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Memorias | JAIME ÁLVAREZ-BUYLLA MENÉNDEZ | Médico jubilado, presidente de la Sociedad Filarmónica de Oviedo

"Para el éxito hace falta esfuerzo, pero también suerte"

"Dirigí veinte años un centro de rehabilitación que fue pionero en España, con cursos de Formación Profesional que nacieron de un encuentro casual con Torcuato Fernández-Miranda en la playa de Gijón"

Jaime Álvarez-Buylla, en su casa de Oviedo. luisma murias

Fue en el Monumental Cinema, en Madrid. Jaime Álvarez-Buylla Menéndez (Oviedo, 1931), calcula que era 1958. Cantaba Maria Callas, un recital para recordar. Callas tenía entonces 35 años y ya estaba en el cénit de su carrera. "Era una mujer con un arte incomparable y de una elegancia fantástica. Fui a verla en compañía de un amigo, Rafael Fontana, y tras la función bajamos para verla de cerca. Y sí, pasó a dos metros. Yo no me pude contener y grité '¡Brava!', y ella nos miró, sonrió y nos dio las gracias".

Al piso donde Jaime Álvarez-Buylla vive junto a su esposa, Margarita, ya no le quedan paredes para colgar dibujos y pinturas, ni estantes para colocar fotografías. Un piso de los de Oviedo de toda la vida, en una calle del centro. Un personaje, Jaime, a juego, con estética de caballero sin tiempo, aroma de colonia y memoria prodigiosa. "¿Sabe lo que me pasa? Que voy a los sitios y soy siempre el más viejo. No se puede imaginar la cantidad de amigos que se me han muerto. Pero yo me siento bien porque la cabeza me funciona, y eso es básico".

Jaime Álvarez-Buylla, médico jubilado, presidente de la Sociedad Filarmónica de Oviedo, melómano reconocido. Después de 84 años habita a dos pasos de donde nació, aunque haya recorrido mucho mundo en su periplo vital. "Éramos seis hermanos, quedamos dos. Nuestro tío Plácido fue alcalde de la ciudad durante la guerra. Mi padre era abogado, un hombre ecuánime, tranquilo pero con genio. Fue decano del colegio profesional y gerente del balneario de Las Caldas, que era propiedad de la familia. Íbamos allí por los veranos y a mí me encantaba todo aquello. Mis padres reconstruyeron el balneario muy poco a poco, con mucho esfuerzo".

Niño burgués de la generación de la guerra. "En casa entró un día un cañonazo que destrozó el comedor, así que la familia decidió cambiar. Marchamos a la casa de Anita y Pacina Tuñón, que vivían en la calle San Juan, cerca de Porlier, pero allí peor, estábamos más a tiro. Otra mudanza, a la casa de la abuela Sara, en Uría. En la parte baja abría Casa del Río. Cuando Teijeiro rompió parcialmente el cerco de Oviedo nos metimos en un coche y logramos salir de la ciudad a través de aquel corredor donde se la jugó mucha gente porque las fuerzas que rodeaban la ciudad disparaban a quienes trataban de dejarla atrás".

Castropol, siguiente cita. "Se puede decir que allí 'viví' la guerra, en zona sin guerra. Yo, que era revoltoso a más no poder, lo pasé bárbaro. Alguien me dio una caña y yo bajaba a la ría a pescar muiles. Claro, los muiles de roca están riquísimos pero los de ría no se comen. Bueno, de aquella, en tiempos de escasez, la gente sí que se los comía".

Salir de Oviedo fue un riesgo pero también un seguro. Si Oviedo caía en manos del ejército sitiador, los Buylla -Jaime está seguro de ello- hubieran tenido graves problemas, "y eso que a Plácido, un primo carnal de mi padre, lo habían fusilado los nacionales en África. Un suceso muy extraño. Y Arturo, un tío mío que era muy listo, estuvo casado con una hija de Melquíades Álvarez".

Entre tanta familia, y tan ramificada en lo profesional y, en cierto modo, también en lo ideológico, Jaime Álvarez-Buylla tiene un recuerdo para Honorina García, la niñera que vivió 72 años en la familia, "una mujer extraordinaria que cuidó de todos y que al final murió en casa, cuidada por todos y postrada en una silla de ruedas". La vida, que nos quita y nos pone, que reparte juego y papeles según las circunstancias. "Lo de que iba a estallar la guerra lo sabía todo el mundo. La única duda era cuándo. Cuestión de tiempo. Y así fue".

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