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Francisco Diego Llaca | Catedrático y director de instituto jubilado

"El negocio en mi familia era estudiar y los ocho hermanos tenemos carrera universitaria"

"La Policía me detuvo por imprimir un chiste en el que los Reyes Magos daban carbón a ´los grises´ diciendo ´tomad carbones´"

"El negocio en mi familia era estudiar y los ocho hermanos tenemos carrera universitaria"

-Nací en Avilés cuando mi padre era profesor en el Instituto Carreño Miranda. Soy el primero de ocho hermanos, siete de ellos varones, todos muy seguidos. Nos fuimos a Murcia con la cátedra de Griego y volvimos a Oviedo en 1952. Mi padre nació en Zamora cuando su padre era maestro en Asturias porque mi abuela iba a dar a luz a casa de sus padres. En el tercer parto se quedaron ella y la criatura. Mi abuelo se casó otra vez y tuvo 5 hijos. La orfandad marcó mucho a mi padre.

-¿En qué sentido?

­-Tenía 4 años cuando perdió a su madre. Fue un 14 de agosto. Al día siguiente, fiesta del pueblo, Cozcurrita de Sayago (Zamora), la abuela lo llevó de la mano hasta la ermita y en la tronera posterior le señaló el camerín de la Virgen y le dijo: "Ahora tu madre está con esa señora". Quedó muy unido a ese pueblo, donde construyó una casa.

-Usted desciende de enseñantes.

-Por las dos partes. Mi bisabuelo materno, Daniel Álvarez Fervienza, fue maestro y luego profesor de escuela de Magisterio. Fue un pionero de la fotografía, hizo las imágenes del seguimiento de las obras de la basílica de Covadonga, que mandaba a París. Mis tías abuelas también eran maestras. Tengo una tía maestra en Llanes que sacáis en el periódico porque iba en moto desde los años sesenta. Por parte de mi padre, el abuelo fue el primero que hizo una carrera; mi padre fue catedrático de Griego y un tío mío, catedrático de Historia en Cangas de Onís, que dirigió muchos años.

-¿Y usted y sus hermanos?

-De los ocho, estamos cuatro en la enseñanza. Los otros cuatro trabajan en la privada para que cobremos. El segundo tiene dos fábricas de metal, el cuarto es agrónomo y el sexto, un ingeniero de minas que trabajó con Victorino y las pasó canutas varias veces, fue raptado, metido en la mina y cogió media pulmonía. Luego está el arquitecto.

-Vino usted a Oviedo con 5 años. ¿Qué ­recuerda?

­-Tengo un recuerdo vago de cuando nació mi hermano -no tenía 2 años- en Avilés. Vivíamos en una casa de planta baja con jardín y avisaron a mi padre de que acababa de tener un hijo. Venía con alumnos y alumnas y recuerdo manchas de colores, que eran los abrigos de las chicas. De Murcia recuerdo un incendio, los churros y, con horror, que me castigaron las monjitas subiéndome a una mesa con unas orejas de burro en la cabeza mientras pasaban todas las niñas por delante. Debía de ser lo que ahora se llama un niño hiperactivo y entonces, un trasto.

-Oviedo.

-El año en que vinimos acababan de morir dos hermanos de mi madre, militares, en dos accidentes de aviación diferentes. Uno, teniente coronel, con 38 años, dedicado a la fotografía aérea, se mató con su mujer. El otro, trasladando un vuelo sin motor. Fuimos a vivir a Santo Domingo, donde hacíamos batallas campales, a pedradas. Estudié en las Escuelas Blancas de San Lázaro, donde una tía abuela, Eulalia Álvarez Lorenzo, era directora.

-¿Le chocó la lluvia?

-No. Recuerdo el buen tiempo de Murcia. De pequeño eres feliz aunque llueva. Sigo saliendo a cortar y podar al prado aunque llueva y sigo siendo feliz, pese a los problemas que tengo encima. Estoy divorciado y tengo dos hijos treintañeros, con trabajos que no son como los de antes. Yo empecé a trabajar con 23 años y paré en la jubilación.

-¿Cómo se crece en familia numerosa?

-Mejor que siendo hijo único. Nos mudamos pronto a Pérez de la Sala y vivíamos entre el patio del instituto y la calle, donde aparcaban dos coches. De las Dominicas en adelante era un barrizal. Mi madre estaba dedicada a nosotros y entrábamos y salíamos sin necesitar llave de casa. Onza de chocolate y cacho de pan y a correr. No nos faltaba nada y nos conformábamos con poco. Hoy tienen mucho y no disfrutan de nada. La vida de ocho hermanos enriquece a uno mucho y ser mayor te hace más responsable.

­-¿Se llevaban bien?

­-Sí. Las peleas forman parte de llevarse bien. Jugábamos con los vecinos, Badiola, los hijos de José María Fernández, los Fidalgo, los Fueyo, los Castiñeira.

-¿Cómo era su madre?

-Charo, era una asturiana vitalista y alegre que se crió en Madrid. Nos consintió lo justo y nos defendió siempre. Nos dio la vida con su forma de ser cariñosa, amable y abierta. Coleccionó monedas, sellos e hijos.

-¿Y su padre?

-Más serio, siempre se dedicó al trabajo. Escribió libros y dio clases en el instituto y en la Facultad, más la tertulia. En casa era serio y severo, sin agredir psicológicamente, pero, como jefe y patriarca, se cumplía lo que decía. Se enfadaba si no estudiábamos. Decía que lo único que podía darnos era una educación. El negocio de casa era estudiar. Todos hicimos carrera.

