Ya han pasado más de 50 días desde que el Apple Watch se puso a la venta y va siendo hora de analizar lo que ha supuesto este dispositivo. Lo más sorprendente es que el Apple Watch sigue en mi muñeca: soy acérrimo defensor de los relojes, pero de los de verdad. Probé varias docenas de "relojes inteligentes" y siempre con el mismo resultado: al cabo de unos pocos días regresan a su caja y se vuelven por donde han venido. Cumplían con todo lo que prometían, pero les faltaba algo. Demasiado plástico y poco espíritu.
A priori no esperaba mucho más del Apple Watch. Tal vez, esa falta de expectativas hizo que al empezar a utilizarlo me sorprendiera su funcionamiento, en las antípodas de lo que conocía. Este reloj inteligente es distinto a todo lo anterior. Las aplicaciones eran precisamente el talón de Aquiles de todos los relojes inteligentes hasta la llegada del Apple Watch. Este dispositivo ha roto con todo lo visto hasta ahora al poder utilizar las aplicaciones que hay instaladas en el iPhone, pieza imprescindible para el funcionamiento del reloj. Estar todo el día pendiente del teléfono pasó a ser historia, las notificaciones aparecen en el reloj de forma rápida, eficaz y discreta. El teléfono ya no monopoliza tu atención. Al comprar un Apple Watch compras tiempo. Ahora puedes revisar el correo, los whatsapps y los mensajes de forma rápida, eliminando lo que no necesitas al instante y en cualquier lugar. Cuando revisas el resto en el ordenador lo haces en menos tiempo. Pero las mismas aplicaciones que lo hacen distinto podrían significar también su muerte. Muchas fallan, otras no permiten interactuar más allá de leer una simple notificación y algunas incluso provocan el cierre de la app en el móvil.
No cabe duda de que el Apple Watch es un dispositivo único, que funciona infinitamente mejor de lo esperado y que ha supuesto un punto de inflexión, pero todavía tiene carencias que hay que subsanar. Y no, la duración de la batería no es una de ellas.
