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JOSÉ ANTONIO LOBATO | Actor

"Soy mínimamente equilibrado gracias a mi madre, a veces mujer de zapatilla y siempre positiva"

"Los salesianos de Tudela Veguín me curaron de la religión haciéndome ateo; por el padre consejero, un SS, descubrí el odio y las ganas de matar"

El actor José Antonio Lobato, en "La Chucha" del Campo San Francisco de Oviedo. luisma murias

-Nací un 14 julio, día de la toma de la Bastilla, pero en 1956. En Soto de Rey (Ribera de Arriba). Mis padres, recién casados, fueron a vivir a unas casas de Renfe porque mi güelu materno era ferroviario. Nací en casa, junto a las vías y a los trenes de vapor, en unas viviendas humildes que eran como lo que ahora se llaman chalés adosados. El agua potable había que ir a buscarla a la fuente.

-Hasta los 60 largos, sí tiró del caldero.

-Yo era brutu, un poco pollín de tiro. En mi profesión, tan idealizada, soy un artesano del teatro más que un artista. Nosotros estamos en todo el proceso teatral, del texto al estreno, pasando por oficios que tienes que dominar si trabajas en precario: carpintería, soldadura, luminotecnia, escenografía... Cuando me lo dan hecho, me encuentro raro y soy meticón si veo que se puede mejorar.

-¿A qué se dedicaban en su casa?

-Mi padre era palista de excavadoras y transportista. Empezó en el tren del Vasco con 13 años, en vías y obras, picu y pala, y fue aprendiendo lo demás. Se llamaba José Antonio, como yo. Era culo inquieto y cuando cansaba de una empresa, cambiaba. Entonces no había cinco millones de parados.

-¿­Y su madre?

­-Era ama de casa. Llámase Gelinos, tiene un oído excelente y canta muy bien. Tengo dos hermanos: Ángel Luis, trece meses más pequeño, y Roberto, ocho años menor.

-Vivían con la familia materna.

-Sí. Mi abuela era de Ujo y allí, de nena, conoció mucha vida cultural. La vena artística me viene de ella, que cantaba bien y tenía una memoria prodigiosa. Me crié con ella hasta los 8 años, entre cantares de ciego y zarzuelas que sabía.

-¿Tiene una infancia nómada?

-Viví en Soto Rey, Les Segaes, Tudela Veguín y luego en la Ciudad Naranco de Oviedo, donde sigo. En Soto Rey tuve una infancia feliz, muy libre, de bañarnos en el Nalón y salir negros como coyones de Machín e ir a quitanos la sabla a la fuente. Soy más de bosque y monte que de mar. Allí empecé a la escuela, con maestra de “la letra con sangre entra” y vara de avellano. Era un buen alumno, pero nada excepcional. El brillante era mi hermano. Ángel Luis tenía memoria fotográfica. La que yo tengo es ejercitada.

-¿Cómo era el ambiente de casa?

-Muy polémico. Mi padre era muy bruto en el peor sentido y la casa no era un remanso de paz, de ahí mi tendencia a usar mi fuerza en beneficio de la justicia. Todo influye. Mi madre era muy abierta, buena vecina. Con nosotros, la madre total, protectora, que descalzaba la zapatilla, pero era muy madre y muy positiva pese a que no tenía una vida muy placentera. Si soy mínimamente equilibrado es gracias a ella.

-¿Qué tipo de rapacín era?

-Inquieto pero tranquilo. Mi hermano era más impulsivo. Yo tiraba la piedra y escondía la mano. Mi hermano tiraba la piedra y ponía la cara.

-Habla de su hermano pequeño como si fuera mayor.

-Lo admiro mucho. Es muy buena persona, tenía talento innato y más lanzado. Él buscaba los líos y yo daba les hosties. Siempre fui fuerte y pacífico. Mi güelo, que era de Grado, me decía “tu nun te metas con nadie pero si se meten contigo, la primera hostia dala tu y en la cabeza pa que no acoxen”.

-Tudela Veguín.

-Tuve el privilegio de que en ese pueblo de emigración, con dos barrios llamados Corea y Pénjamo, viviera Tino Casal, una rara avis que se maquillaba. La actitud hacia él era positiva. Sabían que era un artista. Cantaba en los “Zafiros Negros” y actuaban en el cine donde veíamos películas de romanos, de vaqueros y de ensalzamiento nacional.

-¿Dónde estudió?

-En los Salesianos, la orden favorecida por los Masaveu, que habían construido el colegio y eran dueños de todo. A los salesianos les iba el artisteo y celebraban el santo del director, el día de San Juan Bosco... con funciones o revistas con teatro. Ángel Luis salía a decir monólogos y las monjitas le hacían los trajes. Mi única participación fue en un cuerpo de baile, bailando la yenka. Les estoy agradecido porque me curaron de la religión totalmente, haciendo de mí un ateo. En casa eran católicos. La misa es un espectáculo teatral, pero está tan codificado que no sorprende y por eso, como espectáculo, es un aburrimiento mortal. Allí descubrí el odio y las ganas de matar.

-¿Por qué?

