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El turismo activo es un potencial oculto del desarrollo rural

Gabriel Iglesias desciende por una tirolina en Ponga. miki lópez

-¿Tú crees que alguien te va a pagar para que le canses?

A Juan Carlos Menéndez, "Kaly", que lleva 27 años llevando turistas inquietos hasta la ribera del Navia en Serandinas (Boal), aquella pregunta repleta de dudas que le hizo su padre al principio le sirve ahora para calcular el terreno que ha ganado el sector de las vacaciones dinámicas desde la época no tan distante en la que "sonaba muy raro aquello de guiar a la gente por el monte o por el río".

Ahora que hay casi sesenta posibilidades diferentes de ocio activo reconocibles, ahora que él ha sobrevivido a casi tres décadas de inviernos y veranos en "la Asturias por descubrir" del occidente, Kaly se carga de argumentos para reforzar la conciencia de que ahí fuera hay un mercado y aquí dentro campo abierto en abundancia para la expansión de la oferta.

Tiene su relevancia que lo diga él, que habla desde el área de la región menos explotada por el turismo activo, desde esta quietud casi intacta que nada tiene que ver con las multitudes al abordaje del Sella en Arriondas o con los atascos de la Ruta del Cares cualquier día de julio entre semana. El rendimiento del turista inquieto se concentra sobre todo en el oriente, pero "esto tiene tantos recursos o más", afirma Menéndez, pensando tal vez en el perfil distinto de un cliente que también existe y encuentra el placer en el aislamiento.

"Estamos en una zona privilegiada para estas actividades", sí, pero antes de seguir hay que saber algunas cosas. Que superar el ritmo de crecimiento actual equivale a "diversificar el sector para desestacionalizarlo", saber identificar nichos de mercado diferentes y organizar y "entrelazar todos los recursos turísticos que tiene cada zona". Ordenarlos, empaquetarlos para promocionarlos y venderlos y buscar mercados, que los hay, fuera de la temporada alta del verano.

"Nos falta alguna profesionalidad", afirma Kaly, "para dar forma a ese producto que enlace toda la oferta, para compaginar las diferentes alternativas de ocio que se pueden encontrar en una comarca y ofrecerlas juntas, con rigor y seriedad". Sólo así parecerán realmente 150 las 150 compañías que se dedican a esto en Asturias, porque ahora la diferencia entre el verano y el invierno determina que "a lo mejor se pueden contar con los dedos de las dos manos las empresas que vivimos exclusivamente de esto y lo sentimos como una profesión que debemos dignificar".

Cuesta. Y eso que a la pregunta "¿qué es lo que más le gusta de Asturias?", la respuesta más repetida es el paisaje. Lo dicen con reiteración las conclusiones de la encuesta del Servicio de Información Turística de Asturias (SITA) y Ricardo Soto las interpreta con la conciencia de que "si todos los estudios aseguran que la naturaleza es el activo principal del turismo en Asturias, se entiende que el turista no la quiere para mirarla desde detrás de una vitrina, que quiere hacer algo en la naturaleza, interactuar de algún modo con ella?"

El argumentario del empresario ha llegado hasta la necesidad de traer estas actividades hasta el eje de la promoción turística asturiana. Ha desembocado en la convicción de que el producto que tiene salida es este territorio "como no hay otro por la diversidad de medios que puede ofrecer en tan poco espacio". Al volver a casa desde todas partes, de buscar ideas que transformar en nuevas actividades, Soto reafirma la convicción de que "en Asturias perfectamente puedes estar por la mañana escalando en el Urriellu y por la tarde haciendo surf en una playa y descubrir por el camino una inmensidad de posibilidades para la bicicleta, los paseos por el bosque, la nieve en invierno?"

El problema vuelve a ser la rigidez de los límites para la explotación, y a veces también su propia dificultad para hacer entender que el turismo activo es otra forma de conservar el medio natural haciéndolo productivo, una alternativa de negocio que también puede servir para retener a la población pegándola a la tierra. "Somos", así lo dice Soto, "un activo importante en el desarrollo rural y en el asentamiento de habitantes en las zonas agrarias", un lenitivo contra ese problema de vaciamiento de todo lo rural que en Asturias genera no pocos golpes de pecho en los despachos de las administraciones.

Habla Calo Soto desde la orilla del Sella en Arriondas, allí donde las canoas, piragua bendita que ha transformado a la capital parraguesa en una villa de orientación turística sin necesidad de sol ni playa, dan negocio para la supervivencia de unas veinte empresas de turismo activo. La cifra da idea del vuelo que ha cogido la actividad desde los noventa.

En la porción del negocio menos cautiva de la estacionalidad, Enrique Casares aporta su experiencia de empresario de paintball que decidió hacer camino al andar desde que jugó a disparar sin riesgo en Estados Unidos y le gustó aquello y lo trajo a Candamo. También él anota entre los barreras las "regulaciones restrictivas que perjudican más que avivan" esa consideración de la actividad como un recurso del que hacer colgar una parte apreciable del futuro de la riqueza del turismo en Asturias. De ese modo, lamenta, "se consigue el efecto contrario, que en vez de que cuide el medio quien lo necesite, cada vez menos personas vivan de él".

Al discurso siempre vuelve aquello que Kaly Menéndez escuchó recientemente en el congreso internacional del turismo activo, en Granada: "El representante de la asociación europea dijo que en España estamos regulando tanto que al final no nos vamos a poder mover" y Menéndez aporta el ejemplo de los ríos: no entiende que "el rafting no se permita en el occidente con el argumento de la protección del salmón cuando los cauces tienen presas de más de cuarenta metros inabordables para los peces".

Soto añade la impaciencia del promotor que estuvo dos años esperando los permisos para abrir la vía ferrata de Ponga, o la frustración habitual de tropezar a cada paso, en la Cordillera Cantábrica protegida por una sucesión sin pausa de parques naturales, con una regulación a cada cual más restrictiva para un sector que no se niega a ser controlado ni entiende que no se entienda que el más interesado en conservar el medio natural es el que vive de él.

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