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Enrique Pinín, pintor

"En Almería descubrí a varios enfermos de lepra que vivían en cuevas y desatendidos del seguro"

"Salí de un internado de dominicos en Valladolid y me chocó la macarrería de Moreda, su ambiente de brutalidad en el que se imponía el más macho"

El artista Enrique Pinín, en el Campo San Francisco de Oviedo. luisma murias

-Nací en Moreda de Aller en 1955. Mi padre era administrativo de Hunosa y mi madre, una ama de casa que luchó por sus diez hijos, yo fui el primero, de los que vivimos ocho. Se esforzaron para educarnos. A través de la parroquia, que tenía un cura muy progre, don Custodio, mi padre -un manitas que dibujaba muy bien- montaba talleres de educación técnica para evitar que los chavales tuvieran un desarrollo laboral o técnico.

-¿Cómo se llama?

-José Ángel, tiene 88 años y alzhéimer. Se formó en el Orfanato Minero. Salía de trabajar e iba para casa, donde era responsable de la familia. Nunca lo noté separado de mi madre, Enriqueta, que murió de cáncer en 1990. Era de Asturias, pero se educó en León con frailes franciscanos. Llegó a Aller y conoció a mi padre. Era cariñosa y expresiva.

-Dice que perdió a dos hermanas.

-Una de las gemelas, once meses más pequeñas que yo, al nacer. Victoria murió de leucemia, con 5 añinos. Fue muy duro, pero prefirieron que no me enterara, que me quedara en el colegio donde estaba interno.

-¿Cómo era el ambiente en casa?

-Respetuoso y abierto. Mi madre era muy solidaria, guardaba ropa y alimentos que nos sobraban y conectaba con una madre de los gitanos que acampaban en Sotiello y convivían algo con nosotros.

-Los dos crecieron en internados.

-Sí, y yo me fui en seguida. Mis recuerdos infantiles de Sotiello son de una casina donde se comía bien, con una habitación para tres o cuatro hermanos. La escuela era represiva.

-¿Qué tipo de rapacín era usted?

-Bueno pero raro. De estar con la gente pero verla con extrañeza. Ya dibujaba y era buen estudiante y discreto. En casa no pegaban y en el colegio no las llevé.

-¿A qué edad se fue de casa?

-Con 11 años, al colegio de Arcas Reales en Valladolid, por medio de un tío que había sido dominico. Mis padres querían darme una oportunidad de formarme más que hacer de mí un dominico.

-¿Cómo vivió la marcha al colegio?

-Sin tristeza, ni angustia, como una aventura para ver mundo nuevo. Ese mundo fue duro, de mucha disciplina, rígido y exigente en estudios y horarios. Venía de un pueblo y de moverme por el monte. Seguí siendo bueno, disciplinado y saqué algunas matrículas. Me gustó la lectura y aprendí a saber estar, a tener disciplina y a cumplir compromisos.

-¿Tenía afinidad con los chavales?

-Algunos eran de mi zona, reclutados por los curas. Hice grupo a través de los juegos y el deporte. Era espigado y delgadín y me dediqué al atletismo, a la velocidad.

-Competitivo e individualista.

-Abro y cierro periodos. Esos 4 años de internado fueron un juego de equilibrios y contrastes. Me gustaba el estudio, dibujaba bien y me encargaban las manualidades como la decoración para el Corpus Christi. Me hice otro mundo introspectivo. Al segundo año de internado ya no sentía el ambiente de Moreda. Un verano fuimos a Perlora y le pedí a mi padre volver al colegio dos semanas antes, cuando no había nadie. Me gustaban la soledad, los paseos y ayudar a los frailes en la limpieza. En Semana Santa me quedaba por el coro y participaba en las procesiones.

-Era un buen alumno, ¿por qué marchó?

-En clase de Matemáticas el profesor me pilló dibujando a una tía en bikini de un calendario. Estaba enfrascado y me dio una hostia. Me quitó el calendario y el dibujo y dijo: "Creo que no eres merecedor de estar aquí y te vamos a echar". Al día siguiente llamé a mi padre y le dije: "Quiero marchar, ven a buscarme o cojo un tren para Oviedo". A mi padre no le gustó, pero lo aceptó bien.

-Tenía 14 años. Fue muy drástico...

-Mi tendencia era un espíritu más libre. Excepcionalmente, me dieron el curso por acabado porque iba muy bien. Llegué a Moreda y me examiné de reválida de cuarto en Mieres, que saqué fácilmente.

-De los frailes al Instituto de Moreda.

-Choqué por la macarrería, la gamberrada, el ambiente de brutalidad en el que se imponía el más macho. Había peleas entre pandillas en las fiestas del pueblo, pero yo estaba al margen. No me gustaba ni me gusta la violencia. Me cerré en el estudio y en el deporte, la carrera y el voleibol, del que el Polideportivo de Moreda fue campeón de Asturias juvenil.

-¿Y los amigos de infancia de Sotiello?

-Me aportaban lo que no había podido vivir por marchar y yo les aportaba lo que no habían podido vivir por quedar. Oíamos a "The Beatles", que los traía Kum, un rapaz de ascendencia alemana del equipo de fútbol.