-El padre consejero, que era como un SS, vigilaba la misa mientras otro predicaba. Teníamos que estar como estatuas, viéndole el culo al cura, que daba misa de espaldas y en latín. Mi hermano se volvió a hablar con uno y aquel cabrón de consejero lo sacó por los pelos y le dio dos hostias, no en forma de oblea, que no tocó suelo. Mientras lo humillaba ante todos, mi hermano no soltó una lágrima, pero yo empecé a llorar de impotencia y odio. Si tengo una pistola mato a aquel hijo de María Auxiliadora.

-Vinieron a Oviedo.

-Y a estudiar al Alfonso II, donde nuestros amigos hacían teatro en la OJE, en la Casa España de la calle Asturias, el edificio que fue sede de CC OO.

-OJE, la organización juvenil de Falange.

-No fuimos por política, sino porque tenía calefacción y un salón de actos cojonudo. Mi abuela, con todo, se disgustó. Era 1972 y entré por hacer pandilla, ensayar e ir a merendar a Pin de la Quinta. Descubrí el teatro haciendo teatro. Necesitaban gente para cubrir el dramatis personae de “El amor al prójimo”, una obra de Andreiev que era una crítica feroz a la banca, la Iglesia, los políticos... a lo de ahora. A mi hermano le dieron el personaje simbólico de toda la obra y a mí cinco papeles. Tenía intuición, empecé a leer algo y a ver mucho “Estudio 1”, el teatro que daba TVE. Dirigía Ceferino Cancio.

-Cuatro años mayor que usted.

-Hicimos una amistad bestial, de amigos a la par. Íbamos al Café Suizo a ver cantar a Soraya. Cancio estaba enamorado de aquella señora de 60 años, una mujer de bandera de las de la que tuvo y retuvo. Cuando entonaba “Dame la mano y corre”, Cancio daba la vuelta a la silla, apoyaba los brazos en el respaldo y miraba hacia arriba con cara de felicidad, como si viera a Dios. Cuando acababa, se subía a la silla, quedaba a la altura del monte de Venus de Soraya y aplaudía y gritaba “¡bravo!”. Ella decía “gracias, caballero”. Era un histrión, mi amigo, mi maestro y mi padre teatral.

-¿Cómo fue la obra?

-En la OJE, gran éxito. Cuando la representamos en el hogar parroquial de Pola de Lena el cura salió poseído, “¡esto no se puede permitir!”, en mitad de la función. Al regresar nos censuraron todo. Aprendimos que éramos moscas cojoneras, como ahora, que se vengan con el 21% de IVA.

-¿Qué hicieron después?

-“Sí, pero no”, espectáculo de creación colectiva inspirado en “Celtiberia show”, el libro de Luis Carandell. Estampas de la España de entonces: la semana de la virginidad, el deporte, la vida en familia, muy corrosivos. Nuestro modelo era “Tábano”.

-¿No sé de dónde salió el actor en usted, que siempre se define como chaval bruto?

-Era dual. A Luisa, la de la tienda de Les Segaes, gustaben-y los guajes y nos preguntó a un amigo y a mí qué queríamos ser de mayores. Roberto contestó “viajante de La Panoya, como mi padre”, y yo, “actor como Marlon Brando”. Tenía 6 años. Mis padres me habían llevado al cine.

-¿Qué fue de “Sí pero no”?

-La censuraron tras el estreno, tuvimos una reunión -éramos veinte- muy tensa con el jefe de hogar y nos marchamos dando voces y un portazo. Pasamos a hacer textos prohibidos y a pasar frío. A los 16 empecé a trabajar en una empresa de venta de maquinaria industrial, excavadoras, dumpers y seguí estudiando nocturno. Salía de trabajar, iba al instituto y luego a ensayar. El grupo de la OJE se llamaba “Gris Teatro Experimental” y el nuevo “La Carreta”, en homenaje a los cómicos de la legua. Seguimos igual. “Margen” tiene 38 años y sigue sin sala fija.

-¿Ahí adquiere una ideología?

-Cancio y el resto de compañeros tenían su ideología. La mía salió a flote porque importa mucho con quién te mueves.

-¿Donde ensayaban?

-Nos acogió el grupo de montaña “El Curuxu” en un piso pequeño que daba a Trascorrales. Los estables éramos César Truébano, José Luis Francés, Fernando, Cancio y yo.

-¿Cómo progresaron?

-Cancio y yo nos propusimos sacar el carné de actor y descubrimos que en el Conservatorio Superior de Córdoba admitían libres. Con cojones e inconsciencia nos matriculamos de los tres cursos a la vez y fuimos a examinarnos de todo en una tacada. Sacamos primero con nota y dejamos la maratón de exámenes para irnos a Sevilla. Dejamos segundo para septiembre y sacamos tercero en junio. Juntos siempre, obtuvimos el carné sindical de Teatro, Circo y Variedades.

-¿Cómo llegaron a ser tan amigos?

-Porque éramos muy distintos. Dos gallos en el mismo corral habría ido mal. Cancio era un histrión nato. Buscaba ser el centro de atención porque disfrutaba actuando dentro y fuera del escenario. Era muy brillante, simpático, tenía don de gentes y generaba buen rollo. Yo soy más discreto y no me gusta actuar fuera del escenario.

-¿Cuándo se profesionalizó?

-En 1977, cuando se crea “Margen”, después de hacer la representación mas larga de mi vida, que fue el servicio militar.

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