La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El verano de Toufah lejos de la arena

La vida en Asturias de uno de los 257 niños saharauis que, después de coger fuerzas y exprimir sus vacaciones, regresan a los campamentos del desierto, donde les espera un destino incierto

Sidahmed Ahmed, en el Campo San Francisco de Oviedo.

James Baker, un exmarine texano comisionado por el secretario de las Naciones Unidas Kofi Annan, formuló durante siete años una propuesta tras otra, intentando dar solución al conflicto del Sahara Occidental. El segundo plan Baker, liderado por los Estados Unidos, es del año 2003 y consiste básicamente en dotar de autonomía a los territorios ocupados por Marruecos tras la salida de los españoles y luego, después un periodo de cuatro años, celebrar un referéndum de autodeterminación. Marruecos no aceptó, porque estaba en desacuerdo con el censo de electores confeccionado por la ONU (Organización de las Naciones Unidas). 2003 es también el año en que nació Toufah Bouba Mohamed-Boujari. Vino al mundo en uno de los campamentos de refugiados saharauis en territorio argelino. Sus 12 años han transcurrido en mitad del desierto, entre una jaima y una casa de adobe en la que es más fácil sobrellevar las temperaturas por encima de 50 grados de las épocas de calor intenso. El acceso al agua es limitado, el suministro eléctrico no está garantizado, en una zona fuertemente militarizada y dependen de las ayudas internacionales para subsistir. Toufah nunca ha oído hablar de Baker ni de otros muchos dirigentes políticos que pudieron haberle cambiado la vida, a él y a los 120.000 saharauis que viven en los campos de refugiados argelinos. Y pese a la dramática historia de su gente Toufah tiene una alegría imbatible. El pasado 6 de julio aterrizó en Asturias con una fina inteligencia, una simpatía con la que hace amigos fácilmente y una sensatez, a pesar de su ingenuidad, que no es común en los niños españoles de su misma edad. Con él llegaron otros 256 niños de los campamentos, que salen en verano huyendo del sol abrasador y de un destino implacable.

El llamamiento que la Asociación Asturiana de Solidaridad con el Pueblo Saharaui -con la que se puede contactar a través del correo electrónico acevedoypola@hotmail.com- hizo el pasado mes de abril a través de medios de comunicación como LA NUEVA ESPAÑA, buscando personas dispuestas a acoger en sus hogares a niños de los campamentos durante dos meses, obtuvo respuesta. Con el tiempo ya encima y con la información justa muchos asturianos se ofrecieron a recibir un niño en su casa. Si no hubiera sido así esos críos se hubieran quedado en tierra.

La crisis económica ha mermado los envíos de productos básicos que, a través de instituciones y organizaciones internacionales de cooperación, llegan al Sahara. También ha tenido impacto en la acogida de los chiquillos, de la que muchas familias españolas acuciadas por las dificultades de estos últimos años, han desistido. El programa "Vacaciones en paz" se inició en el verano de 1979, a través de un acuerdo entre el Frente Polisario y el PCE, y varias generaciones de saharauis han pasado por él. Su propósito es sacar a los niños del horno en el que durante los meses estivales se convierte el desierto pedregoso en el que viven y que a los más débiles puede costarles la salud. En los campamentos la anemia es endémica y hay importantes carencias nutricionales por la imposibilidad de acceder a alimentos frescos. Toufah y sus compañeros de viaje no conocen más pescado que el atún, y en lata. Ahora también le gustan los calamares.

"Vacaciones en paz" tiene un segundo objetivo, que sus impulsores no pierden de vista, y es evitar que se diluya en las conciencias de los españoles su responsabilidad para con su antigua colonia, cuyo estatus dejaron sin resolver y a la que el Estado español había prometido en 1974 un referéndum de autodeterminación, similar al que la ONU ha intentado sacar adelante en los últimos años.

El viaje a España es, sobre todo y en especial para los niños que proceden de los campamentos más aislados, una cuestión de supervivencia. La única condición que impone la asociación a las familias que los reciben es someterlos a su llegada a una revisión pediátrica. Salvo excepciones son chiquillos sanos, que requieren como mucho vacunación -si es la primera vez que vienen a España-, suplementos vitamínicos, medicación para los parásitos intestinales o alguna intervención dental. Los hay con problemas más serios, incluso que necesitan someterse a alguna intervención quirúrgica durante su estancia. Mientras están en España tienen acceso a la sanidad pública y figuran como un hijo más en la cartilla sanitaria de sus acogedores.

