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JAIME ÁLVAREZ-BUYLLA MENÉNDEZ | Médico jubilado, presidente de la Sociedad Filarmónica de Oviedo

"Para el éxito hace falta esfuerzo pero también suerte, y yo tuve mucha con los que me rodearon"

"Estudié la carrera en Valladolid, con Félix Rodríguez de la Fuente de compañero; su padre se había empeñado en que hiciera Medicina, pero a él sólo le interesaban ya la naturaleza y el mundo animal"

Jaime Álvarez-Buylla Menéndez, rodeado de recuerdos y fotografías familiares. luisma murias

"Con el paso del tiempo acabé siendo muy amigo de Gerardo Caballero, el segundo del coronel Aranda. Era un fenómeno. En Castropol me enseñó las primeras letras Juan Moreno Luque, que también estaba allí con su familia. Era catedrático de Derecho de la Universidad. Fui allí a un colegio, el Santo Ángel, y ya de vuelta en Oviedo, mis padres me matricularon en el Loyola; lo que pasa es que me tocaron tres sedes distintas: en la calle Toreno, donde me dio clases el maestro Marcilla; en la calle Independencia y después en el Naranco. Me acuerdo de don Casimiro, el que me preparó para el ingreso. En aquellos años, para superar el examen de ingreso había que saber".

La germanofilia imperante en la España del primer franquismo excitó la necesidad de aprender alemán. "Comencé a dar clases con un canónigo de la Catedral que vivía en el Fontán. Tenía un piano y pronto me di cuenta de que me gustaba mucho más la música que el alemán, un idioma donde nunca sabes si es sí o es no hasta que acaba la frase. Me ponía, tocaba, aprendí algo por mi cuenta, y después con Ángeles y Adelina Abruñedo. Su padre era tenor, la casa estaba llena de condecoraciones. Luis cantó por toda Europa, una gran voz, pero, como ocurre con muchas personas, es hoy un desconocido para muchos en su propia ciudad. Ángeles se ponía al piano y yo quedaba con la boca abierta... Hace tiempo que no toco, lo fui dejando y cometí el error de ponerme al piano sin partituras. De vez en cuando voy al Reconquista y toco un par de canciones, pero la verdad es que no entretengo a nadie".

En la década de los cuarenta el colegio Fruela, en la calle Cimadevilla, era de alto standing. "Allí hice el Bachillerato. Recuerdo un profesor extraordinario, fino y culto que se llamaba José González. El director era Fernando Bances. Tenía un gimnasio, algo rarísimo para la época, y un frontón donde Pelayo Botas y Nemesio Álvarez Silvosa ganaban siempre".

La vocación médica le llegó a Jaime Álvarez-Buylla a través de su padrino Antonio Getino, director del sanatorio en la esquina de las calles Asturias y Toreno, en Oviedo. "No tenían hijos y yo comía muchas veces en su casa. Junto a mi padrino pasaba consulta Emilio Grande del Riego, padre de Paco Grande Covián".

Año 1948. Jaime Álvarez-Buylla, 17 recién cumplidos, llega a Valladolid, matriculado en la Facultad de Medicina (no había aún estudios de Medicina en Oviedo). "Mi padre me llevó primero a vivir a un colegio de los Jesuitas, pero nunca estuve a gusto. Me cambié a una pensión que se llamaba La Oficina y que estaba al lado del Ayuntamiento. Allí compartí estudios con José Manuel Antuña Zapico, que fue un grandísimo cirujano, y con Félix Rodríguez de la Fuente. Félix estudiaba Medicina porque su padre se empeñó, pero lo que ya entonces le gustaban era la naturaleza y el mundo animal. Muchos años más tarde, cuando Rodríguez de la Fuente era ya un personaje conocido en toda España, intermedié para traerle a Oviedo como conferenciante. Habló del salmón en el Colegio de Médicos, no cobró y al final, cuando le fuimos a despedir a la estación de tren, me regaló un bastón rústico que aún conservo. No lo saco a la calle porque me dice la familia que adónde voy con una cachava así".

