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JORDI CANAL | Historiador y profesor de la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París, publica "Historia mínima de Cataluña"

"Creer es fundamental para el nacionalismo, lo que hace el diálogo casi imposible"

"Antes de 1714 no existían ni una nación ni un Estado catalanes" - "Necesitamos un nuevo relato para la España del mañana"

Jordi Canal.

En el improbable caso de que nunca haya oído hablar de Cataluña, con un solo libro puede conocer la esencia histórica de un territorio cuyo nombre es hoy, día en que los catalanes pueden dar en las urnas el primer paso hacia la secesión, sinónimo de problema. El historiador Jordi Canal (Gerona, 1964) ha conseguido comprimir en poco menos de 300 páginas el acontecer temporal que va desde la mandíbula del neandertal de Bañolas, de hace de 45.000 años, hasta el Barça. Podría resultar una proeza menor, el simple logro de alguien con habilidad para la síntesis, si no fuera porque esta "Historia mínima de Cataluña" (Turner) es un relato riguroso, en el que el afán de ofrecer una visión de conjunto no sirve de excusa para eludir las cuestiones conflictivas que laten tras el proceso que hoy mueve los votos. El pasado es la materia primigenia y maleable con la que el nacionalismo tiende a cortar trajes a medida, cuyas costuras saltan ante el análisis del historiador sólo comprometido con su saber. Eso hace Jordi Canal al desmontar algunos de los mitos fundacionales de lo que, a su juicio, ha terminado por convertirse en una creencia que desafía a la razón. El autor de "Historia mínima de Cataluña" contesta desde París, donde ejerce como profesor de la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales (EHESS).

-Usted escribe que el desenlace de la Guerra de Sucesión en 1714 "no se trató ni del fin de la nación catalana ni de la supresión de un sistema democrático". Eso es casi una blasfemia para el nacionalismo. Defiéndase.

-Puede que sea una blasfemia para el nacionalismo, que comparte muchas cosas con la religión, la fe y las creencias. Pero a mí solamente me interesa, en este caso, la historia. Y las cosas no sucedieron tal como cuenta el relato inspirado por los nacionalistas catalanes. Antes de 1714 no existían ni una nación ni un Estado catalanes. Y, evidentemente, intentar hacer pasar las instituciones catalanas del siglo XVIII por democráticas para así poder decir que fueron suprimidas por una España autoritaria y centralista me parece un despropósito en términos históricos. Que, repito, son los únicos términos que me interesan cuando escribo o hablo como historiador.

-¿Elegir una derrota como momento fundacional imprime carácter nacional, no es algo así como ir siempre a la contra?

-Ésta es una lectura posible, a la que habría que añadir las posibilidades que ofrece para el victimismo, tan usado por el nacionalismo catalán. Y, asimismo, permite marcar un punto de caída y decadencia a partir del cual Cataluña va a renacer e iniciar el camino hasta la victoria final, que en los términos actuales pasa por la independencia de España.

-En España el pasado siempre parece pesar en exceso. ¿Se exacerba esto en el caso de Cataluña?

-El pasado es siempre importante para cualquier Estado o cualquier nación formada o en formación. Pero en el caso de Cataluña, en donde la cultura, la lengua y la historia fundamentan en buena medida las aspiraciones e identidad nacionales, se convierte en decisivo e incluso agobiante. El historiador Ricardo García Cárcel ha aludido con razón a una sociedad enferma de pasado.

-¿Cómo llega el nacionalismo, una construcción decimonónica, a convertirse en un problema tan difícil de resolver en el siglo XXI?