-Ambiente de Moreda.

-Había dinero, actividad y pandillas muy movidas que hoy iban a La Bombilla y el próximo fin de semana, a Pola de Lena. En el instituto me hice adicto al dibujo. Cuando dije en casa que quería estudiar Bellas Artes mi madre me pidió un curso de dibujo y pintura por correspondencia de Ceac. Dibujaba en la habitación, según el curso, porque quería aprender técnica y método. Mandaba los ejercicios y me devolvían notas por encima de 8. En COU, el orientador dijo que podía ser artista o abogado. El profesor de Dibujo hizo que el instituto comprara estatuas de escayola para que dibujara del natural y me preparara para el examen de ingreso en Bellas Artes. Mi madre había guardado mis dibujos en una carpeta...

-Para eso están las madres.

-... Se enteró de que Francisco Reolid, catedrático de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando y de Artes y Oficios en Moratalaz, iba a exponer en Gijón. Cogió el tren muy decidida y le dijo a Reolid: "Tengo un hijo que quiere hacer Bellas Artes. Éstos son sus dibujos. Sea sincero sobre si le parece que vale, hago el esfuerzo pero tengo muchos hijos y no puedo perder el tiempo".

-¿Qué contestó Reolid?

-"Su trabajo es excelente. Vuelva a Moreda, búsquele donde vivir en Madrid que yo me encargo de formarlo en Moratalaz para que entre en Bellas Artes". Cuando mi madre me lo contó fue una ilusión enorme. Fue mi protector durante 3 años. Varias veces en la vida me encontré con gente que me ayudó.

-¿Cómo se arreglaron?

-Reolid enfermó y tuve que retrasar mi viaje a Madrid medio año, en el que dibujé las esculturas del instituto y seguí con el voleibol. Mi madre recurrió a los Dominicos, que tenían una residencia en Alcobendas, y me aceptaron, excepcionalmente, junto a un castellano que tocaba piano y órgano y un japonés que hacía un curso de guitarra. Reconecté con algunos compañeros de Valladolid que eran novicios y estaban en la teología de la liberación. Hablaba con ellos de teología y de filosofía y me invitaron a sus actividades humanitarias en Vallecas. Por ellos entré en contacto con la fundación de Raoul Follereau, que administraba una lavandería en la que los enfermos de lepra recuperados tenían trabajo y seguro social y se encargaba de la educación de los hijos, los alquileres de las familias y de la cuestión médica en contacto con la leprosería de Trillo.

-¿Y la preparación para Bellas Artes?

-Iba con Reolid de cuatro de la tarde a nueve de la noche. Por las mañanas y los fines de semana me contrataron de coordinador de actividades de la Follereau. Iba a una provincia con un permiso del obispo y recorría las parroquias para que nos dejaran hacer cuestaciones de la lepra. En Almería descubrí a varios enfermos de lepra que vivían en unas cuevas y a los que la Seguridad Social sólo daba aspirinas o paracetamol. Eran muy marginales y vivían aislados y desahuciados por el sistema. La lepra no se contagia de padres a hijos ni a ti. Hasta bailé con ellos. Tienes que estar bastante tiempo en un ambiente de falta de higiene para contagiarte.

-¿Por qué no entró en San Fernando?

-Me presenté el primer año, éramos seiscientos para veinte plazas, y no aprobé. El segundo año, tampoco. El profesor me decía que funcionaban las recomendaciones y me planteó: "Eres muy buen dibujante pero no estás en el sitio adecuado".

-¿Por qué eligió Valencia en 1977?

-Tenía buenas referencias de los profesores y de la educación mediterránea. El examen fueron quince días de dibujo al natural. Saqué el número 2. Entré en una pensión de estudiantes, formamos una pandilla de ocho asturianos y luego alquilamos pisos. Escogí escultura por trabajar el dibujo de volumen, la talla en piedra y madera y disfrutar con el barro. Estaba feliz y era libre como nunca. pero tenía pendiente la mili.

-¿Se adaptó a la mili?

-Mal. Fueron 18 meses en Cáceres y Plasencia. Como hacía Bellas Artes di clases de pintura a la mujer de un comandante y a sus amigas. Así logré hacer una buena mili pese a mi falta de espíritu militar, la pérdida de tiempo y que era un cuartel de castigo con trato denigrante en el que vi cómo le ponían a un compañero una pistola en la cabeza.

-Y volvió a Valencia...

-Para comerme la vida. Estoy enfocado a lo que hago y lo que hago determina lo que soy. Tenía que estudiar bien por la beca. En verano trabajaba en la construcción y con lo que ganaba y la ayuda familiar cubría mis pocas necesidades y mi paquete de rubio.

-¿Cómo era Valencia?

-Para mí, una ruptura. Una fiesta de sensaciones, percepciones y drogas en un ambiente sexualmente abierto y liberal. Vi la luz y el Mediterráneo con una panda de asturianos, Herminio Ordóñez, que ahora trabaja en un periódico en Madrid; Julio Ruiz, empresario en holografía de seguridad; Salvador Miralles, que hace cómics en Oviedo, y Prieto, de Avilés, que no sé a qué se dedica.

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