra única para la primera parte, quedó bien por ser ambas con el mismo solista aunque obligase a permanecer ya sentados al viento y los timbales durante "El mensajero" para cuerdas y piano (1996) antes del concierto nº 21 del genio de Salzburgo pero dando unidad desde el "sonido Mozart" que se aprecia y cita el ruso, como Picasso a Velázquez y "Las Meninas". Primero el piano sumaría texturas más que solista, pedales creando una atmósfera lineal y plácida con esbozos temáticos, engrandeciendo a la cuerda, verdadera protagonista que no puede sonar mejor en cualquier repertorio, aquí aunando dos clasicismos, volviendo a brillar con luz propia desde un cuidado estatismo que prepararía al mejor Mozart con una óptica compositiva cercana. Símil pictórico trasladable a la cocina como deconstrucción de un plato tradicional, bien digeridos ambos por un auditorio que sigue dando la espalda a estos menús, siendo preocupante comprobar tantas butacas vacías.

Sutil continuidad con el concierto de Mozart popularizado en el cine como "Elvira Madigan". Wosner marcó estilo limpio y contenido que hace parecer fácil lo difícil, con Milanov en su incomodidad habitual para estos repertorios, que tras Silvestrov solo necesitaba dejar escucharse a la orquesta con el solista realmente encajando una música perfectamente escrita y difícil pasarla de punto. "Andante"publicitario entre dos "Allegros" brillantes, bien balanceados y con cadencias originales, cita operística incluida, realmente para lucimiento del pianista. La propina continuista en estilo y recogimiento: el "Andante" de la Sonata 13 de Schubert.

El segundo emparejamiento Britten-Haydn era lógico tras el primero, dando protagonismo nuevamente a la cuerda sola con las "Variaciones sobre un tema de Frank Bridge" antes de completarse formación para la sinfonía nº 82, repitiendo virtudes y defectos, nunca a partes iguales. Mejor llevada la nueva cocina, de aparente escasez en el plato, que el "oso sinfónico", resultando más el que se comió a Favila que los de Xuanón de Cabañaquinta abrazados hasta la muerte.

La OSPA es siempre condimento perfecto para unas obras no servidas como se merecen. Britten engordado de camerata a orquesta pero en su punto, pese a demandar mayor exigencia a toda la cuerda, un orgullo por homogénea, tensa, disciplinada, sonido puro en el vals vienés más que intención, al faltar mando en una batuta pasada de vueltas como "Thermomix" equivocada. Impecables los pasajes rápidos ("Moto perpetuo" octava y regalo de primeros violines melódicos como uno solo con pizzicati del resto cual gigantesca mandolina), emocionantes lentos y así cada variación de los "Tres idilios" para cuarteto de cuerda que el alumno Britten engrandeció hasta la "Fuga y Finale" de vértigo bien ejecutado.

La parisina Sinfonía nº 82 de Haydn no mantuvo la tensión. El carácter humorístico del "Finale" vendría por falta de compenetración entre música y podio danzante, a pesar de la belleza de sus cuatro movimientos. Oso bailarín con gaita asturiana y no musette francesa, aunque mejor olvidar el "estilo Rossen" sustituyendo la "experiencia Milanov" de su primera temporada. Imposible saber por sus gestos si el ritmo es binario o ternario, las dinámicas venideras o pasadas, danzar en vez de marcar, otro año corroborando que su repertorio, como los platos, no es el tradicional y básico en la alimentación de los melómanos asturianos. Lástima nuevamente que una orquesta en madurez total, demostrada con los directores invitados, no se mantenga para este final, esperando que la "Pesadilla en la cocina" traiga un Master Chef.

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