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El producto final de la mina, el bullón de oro y de plata, lo hacen las chicas

El producto final de la mina, el bullón de oro y de plata, lo hacen las chicas

Dirigir un camión como el de Davinia Fernández es más difícil de lo que parece. Jorge Sánchez asegura que la visibilidad desde la cabina es muy limitada. "Ella está colocada en la parte izquierda y de lado para poder controlar todo lo que pasa delante y detrás. Aun así, el ángulo de visión es complejo", reconoce. Para saber manejar un vehículo de estas características, es necesario hacer un curso de conducción, que Davinia Fernández superó sin problemas. "Puede resultar duro pasar tantas horas aquí abajo, pero a mí esto me encanta", insiste la joven, que agradece a la empresa la oportunidad que le brinda para formarse y ascender.

La de Fernández no es la única historia de mujer que se escucha en la mina de Orovalle, filial asturiana de la multinacional Orvana, con sede en Toronto (Canadá). Ana María Alonso, de 56 años y natural de Belmonte de Miranda, es operaria en planta y realiza funciones de polivalente en reactivos y la sala del oro. La escasez de oportunidades laborales le llevó a presentarse a un puesto de oficina en la mina en 1997. Sin embargo, el destino quiso que sus manos diesen forma al producto final: el bullón, una especie de lingote de oro y de plata. "Al principio, no me parecía un trabajo para mí. Pero ahora no lo cambio por nada", asegura Alonso, que opina que "las mujeres estamos tanto o más capacitadas que los hombres para desempeñar cualquier tipo de tarea". Ana María Alonso se siente "privilegiada" al ser una de las pocas trabajadoras que participan en la elaboración del bullón. "Solemos ser tres chicas. Y eso que físicamente la actividad es dura, porque tenemos que coger pesos y soportar altas temperaturas", explica.

En esta ocasión, el horno de fusión alcanza los 1.154 grados centígrados. El calor que desprende llega a molestar. Alonso lleva un traje especial de color gris, con capuchón y guantes. Durante varios minutos remueve con una vara su contenido. "Esto es igual que hacer un cocido. Antes, no sabía cuándo el oro estaba listo, pero ahora lo sé perfectamente. Yo lo veo en seguida", comenta Alonso, que vierte el metal sobre el molde del lingote, conectado a su vez con otras tres piezas. La fusión de oro y de plata pasa poco a poco de un bullón a otro. Este proceso suele tardar unos diez minutos, ya que al principio sólo sale escoria. "El oro, que es lo que nos interesa, no aparece hasta el final", cuenta Alonso. El siguiente paso es dejar enfriar la composición y desmoldar los bullones -normalmente sólo uno, puesto que el resto están cubiertos por un manto de escoria-. Tras ello, se mete el producto bajo el agua.

Pilar Menéndez, de 46 años y residente en Selviella (Belmonte de Miranda), ayuda a Alonso a completar el proceso. La mujer, que dibuja una sonrisa permanente en su rostro, se pone seria cada vez que maneja la pulidora. El objetivo es eliminar las impurezas del bullón. A medida que lo hace, se va apreciando el resultado: la pieza pasa de ser negra a teñirse de gris. Eso es la plata, aunque también se aprecia alguna pequeña veta de oro. El paso final es marcar un código de identificación en el bullón y pesarlo. De esto último se encarga el ingeniero de minas Juan José Álvarez. "Su peso es de 6,5 kilos", dice el hombre en voz alta para que el jefe de planta, Roberto Cabada, anote la cantidad en un documento. El bullón ya está listo para llevarlo a Suiza, donde el material se fundirá nuevamente para separar la plata del oro y obtener el lingote final. Orovalle produce al año 12.135 onzas de oro, 37.297 onzas de plata y 1,4 millones de libras de cobre.

