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El cole ya no va por el libro

La enseñanza sin textos escolares tradicionales, que se expande en las aulas, persigue un cambio de método hacia un sistema "más motivador, creativo y participativo" en el que "todos aprenden de todos"

Arancha Ibáñez consulta una duda a su profesor Omar Fernández. marcos león

Al colegio público de Ablaña-La Pereda acaba de llegar otra carta del doctor Peredín. Los alumnos van a explicar que Peredín, pronunciado en inglés "míster péredin", es un señor mayor con bata blanca, profesor en la Universidad de Oxford, que no habla muy bien el castellano y de vez en cuando se comunica con ellos por diversos medios, un personaje que con cierto misterio, sin dejarse ver, les pide ayuda. Les pone tareas. Esta vez les envía un mensaje cifrado, escrito en los signos del alfabeto griego, fenicio y latino, un texto que dice que ha encontrado en la carpeta de un colega que estudia las formas de vida en las culturas de la edad antigua y que ha desaparecido en circunstancias extrañas. Los estudiantes del centro mierense, 28 entre Infantil y Primaria, han tenido que buscar las equivalencias de los caracteres griegos y fenicios, guiados por sus profesoras han decodificado el escrito y ahora, juntos todos en la misma clase, ponen en común el resultado de las pesquisas. Después de un pequeño debate y de equivocarse varias veces, de confundir a los romanos con los rumanos y de quitarse la palabra unos a otros, después de pensar, han ordenado las frases del mensaje y han averiguado cuál será su tarea: investigar las culturas griega, latina y fenicia y enviar los resultados a la dirección de correo electrónico que les ha dado Peredín, el personaje al que el colegio utiliza para despertar el interés del alumnado y organizar a su alrededor un método de aprendizaje nada convencional.

Se van a repartir el trabajo, estudiarán una civilización por clase, ellos mismos buscarán la información con el auxilio de las maestras y acabarán ayudándose unos a otros cuando llegue el momento de compartir las conclusiones. "Todos aprenden de todos" en este colegio que el curso pasado hizo desaparecer los libros de texto. La del pequeño centro mierense es una de las experiencias de enseñanza sin textos escolares convencionales que se expanden por el mapa educativo de Asturias. Macu Argüelles, la directora, lo cuenta con una sonrisa. Aquí lo que manda Peredín va para todos. En esta escuela diferente, alternativa, donde a nadie se le da todo hecho, se aprende "por proyectos", participando todos en el mismo, "graduando el nivel de dificultad" para adaptarlo a las capacidades de cada edad, pero haciendo primar el "trabajo cooperativo", en grupo. Todos a una, "unos tirando de otros".

No hay libros de texto, tampoco asignaturas u horarios convencionales... "A partir del tema central trabajamos la lengua, la historia, las matemáticas..." De cada proyecto "el libro lo van haciendo ellos" y el método, le dice la experiencia, resulta estimulante a ambos lados del aula. Motiva mejor a los alumnos, defiende Argüelles, "porque se responsabilizan de lo que hacen, porque el trabajo es suyo, ellos han decidido cómo hacerlo y no se lo ha impuesto nadie", pero además gratifica con satisfacciones a los profesores. El sistema obliga a los docentes a prepararse, a "ir por delante" del alumnado y a planificar cada estrategia sin la red del libro de texto. "Trabajamos mucho", resume la directora, mucho más que si siguieran el camino trillado de los libros, las lecciones, los temarios y los deberes, "pero recompensa". Nadie se aburre y ella ha visto que "merece la pena". Es, con sus variantes, el régimen de enseñanza alternativo que gana terreno en la región, donde los últimos en anunciar que prescindirán del libro en papel han sido los colegios de la Compañía de Jesús, La Inmaculada y el San Ignacio.

En La Pereda, ya son los alumnos los que a su manera "dirigen" el proceso de aprendizaje. La directora los ve "cada vez más autónomos, cada vez más creativos" e inclinados a aportar ideas propias. La necesidad de compartir y exponer en público las aportaciones también va haciendo salvable "uno de nuestros mayores handicaps, la expresión oral, que era muy pobre".

En este rincón del medio rural al Norte del concejo de Mieres, la evolución del regla educativa tradicional ha sido una estrategia para hacer de la necesidad virtud. Son sólo 28 alumnos de edades diversas, de tres a doce años, agrupados por la escasez en tres aulas -en una los de Infantil, en otra juntos los de Primero, Segundo y Tercero de Primaria, en otra los de Cuarto, Quinto y Sexto-, y en esas circunstancias "los libros no se amoldaban a las capacidades de los niños", por no decir que una clase de lengua con tres libros distintos para tres niños de tres cursos diferentes perdía el tiempo y el dinero. Por eso viraron en redondo hacia este modelo donde la "teoría idílica" dice que "tú les planteas una cuestión y ellos, con la debida supervisión docente, pueden ir dirigiendo el aprendizaje por donde quieren". Salvando, eso sí, las ocasiones frecuentes en las que falla la red informática; sabiendo que también hay biblioteca, que se compran libros de cada tema y sí, que "de vez en cuando hay que ponerles una hoja con divisiones puras y duras", aunque la norma del día a día sea diferente.