-El surgimiento de los denominados nacionalismos alternativos, subestatales o periféricos -catalán, vasco, gallego- fue, sin duda, el más destacable efecto de las crisis de finales del siglo XIX. El nacionalismo catalán iba a ser el que más rápidamente se consolidara. De un triple patriotismo -nacional, regional o provincial, local-, estructurado como si se tratase de capas de cebolla y vivido con una normalidad que acaso pueda parecer sorprendente visto desde hoy, se pasó a un patriotismo identificado con una nación, que era Cataluña, mientras que lo local era un complemento y España se convertía simplemente en el Estado, artificial y, a corto o largo plazo, prescindible. A finales del XIX existía un descontento manifiesto en relación con los proyectos de construcción del Estado-nación español a lo largo de ese siglo. En España se había asistido -de manera paralela a lo que ocurría en otros países europeos, como Francia o Italia- a un proceso de construcción nacional y a la voluntad de hacer españoles, de españolizar, es decir, de nacionalizar una comunidad política preexistente. La falta de solidez de la nacionalización española en Cataluña estimuló o, como mínimo, favoreció la génesis de un nuevo nacionalismo. El flamante nacionalismo catalán se libró desde el inicio a un proceso de construcción nacional propio, que se hizo contra la nación española.

-¿Y cómo opera todo eso en nuestra historia más reciente?

-Con la génesis de los nacionalismos periféricos, la España del siglo XX iba a ser muy diferente de la de la anterior centuria. La cuestión nacional y el conflicto entre estos nacionalismos y el Estado se han convertido en problemas centrales, hasta hoy, de la realidad de España. El Estado de las autonomías fue el último gran proyecto -por cierto, muy exitoso durante casi tres decenios- para solventar este problema.

-¿No hay que ser demasiado crédulo para aceptar las manipulaciones de la historia que sustentan el relato catalanista?

-Sí, pero ésa es una de las claves del éxito del nacionalismo y del relato nacionalista. Apela a la fe y a los sentimientos. Creer es fundamental, lo que convierte todo razonamiento o toda referencia a la razón en algo ajeno. El diálogo acaba convirtiéndose, en consecuencia, en casi imposible.

-¿El enfrentamientos entre catalanismo y españolismo solapa el conflicto entre dos Cataluñas que usted advierte ya en ese momento de veneración nacionalista que es 1714? ¿De qué Cataluñas hablamos?

-Nunca ha existido una Cataluña monolítica, ni en el siglo XVIII ni tampoco hoy. Siempre ha habido distintas Cataluñas. Por ello resulta empobrecedor y falso decir que Cataluña o el pueblo catalán fueron vencidos en 1714. Había catalanes en ambos bandos, austracista y filipista, y muchos catalanes, como siempre ocurre, no estaban ni con unos ni con otros. Ni con los "hunos" ni con los "hotros", para decirlo a la manera de Unamuno. Hoy ocurre lo mismo. Ni Cataluña ni el pueblo catalán quieren la independencia, sino una parte de los catalanes y de los partidos y asociaciones existentes en Cataluña. La pluralidad es fundamental y el abuso populista un peligro. La fractura catalana es hoy una realidad.

-En momentos de alta intensidad política, como los de ahora, tienden a olvidarse hechos que usted nos refresca, como que en el referéndum del Estatut en 2006 votó menos de la mitad de los catalanes llamados a las urnas. ¿Significa esto que una parte importante de los catalanes vive ajena al problema nacional?

-Totalmente. El alto abstencionismo de 2006 no parece casual si tenemos en cuenta que el Estatuto respondía más a las necesidades de la clase política que a las de los ciudadanos, bastante indiferentes en este tema hasta que fueron impelidos a movilizarse por la vía de la crispación, el victimismo y la defensa de la patria amenazada. El precio a pagar acabó siendo el deterioro de la convivencia, una inconstitucionalidad parcial del Estatuto, que era más que evidente desde el principio, y la casi total inacción del Gobierno catalán mientras duró el proceso. Pero hay que decir que ya en octubre de 1979, en el referéndum sobre el Estatuto, la participación fue bastante más baja que en las votaciones sobre la Constitución. La abstención superó ligeramente el 40 por ciento. La acumulación de citas electorales, los efectos desmovilizadores de la crisis económica y el paro y, asimismo, las dudas entre algunos sectores de la población sobre los beneficios de la autonomía permiten explicar, en buena medida, la baja participación en aquel entonces. Desde 1980 ha tenido lugar un intenso proceso de nacionalización en Cataluña, muy exitoso por cierto. Pero el Estatuto de 2006 era algo innecesario. Fue una torpeza y el detonante del problema actual.