-¿Eran creyentes sus padres?

-Los dos, pero no beatos. Había ingresado en Valdediós a los 9 años y en el 34, cuando la Revolución, le sacaron del Seminario de Oviedo a casa de Virgilio, un joyero que había frente a San Juan. Luego su padre fue a buscarle y terminó el Bachiller normal. Mis padres nos trasladaron la religión sin imponer. A los 15 o 16 años nos dejaban al libre albedrío. Les molestaba que no fuéramos a misa pero no pasaba nada. Algunos hermanos van a misa con asiduidad y otros, menos.

-¿Qué chico era usted?

-No sabía qué quería ser. En cuarto de Bachiller estudié menos de lo que debía y suspendí Química con León Garzón Ruipérez, que acababa de llegar, y Literatura, no sé por qué. En casa no somos de mucho codo, salvo Andrés, Jesús y Rosario. No aprobé la reválida. Pasé un año en academia y estudié mucho. Luego elegí Letras por huir de la Química. Lo que más me gustaba era divertirme. En sexto de Bachiller me dio clase la profesora que me había suspendido, Mary Pérez Montero, y me gustó cómo explicaba. Influido por ella y Angelita Orán, seguí esa rama, más por la lengua que por la literatura.

-Luego las tuvo de compañeras.

-Sí. Eran muy buenas profesoras y conmigo fueron maternales.

-¿Cómo se divertía?

-Montaba a caballo en la finca de los Villanueva, en Lugones, amigos que me trataban como a un hijo. Lo

hice de los 15 años al final de la carrera. Una vez llegué por todo el Naranco hasta la estación del Norte.

-¿Y cuando no iba a caballo?

-Con la pandilla de Gabino Villanueva, sus hermanas y primos, hacíamos corderadas. Tenían una discoteca en el fondo de su casa para guateques. Pasábamos la tarde con un par de botellas de sidra y nos duraba. Por eso no entiendo el botellón.

-¿Cuándo decidió ser profesor?

-Al acabar el Bachillerato. Entré en Filosofía, donde no había otra mentalidad entonces que ser profesor. Tiré por la Lengua. De niño, cuando Emilio Alarcos, amigo de mi padre, vino a la primera comunión de uno de mis hermanos le pregunté de qué daba clase y, con su guasa, me contestó: "Si te lo explico ahora no lo vas a entender, pero cuando seas mayor igual te doy clase". Lo tuve tres años en la Facultad.

-¿Cómo era Alarcos?

-Buena persona, socarrón..., nos trató muy bien. Tuvo algunos problemas con mi padre. Mi padre se presentó a una cátedra creyendo que era para Oviedo y era para Sevilla y se quejó de que no le había avisado. Fuera de eso, siguieron amigos. Mis padres pasaron un mal momento cuando la separación de Alarcos en los años sesenta, en medio de un conflicto que no era de ellos. La primera mujer de Alarcos iba con mi madre a Llanes a pasar unos días y cuando surgió el conflicto venía a llorarle para que hiciera algo. Todos sabían que Alarcos estaba con otra persona y la última que se enteró fue la mujer.

-Hizo Filosofía de 1965 a 1970. ¿Qué ambiente encontró?

-El de mayo de 1968. Nos rebelamos contra todo y me tocaron algunas manifestaciones, aunque la vez que me detuvieron fue por una chorrada. Queríamos sacar dinero para nuestra juerga en Navidades -una merienda de marisco en Tazones-, y un amigo nos trajo una felicitación de Navidad en la que se veía a los Reyes Magos tirando piedras de carbón a la Policía, a "los grises", diciéndoles: "Tomad carbones". Hicimos 300 copias en Fueyo y cuando salimos con ellas ya nos esperaba la Policía. Caímos como pininos. Salí el último y un policía me dijo "usted también, que además es de letras".

-¿Qué le dijo su padre?

-Se reía. Cuando el encierro por la detención de López Brugos tampoco dijo nada.

­-¿Hizo milicias universitarias?

­-La mili se llevó tres veranos de mi vida en Monte la Reina y Campo Soto, San Fernando, Cádiz. El último disfruté. Yo no estaba rabiado todo el día, como otros compañeros, sino pensando que el viernes marchaba. La semana pasaba mejor, aunque tuviera los mismos minutos. El segundo verano ya tenía coche y lo que quería era ir con las mozas de Castillo de la Mota. Sigo con esa actitud.

-¿Pensó en trabajar en Oviedo siempre?

­-No me importaba marchar fuera. En 1963 me fui a Agen (Francia), invitado por una chica cuya dirección me había dado Carmen Fauste, profesora de Francés. En casa somos tímidos y, aunque no fumaba, compré dos cajetillas de Ducados y una de Celtas e hice todo el viaje dando cigarrillos a la gente para entrar en conversación.

Carrera docente y directiva contra la timidez

Francisco Daniel Diego Llaca (Avilés, 1948) fue durante 28 años director del Instituto de Enseñanza Media Alfonso II de Oviedo, donde había estudiado y donde su padre, Francisco Diego Santos, fue catedrático de Griego.

Catedrático de Lengua, profesor en los institutos de Avilés y Lugones, acaba de jubilarse pese a que tenía prórroga hasta los 70 años.

Menudo y flaco, tímido en lucha contra el handicap social que aqueja a su familia. Está iniciando una jubilación que se presume larga porque desciende de personas longevas por las dos ramas. No se va a aburrir. Es perito grafólogo y atiende un prado.

Está divorciado, tiene dos hijos treintañeros y una novia.

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