La pauta es el aprendizaje colectivo. Entre todos han hecho la maqueta sobre la evolución de la prehistoria hasta la Edad de los Metales que se ve al entrar en el colegio. Juntos han confeccionado los planetas del sistema solar que cuelgan del techo. Importa tanto el contenido como el envoltorio que se lo hace atractivo. Cuentan lo mismo las lecciones que la estrategia que despierta la curiosidad por aprenderlas. Peredín se ha preocupado mucho de estimular las ganas de saber sin que los alumnos se den cuenta: para hacer llegar sus peticiones ha dejado caer un globo en el patio, ha mandado mensajes en una botella, se ha comunicado por correo electrónico... Aquí no se aprende de memoria, pero "lo que investigan no se les olvida" y cuando salgan "puede que no sepan el presente de indicativo del verbo amar, pero saben utilizarlo". Argüelles recuerda al alumno que asombró a una inspectora de Educación hablándole de los estromatolitos, los primeros organismos que habitaron la Tierra.

"Ahora necesitamos que cambie el instituto", termina la directora, donde en general no poder definir el adjetivo aún penaliza más que no saber utilizarlo.

En el instituto, el de la Universidad Laboral de Gijón, ahora hay clase de Tecnologías. Ni un bolígrafo, ni una libreta sobre las cinco mesas en las que 22 alumnos de Segundo de la ESO trabajan divididos en cinco grupos con una tableta por mesa. El tema de hoy es "Hardware y sistemas operativos"; la tarea, elaborar y explicar preguntas para construir un divertimento didáctico. Deben idear cuestiones que después resolverán juntos en un juego de "Kahoot", una aplicación informática educativa que proyectará el interrogatorio en una pantalla en la pared frontal del aula para que los alumnos respondan las preguntas desde el pupitre a través de sus teléfonos móviles y el sistema puntúe y clasifique a los mejores por pericia y velocidad de respuesta. Su profesor, Omar Fernández, se declarará abiertamente partidario de la "gamificación", de este aprender jugando que estimula y da libertad a los alumnos, de una mudanza metodológica completa que conduce a la escuela hacia la inmersión en un sistema "más motivador, más creativo y, sobre todo, más dinámico y participativo para ellos". Mejor, resume Fernández, que ha llegado a la clase arrastrando un baúl con ruedas que contiene las tabletas.

Con ayuda de un "Apple TV", un reproductor multimedia, la tecnología también permite que de vez en cuando el profesor pida a un grupo que se conecte al sistema para poder proyectar en la pantalla lo que cada cual está haciendo en cada momento y controlar así su clase. Lo hace y comprueba que ahora trabajan en la pregunta 4: "¿Quién creó Windows?" Los estudiantes debaten y hablan entre ellos, no hay silencio, ni falta que hace, y las dudas al profesor se plantean ipad en mano. Los trabajos -Fernández enseña varios que ha hecho su clase sobre la madera- se hacen con libertad, siguiendo unas pautas del profesor, o más bien utilizando las herramientas que él previamente ha seleccionado. Tiene una tela verde y dos trípodes para cubrir la pared del aula y grabar así vídeos con "Chromakey", con fondos de imágenes previamente editadas. También hay trabajos hechos en pdf con códigos QR que, escaneados, dirigen a vídeos "enriquecidos", preparados para pararse en determinados puntos y hacer preguntas... Aquí tampoco hay libros de texto, aquí también los hacen entre todos y en el proceso interactivo aprendizaje los contenidos los elaboran y los toman unos de otros, de suerte que las posibilidades se disparan. Fernández trabaja en la expansión a otros centros de este modelo de aplicaciones infinitas, metidas todas en los cinco milímetros del espesor de su ipad, y admite que todavía cuesta, pero la filosofía se dirige con la certeza de que "no se pueden poner muros al mar", con la convicción de que "es más sencillo y motivador aprovecharse de los avances tecnológicos que aislarse de ellos". Él, que prefiere canjear su identidad por la de su "otro yo" de Twitter -"@omarfgj"-, toma su propia experiencia como base del sistema, dice que "yo aprendo más cuando se lo tengo que explicar a ellos" y trata de extender ese hábito. "Si fueras tú el profesor", les pregunta, "¿cómo lo harías?"

De momento, en el instituto de la Laboral esto lo ha desarrollado él, aproximando el viraje del modelo hacia la experiencia didáctica de la "clase invertida", del aula patas arriba donde se riza el rizo de la estrategia educativa interactiva donde unos aprenden de otros y se retroalimentan, profesor incluido. He aquí, a su juicio, la verdadera evolución de la supresión de los libros, que no puede ser una simple mudanza de soporte, que es algo más profundo y próximo a un "cambio de metodología". Y un libro digital, por sí solo, "no es metodología", aclara Fernández.

Si en La Pereda ayudaba la dimensión abarcable del colegio, en la Laboral echa una mano la dedicación de Omar Fernández, que saca partido a su afición a la informática, pero en los dos casos están hablando de lo mismo. De adaptar el mensaje al receptor y el modelo de aprendizaje al tipo de alumnado. De motivar mejor y despertar el interés de una generación de estudiantes que ha evolucionado a pasos de gigante. Que "tienen más descaro", dice Fernández, que "están acostumbrados a participar" y necesitan fórmulas distintas al libro. Y que en clase son más libres sin libros.

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