La calle. Oviedo. "Salgo a dar una vuelta los domingos y, oiga, no conozco a nadie". Es difícil creerlo en alguien como Jaime Álvarez-Buylla, aunque reconozca que "pertenezco a un mundo que se ha perdido".

"Terminé la carrera en 1954 y enseguida me marché a Madrid a la Clínica Nacional de Accidentes de Trabajo, que estaba en el paseo de Reina Victoria. Era increíble la nómina de médicos que allí había. Estaban Poyales, un oftalmólogo famosísimo; el neurocirujano Sixto Obrador, y Nicolás Cimarra, Juan Villazón o Manolo Martínez Ladreda. Para mí fue como un curso MIR del que salí, por así decirlo, con la especialidad de traumatología. También estaban José Martínez, pionero absoluto en la implantación de prótesis de cadera, y un gran médico gijonés, Blanco Argüelles".

Jaime inició noviazgo con Margarita Álvarez-Santullano, su mujer, cuando aún no había acabado la carrera y ella era poco más que una adolescente. Noviazgo "de los de guardar ausencias". El padre de Margarita fue director de la Fábrica del Gas y presidente de la Cámara de Comercio local. El amor truncó probablemente una carrera profesional médica en Madrid, pero abrió puertas insospechadas en Asturias. Jaime y Margarita se casaron en noviembre de 1958 en La Corte, con Luis Miguel Ruiz de la Peña tocando el "A te, o cara" de la ópera "Il puritani".

Tras un corto periodo de tiempo en el ambulatorio de la Lila con un pequeño servicio de recuperación funcional, a Jaime Álvarez-Buylla le llega el encargo de su vida: poner en marcha el Centro de Rehabilitación, adscrito a la Residencia Sanitaria. El primero que, como tal centro, se iba a instalar en España.

"En la vida para lograr algún éxito hace falta esfuerzo pero también suerte, y yo la tuve. Muchísima. Suerte con los colaboradores, porque sin ellos nada es posible. Me acuerdo de la ayuda de Facundo Cabeza y de Ignacio Alonso del Campo a la hora de poner en marcha el Centro de Rehabilitación, unas instalaciones de 18.000 metros cuadrados que ahí están, cerradas a cal y canto, en el Cristo, una zona de Oviedo que agoniza. Me nombraron director del centro en enero de 1963, recuerdo que llegué allí un día que hacía un frío del carajo. El director de la Residencia Sanitaria era Pérez Silván, una cabeza privilegiada, un organizador nato. Y se inauguraron las instalaciones en julio de aquel año. Teníamos las mejores piscinas rehabilitadoras de toda Europa y unos programas de reeducación de la marcha y de reentrenamiento al trabajo que eran modelos".

El centro dirigido por Jaime Álvarez-Buylla contaba con distintas unidades. Una de ellas, la de columna vertebral, se convirtió en aquellos años en un referente: "Allí estaban conmigo María Jesús Martínez Noval, hermana del que fue ministro de Trabajo; Pilar Pavón y Francisco Díaz Lobato. ¡Qué profesionales! Hicieron una labor fantástica. Yo soy de los que piensan que la rehabilitación no es sólo una especialidad, es además una filosofía".

José Martínez Fajardo, un médico que lo sabía todo sobre prótesis, fue el encargado de formar a los monitores del centro de rehabilitación. "Yo había estado en Francia viendo instalaciones que nos pudieran servir para Asturias y, sobre todo, viendo técnicas para lograr una mayor eficacia en la reinserción laboral de los pacientes. En materia traumatológica el alta médica no implica que una persona pueda regresar al trabajo al día siguiente, que era lo que contemplaba la legislación vigente".

Muchos de los pacientes del Centro de Rehabilitación eran mineros o albañiles víctimas de accidentes laborales. La mayoría no estaba en condiciones de reintegración en sus puestos de trabajo, y había que buscar alternativas.

