La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El castillo de San Martín abre la muralla

La familia Fierro, propietaria desde 1918 de la fortaleza de la desembocadura del Nalón, condensa en un libro la historia milenaria de un enclave salvado de la ruina gracias a sucesivas rehabilitaciones

El castillo de San Martín abre la muralla

A un castillo como Dios manda no debería de faltarle su correspondiente leyenda épica, una antigüedad que se pierda en la noche de los tiempos, un halo de misterio y alguna historia romántica sucedida intramuros que edulcore la sobriedad de su recia arquitectura fortificada. El castillo sotobarquense de San Martín, identificable entre la foresta por la magnífica y simbólica torre del homenaje que se yergue sobre la desembocadura del río Nalón, cumple con todos esos parámetros: fue bastión contra las incursiones foráneas que veían en el cauce del Nalón una autopista para penetrar en el reino de Asturias; se ignora a ciencia cierta cuándo se levantó y quién lo mandó construir; pocos son los afortunados que lo han visitado y mucho se especula con su interior; y un matrimonio lo convirtió en un refugio donde además de cimentar su amor dio curso a una prole que, tres generaciones después, aún alimenta con orgullo el vínculo familiar con la fortaleza.

Esa pareja de enamorados no fue otra que la formada por Ildefonso Fierro Ordóñez y Florentina Viña Campa; él descendiente de una familia de arrieros afincada originalmente en Valdelugeros (León), ella de los Viña de Foncubierta (Soto del Barco) y cubana por parte de madre. Ambos, en su calidad de propietarios del castillo de San Martín a partir de 1918, fueron el primer eslabón de una cadena de acontecimientos que pronto tendrá una extensión centenaria y que ha permitido salvar el monumental fortín de Soto del Barco de una ruina que hubiera sido más que segura.

Cuenta la tradición familiar de los Fierro que, casado Ildefonso Fierro Ordóñez en segundas nupcias con la asturiana Florentina Viña Campa (corría 1916), el marido decidió complacer uno de los sueños de su esposa. La mujer admiraba la belleza del castillo de San Martín y así se lo había hecho saber alguna vez a su esposo; éste, por complacerla, compró la propiedad y como si de un regalo de boda en diferido se tratase un día le sugirió ir a dar un paseo. Así le dijo: "Anda, Flora, vamos a merendar por ahí. Vístete guapa", según relató en septiembre de 2011 en una entrevista concedida a este periódico Cuqui Fierro, la hija menor del matrimonio. Al llegar a la verja que cierra el paso a la posesión, Ildefonso Fierro sacó un manojo de llaves del bolsillo y le dijo a Florentina Viña: "Toma, para ti. Te lo regalo". Así fue, por una pulsión sentimental, como los Fierro-Viña sentaron sus reales en un enclave del que se presupone su condición de pieza crucial dentro de la historia de Asturias, si bien la trascendencia real del emplazamiento solo está esbozada por falta de historiografía y estudios arqueológicos sobre la materia.

Precisamente esa nebulosa, la que difumina los detalles del pasado del castillo de San Martín, es la que trata de clarificar un libro que ayer se presentó en Soto del Barco y que lleva por título "El castillo de San Martín. Paso de ronda", un encargo de Yolanda Fierro Eleta (nieta de Ildefonso Fierro y Florentina Viña) al que le han dado forma Ángel Fierro (texto) y Manuel Martín (fotografías). El libro, de soberbia factura, sitúa al castillo en un pormenorizado contexto histórico, repasa la trayectoria empresarial de los Fierro en el bajo Nalón y dedica un amplio apartado a las rehabilitaciones y mejoras que sucesivos Fierro realizaron en la fortaleza con el resultado de que hoy es, además de un monumento en perfecto estado de conservación, una residencia de lujo de la que ocasionalmente sigue disfrutando la familia propietaria.

Antes de llegar a manos de los Fierro en los primeros años del siglo XX, el castillo había sido propiedad en última instancia de la familia de Matilde Álvarez, viuda de Cueto, y más tarde de Vicente y Ricardo García-Trelles, bajo cuyo dominio permaneció, según los cronistas, falto de mantenimiento. Ildefonso Fierro Ordóñez pudo hacer frente al desembolso de la compra -500 reales de vellón, equivalentes a 125 pesetas de la época- por la sólida posición financiera que había alcanzado con el transporte marítimo de carbón y otros negocios durante la "Gran Guerra" europea, un conflicto bélico en el que España mantuvo una posición neutral que resultó beneficiosa para ciertos empresarios con visión como los Fierro.

El cambio de bandera en el torreón del castillo de San Martín dio paso a una etapa de esplendor. Todos los veranos desde 1921 en adelante, la familia de Ildefonso Fierro alternó sus vacaciones entre Lugueros (donde se había construido un chalé) y la desembocadura del Nalón. Ya para entonces se habían hecho reformas en la puerta Norte y en la Casona. Estos idílicos veraneos en el castillo se vieron truncados por el estallido de la Revolución del 34; prudente, el patriarca se dio cuenta de que la clase empresarial y acomodada no estaba bien vista y temiendo incidentes, restringió las visitas y las estancias a la fortaleza. La guerra civil dejó el castillo en la orilla controlada por la zona republicana y la propiedad fue requisada y convertida en cuartel.

El reencuentro de los Fierro con el castillo se produjo en la persona de Ignacio Fierro cuando este recibió en 1988 la parte asturiana de las posesiones familiares. Miembro del patronato de la Fundación Príncipe de Asturias, el hijo que había heredado la tenacidad del padre se propuso la más ambiciosa rehabilitación de la fortaleza nunca llevada a cabo. Su propósito: adecuarlo a una residencia moderna y confortable donde lo mismo pudiera vivir con su familia que agasajar a los premiados con el "Príncipe de Asturias", además de rendir un homenaje póstumo a su padre.

El concurso convocado para hacer las obras recayó en Sedes, que ejecutó los trabajos entre 1994 y 1996. Ignacio Fierro fue claro en su deseo: recuperar el pasado para escribir el futuro; es decir, preservar el carácter histórico del enclave, lo que obligaría a salvaguardar todo lo que el paso del tiempo había respetado, lo cual, desgraciadamente, no era mucho debido a la rapiña de materiales (piedra fundamentalmente) y al vandalismo de la guerra civil. En paralelo a la rehabilitación se llevó a cabo una campaña arqueológica que dirigió Elías Carrocera y que permitió aumentar el conocimiento que se tenía sobre el pasado medieval, románico e incluso castreño del asentamiento. Aparte de devolver su esplendor a la torre del homenaje -el icono por excelencia del castillo- y recuperar los paños derruidos de muralla, la restauración dotó a la zona habitable de la fortaleza de salones generosamente iluminados, un ala de cuatro dormitorios y una piscina climatizada cuyo fondo decora una artística Cruz de la Victoria, la misma que muy cerca y en otro castillo, el de Gauzón (Castrillón), mandó forjar Alfonso III el Magno como símbolo ceremonial de su reino triunfante y del apego a la tierra.

Compartir el artículo

stats