Antes de llegar al horno de fusión, el oro no parece oro. Son piedras de color negro, que se muelen hasta adquirir un aspecto similar al barro. El producto pasa por unas espirales hasta las mesas vibratorias, que emulan el movimiento del bateo. "Aquí se riegan de agua y por espesor la máquina va separando el cobre de la plata y del oro", detalla Ana María Alonso, una mujer de lo más alegre y jovial, que junto a Pilar Menéndez se encarga de controlar todo este proceso. Alonso lo resume de carrerilla en un puñado de palabras: descarga, preparación de reactivos, tratamiento de residuos, elución, electrólisis y fusión. "Mucha gente desconoce que en Asturias se extrae oro. Todavía me pasó el otro día en el hospital. Me preguntaron dónde trabajaba, les conteste que en una mina y rápidamente me dijeron asombrados: '¿En una mina?' 'Sí, en una mina y de oro', agregué yo. Quedaron alucinados", rememora con gracia Ana María Alonso, que tiene a su hijo Amundo Fernández, de 25 años, trabajando también en Orovalle como jefe de relevo en planta. "Toda la juventud del concejo está aquí. La mina es la única salida que tenemos", razona Alonso.

Esta opinión la comparte Guadalupe Collar, de 37 años y vecina de Cangas del Narcea. La joven, que es desde octubre de 2013 jefa del departamento de geología, lleva trabajando en la mina trece años. Primero, para Río Narcea Gold Mines -anterior propietaria de la explotación- y desde hace ocho, para Orovalle. Collar dirige un equipo formado por 26 profesionales, 9 geólogos, un operario y una contrata de 16 operarios. "Mi familia es minera. Mi padre siempre trabajó en yacimientos de carbón, y yo desde pequeña dije que iba a acabar trabajando en un yacimiento", afirma Collar, que estudió Geología en la Universidad de Oviedo. Así fue. En 2002 llegó a Boinás gracias a una beca de estudiante. "Empecé haciendo sondeos y recogiendo testigos para describir todo lo que hay bajo tierra", recuerda. Ahora, entre sus principales tareas destaca la selección de los minerales que van a ser explotados y el control del avance de las galerías. De ella también depende la puesta en marcha de nuevos proyectos en otros puntos de la región y trabajar para aumentar la esperanza de vida de la mina. Según sus cálculos, a la explotación todavía le quedan más de diez años. "Todo va a depender del precio del oro y si resulta rentable o no aprovechar ciertas áreas, pero recursos hay suficientes", expresa Collar, quien detalla que la profundidad máxima que alcanza la mina en la actualidad es de unos 500 metros. "La previsión es que sigamos avanzando. Quedan muchas zonas aún por sondear. Hay oportunidades", agrega.

La explotación de la mina de El Valle inició su actividad en la década de los setenta tras realizarse varias perforaciones que confirmaron el potencial de la región en cuanto a oro. Entre 1997 y 2006 el yacimiento perteneció a Río Narcea Gold Mines y en 2007 fue adquirido por Orovalle (entonces Kinbauri), que se integró en Orvana en 2009. "Al principio fue una mina exterior, pero al haber cada vez menos material en la superficie se pasó a la extracción interior", aclara Guadalupe Collar, que considera que "las mujeres somos tan válidas como los hombres" para trabajar en un yacimiento minero. Así lo confirman las estadísticas. Orovalle cuenta en su plantilla con 47 mujeres de los 376 trabajadores que tiene en Belmonte de Miranda. En los últimos seis años, el porcentaje de féminas se multiplicó por siete, llegando a representar el 12,5 por ciento del total de la empresa. De todas las mujeres, treinta tienen menos de 40 años y cinco de ellas ocupan puestos directivos. Es el caso de Daniella Dimitrov, presidenta y consejera delegada de Orvana, firma a la que pertenece Orovalle.

A Dimitrov le ilusiona "el talento y el desarrollo personal y profesional que está teniendo lugar en nuestra empresa". "Es cierto que trabajamos en un sector históricamente masculino, pero el cambio ya ha empezado y tenemos una generación de mujeres llamadas a jugar un importante papel en la industria minera, contribuyendo además de forma positiva al desarrollo sostenible. La diversidad en cualquier plantilla, incluidas las empresas industriales, es fundamental. Creo que hay un enorme potencial femenino en este sector, mujeres que están en pleno desarrollo laboral y necesitan espacio para avanzar", remata. Como Davinia Fernández, Ana María Alonso, Pilar Menéndez, Guadalupe Collar... Y las que están por venir.

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