"Por el verano, cuando hacía bueno, mis dos hijos iban a la playa de Gijón. Los llevaba un taxista de Oviedo que se llamaba Narciso. Un día fui a buscarlos y me encuentro en San Lorenzo a un hombre a la orilla del mar, con el agua por los tobillos. Pero si es Torcuato, me digo. Y allí estaba Torcuato Fernández-Miranda, que por entonces era director general de Promoción Social. Yo tenía desde hace tiempo una idea en la cabeza, la puesta en marcha de unos cursos de Formación Profesional de reciclaje. Y voy, me presento y se la explico. "Trátame de tú", me dijo nada más saludarle. A Torcuato el proyecto le pareció muy bien, me dio un número personal de teléfono y a los pocos días le llamé a Madrid. Me puso en contacto con su segundo de a bordo que se llamaba José Farré y sí, a mitad de la década de los sesenta pudimos poner en marcha aquellos cursos de encuadernación, zapatería, reparación de radio y televisión o relojería. Al acto de inauguración asistió el arzobispo de Oviedo, Vicente Enrique y Tarancón. Nunca quise cobrar ni un duro por aquellos cursos, pero es que había mucho altruista conmigo. Recuerdo a Manolo Izquierdo, de la imprenta Gofer, que trabajó de una forma desinteresada, y a Ana María Fernández Fuejo, una asistente social asombrosa. Bueno, lo que le decía de la suerte con los colaboradores".

En agosto de 1970 el Centro de Rehabilitación recibió la visita de los entonces príncipes Juan Carlos y Sofía. Jaime Álvarez-Buylla guarda en casa el libro de honor de la institución, con la firma de los futuros reyes. "Me lo traje porque estaba seguro de que iba a acabar en la basura, como tantas cosas. El Centro de Rehabilitación estaba lleno de cosas, de instrumental. Yo pedía y pedía, y a veces llegaban aparatos. ¿Qué pasó con ellos? ¿Dónde están?, porque abajo, al nuevo HUCA, yo creo que no se llevó nada".

La visita de Sofía y Juan Carlos se supo sin apenas tiempo para organizaciones. "El director de la Residencia, Pérez Silván, estaba de vacaciones y el único que tenía forma de contactar con él, a través de un amigo, era yo. Acostumbraba a coger una roulotte y marcharse a San Esteban de la Barquera. Se iba demacrado y venía nuevo. Le llamé: 'Oye, que vienen los Reyes'. Y Pérez Silván me dijo: 'Como si no me hubieras llamado' ".

El encuentro playero con Torcuato Fernández-Miranda fue un golpe de fortuna. "Era un hombre inteligentísimo, destinado a liderar la transición política española, que no era fácil precisamente. Ahora, desde la perspectiva que nos da el tiempo, me doy cuenta de que aquellos cursos de FP especial sirvieron para impedir el desperdicio de talento de muchos grandes trabajadores. Un día me encontré a uno en Belmonte de Miranda. Había sufrido una paraplejia y había hecho un curso de reparación de radio con nosotros. Gracias a aquella formación logró abrir un taller en Belmonte. Nos saludamos y me dijo: 'Aquí estoy yo, con coche a la puerta, y una familia'. Y no sabe usted qué emoción, qué satisfacción".

Álvarez-Buylla permanece como director del Centro de Rehabilitación de la Residencia Sanitaria de Oviedo desde 1963 a 1983. "Cuando llegaron los socialistas me echaron. He de decir en honor de la verdad que yo llevaba mucho tiempo y que ya había dicho a mis superiores que quería marcharme. Dejo la dirección, pero sigo en el Centro de Rehabilitación como jefe de servicio. Me sustituyó Jaime Álvarez Grande, buena persona y muy preparado".

En 2001 dio por concluida su carrera como médico tras más de 45 años de profesión. "En la Medicina y fuera de ella he procurado siempre cultivar la amistad. Tengo amigos desde hace setenta años, de los de beso y abrazo cuando nos vemos. Yo creo que un amigo que deja de serlo es que no lo fue nunca. La amistad es de las pocas verdades que tiene la vida".

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