El acceso a la sanidad en los campamentos es muy limitado. Según datos del Consejo General de Colegios Oficiales de España, en los cinco campamentos de refugiados saharauis trabajaban hace un par de años 24 médicos, entre los que había dos pediatras y un ginecólogo. La mayor parte de la asistencia médica es asumida por personal de enfermería. La madre de Toufah, según él cuenta, ayuda en los partos, pesa a los bebés y pone inyecciones. La esperanza media de vida en un campo de refugiados saharauis es, según distintas organizaciones, de poco más de 60 años. Toufah dice que, de mayor, quiere ser médico.

Algunos niños saharauis, sobre todo si son pequeños o si no han salido de los campamentos, sienten auténtico pánico ante la perspectiva de viajar lejos y separarse de sus familias. El pasado mes de julio un par de los que tenían que llegar a Asturias se quedaron al pie de la escalerilla del avión, literalmente, con la consiguiente decepción de las familias que los estaban esperando y de sus padres, que cuando los envían a ese viaje lo hacen pensando en lo mejor para ellos. Los niños saharauis están muy apegados a las madres. Son las mujeres las que, durante décadas de éxodo y con la mayoría de los varones en el Ejército del Polisario, han mantenido en pie los campamentos, han cuidado de los niños y los mayores, han organizado dispensarios sanitarios y escuelas y tejido redes internas de solidaridad, y lo siguen haciendo. Cuando pasea por Oviedo y ve a gente pidiendo por las calles, Toufah no lo entiende: en los campamentos se comparte todo y la gente se ayuda, dice. Algunos españoles que han viajado allí hablan de ellos como un prodigio de organización en medio de la nada.

Las diferencias culturales no son un obstáculo para la acogida. Pueden complicar algo la convivencia pero se disipan si hay buena voluntad. Este verano viajaban chiquillos de entre 10 y 12 años, aunque excepcionalmente había algunos fuera de ese tramo de edad. Los más pequeños no hablaban español. Tampoco están habituados a usar cubiertos en la mesa, porque como en el resto del mundo bajo influencia árabe, en el Sahara se come con la mano. Practican la religión musulmana. Algunos niños rezan, otros no. Los hay que no comen cerdo y otros que durante el verano se relajan con ese precepto y se entregan a los bocadillos de jamón.

No todos los niños se adaptan ni todas las personas que acogen están a la altura de las circunstancias. Aunque es muy excepcional hay abandonos del programa a mitad del verano, por las dos partes. Cuando eso sucede la Asociación Asturiana de Solidaridad con el Pueblo Saharaui se hace cargo de los chiquillos, que quedan a su cuidado. Eso no es lo corriente, desde luego. Las familias de acogida suelen establecer estrechos vínculos de afecto con los niños, a los que saben que, quizá, no volverán a ver más cuando embarquen en el avión de vuelta. El teléfono e internet, que también ha llegado a los campamentos, permiten desde hace unos años acá mantener el contacto con más facilidad. La experiencia es dura, por el contraste de realidades y por la separación.

El verano con un niño pasa volando, el de un niño saharaui aún más. Si es su primera visita a España hay mucho por descubrir y si ya vino antes está ansioso por disfrutar de placeres que ya ha probado. Toufah nunca ve la hora de salir del agua en la piscina o en la playa, siente fascinación por los vehículos de ruedas, le maravillan los perros, así que apenas avanza por la calle porque se detiene con cada uno que pasa, y le gustan los videojuegos, el fútbol, las hamburguesas y la tortilla de patatas. Entre otras muchas cosas. Pero lo que prefiere, sobre todo, es estar con los amigos: Saad, Ahmed, Fatma, Alí, Moha, Alba, Nico, Fernando, Darío y una retahíla larguísima.

Toufah se fue hace hoy exactamente una semana. Se reunió con sus compañeros de viaje en el Quirinal, en Avilés, por la tarde y de allí salió al aeropuerto. Se fue saludable y contento, feliz por volver a ver a sus padres y sus hermanas, y dejando un inolvidable recuerdo. No hay certidumbre sobre su regreso o un posible reencuentro. Toufah regresaba a su casa al mismo tiempo que el enviado de la ONU Chistopher Ross se dejaba caer por los campamentos, para ultimar un informe que en octubre debería presentar a la organización, para intentar desbloquear una vez más el futuro de ese rincón olvidado del mundo. Toufah, por supuesto, es un niño y no está al tanto de nada de eso.

Compartir el artículo

stats