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Una visita a Kurt Wallander

La bucólica Ystad, en la región sueca de Escania, es el escenario de las novelas del atormentado y obsesivo policía creado por el escritor Henning Mankell, fallecido esta semana en Gotemburgo

La calle de Mariagatan, en Ystad (Suecia), es gris, fría y desangelada. Lo mismo que los inviernos suecos. No tiene nada de especial, pero es una de las arterias más fotografiadas de ese pequeño pueblo de la costa de Escania. Allí vivió (no está claro en qué número) en la ficción Kurt Wallander, un policía con una vida desordenada, divorciado, atormentado, con graves problemas para conciliar el sueño y, por temporadas, adicto a la bebida. Su padre literario, Henning Mankell, falleció esta misma semana víctima de un cáncer, el último asesinato de la saga. La casa del detective está a las afueras, apartada del poco ruido que hay en el centro de la ciudad. Desde allí apenas se oye el sonido de la trompeta que un vigía hace sonar cada noche desde la iglesia de Santa María (donde el detective se casó con Mona) en señal de que todo está en orden. En los portales de la calle son bastantes los turistas que aguzan el oído tratando de escuchar la música clásica que Wallander solía poner en sus pocos momentos en casa.

Ystad lo tiene todo para ser el escenario perfecto de un crimen. Es un lugar pequeño en el que todo el mundo se saluda, con casitas de ensueño, kilómetros de playas con agua helada, rodeada de bosques y que en otoño queda envuelta en un manto de blanca nieve, pese a ser el pueblo que está más al sur del país. Wallander, su habitante más ilustre aunque nunca haya existido, es un hombre lleno de obsesiones, que constantemente se replantea su vocación como policía. Tiene escasa maña para las relaciones sociales, incluso con su propia hija y su padre. Y duda constantemente en sus investigaciones. En su escasa destreza está buena parte de su atractivo para el lector. En los libros no hay los fuegos artificiales de otras obras de la novela negra. Ni siquiera hay una pericia deductiva especial para resolver los crímenes. La única característica destacable de Wallander es su tozudez, capaz de romper hasta la más dura pared de cemento.

Wallander duerme poco, trabaja mucho y tiene sueños propios del mundo real. Jubilarse y vivir con un perro en una casita con jardín que esté a las afueras de la localidad. Ésa es su gran aspiración. También acompañar a su padre -quien, de forma obsesiva, pinta siempre el mismo cuadro con el mismo paisaje con un urogallo en primer plano- en el viaje que sueña hacer por Roma.

Los habitantes de Ystad, lejos de estar hartos de visitantes que buscan rastros de sangre de crímenes que nunca tuvieron lugar, han conseguido sacar provecho al tirón de las novelas. En el Continental, uno de los dos únicos hoteles de la ciudad, siempre hay una mesa con el cartel de reservado para Kurt Wallander. Es la más demandada del local. Y en el otro, el hotel Anno 1793, hay una habitación dedicada al policía. Casi imposible de reservar por su alta demanda. Los dos establecimientos tuvieron un importante protagonismo en los libros del escritor.

Henning Mankell dejó bien atado meses antes de conocer su enfermedad el final de Wallander en una de sus mejores obras, "El hombre inquieto". Un libro en el que el policía consigue cumplir parte de sus sueños, aunque las páginas están impregnadas por la amargura del desenlace final. El escritor, afincado en sus últimos años de vida en Gotemburgo, describió en sus libros crueles criminales. Muchos muy escurridizos. Pero, al final, con su vida acabó un asesino que llevaba dentro. El cáncer.

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