-¿Qué ha cambiado para que de esa indiferencia social en nueve años hayamos pasado al salto cualitativo de reclamar la independencia?

-Como mínimo hay que tener en cuenta cuatro elementos. En primer lugar, el impulso dado a la movilización independentista por partidos y asociaciones muy politizadas en unos momentos de crisis política e institucional. La mediocridad de la clase política catalana ha encontrado en esta vía una tabla de salvación. En segundo lugar, los resultados exitosos de la nacionalización desde 1980. La nacionalización de la sociedad, tanto en las etapas de Pujol y Mas como en la de los tripartitos de Maragall y Montilla, ha sido de gran profundidad y sus resultados explican, junto a otros elementos, la situación actual. Lo han hecho posible, entre otras cosas más, un extendido clientelismo, los discursos machacones de políticos y opinantes, una televisión de régimen (TV3), una prensa, una radio y unas asociaciones fuertemente subvencionadas y, asimismo, la intensidad de la normalización e inmersión lingüística, que no solamente ha tenido efectos sobre la lengua, sino en el nivel de las ideas y estructuras mentales. En tercer lugar, la crisis económica y social, que ha cambiado totalmente el escenario y ha permitido sostener barbaridades como el España nos roba y prometer felicidad, riqueza y pleno empleo tras una hipotética independencia. Finalmente, la incapacidad por parte del Gobierno Rajoy, los partidos políticos no independentistas y la mayoría de los intelectuales para construir un discurso ilusionador en torno a la posibilidad de seguir viviendo juntos como hasta ahora.

-Desde fuera da la impresión de que el discurso nacionalista lo cubre todo hasta hacer casi inaudibles las voces discrepantes. ¿Es así? ¿Existe una creciente presión política y social sobre quienes rompen con ese aparente monolitismo nacional?

-El nacionalismo tolera muy mal las discrepancias y las críticas. La presión, a veces burda y a veces sutil, existe, lo que explica que algunos intelectuales catalanes se hayan marchado ya de Cataluña. O bien que algunos padres que reclamaban una enseñanza en castellano para sus hijos hayan desistido ante la presión recibida por parte de otros padres o niños de su propia escuela.

-¿La utilización sin reparos que vemos ahora de todo el aparato institucional y administrativo en favor del independentismo es la consumación de una apropiación que se ha venido dando durante décadas?

-Esta apropiación viene de lejos. Primero en sentido nacionalista y ahora en sentido nacionalista independentista. Quizás el caso más flagrante es TV3 -una tele adoctrinadora y obscenamente cara-, en este momento al servicio totalmente de la causa del independentismo. Lo han reconocido abiertamente las asociaciones de periodistas y las juntas electorales. El espectáculo es vergonzoso.

-¿Considera que este pulso puede echar tierra sobre una corrupción política bien visible y que afecta a algunas de las grandes figuras del nacionalismo catalán?

-Sin duda alguna. El mito del oasis catalán se hundió hace años. En el caso del partido gobernante en Cataluña, la conversión al independentismo y estas elecciones del 27-S constituyen también una manera de disimular y pasar por encima de corrupciones, recortes y un mal gobierno. Disimular al partido tras una coalición y a los líderes políticos tras personajes que supuestamente representan a la sociedad civil catalana es una estrategia calculada para frenar el castigo a la corrupción y hacerla olvidar, en lo posible, escondiéndola tras la bandera independentista. En una Cataluña independiente, no solamente todos los catalanes serán enormemente felices, sino que no habrá corrupción. ¿Alguien puede creerse semejante patraña? Pues sí, los nacionalistas creyentes. Así nos va.

-Usted descarta que la salida a esta situación sea posible con la actualización de viejos modelos. ¿Por dónde iría esa nueva relación entre Cataluña y España?

-Es una relación que habrá que reinventar, puesto que la vuelta atrás, a los viejos modelos, es imposible. El esfuerzo para construirla debería ser prioritario. Habrá que refundar el Estado autonómico, lo que significa repensar seriamente sus bases económicas, reformar la Constitución y poner encima de la mesa los temas competenciales. Todo ello, sin embargo, no va a resultar suficiente. Necesitamos un nuevo relato para la España del mañana.

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