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JOSÉ ANTONIO FIDALGO | Profesor jubilado

"Quedé huérfano con 40 días, pero siempre fui feliz heredando padres sin sentir carencia de nada"

"Fui el cariño de los viejos del asilo, de los que aprendí a querer, a ser querido y, además, a notarlo, porque los ancianos demuestran el querer"

José Antonio Fidalgo, en el hotel Ramiro I de Oviedo. miki lópez

-Nací en San Juan de Duz (Colunga), el 10 de marzo de 1939. Presumo de ser de los rapazos que vivieron la guerra, veinte días de guerra. La principal consecuencia que sufrí fue la posguerra, con sus carencias asistenciales, y que mi madre, Carmen, murió de posparto a los cuarenta días de nacer yo. Fue consecuencia de la guerra, pero no de la lucha. Fui huérfano con cuarenta días y me crié con una tía, Palmira, mi primera y segunda madre.

-¿Dónde?

-Mi tía trabajaba como sirvienta en la Unión Social Católica de Colunga, el asilo, y me llevó con ella. Desde los dos meses me crié a su cuidado y al de veinte ancianos, con lo que tuve ocho o diez padres y quince o veinte madres. Se peleaban por cambiarme y por cuidarme. Cuando empecé a la escuela, Salvadora, una residente, me llevaba de la mano. Me crié feliz.

-Escuela.

-La maestra era doña Aurora, abuela del corredor de rallyes Esteban Vallín, cariñosa y gran pedagoga porque llevaba una escuela mixta para alumnos de 5 a 15 años. A los 6 años me llevaron a los hermanos del colegio de la Doctrina Cristiana, "los baberos", en Colunga. Allí padecí una mastoiditis.

-¿Qué es eso?

-Una infección de oído por la que me ingresaron casi para morir. Hoy son tres inyecciones de antibióticos, pero entonces se curaba por trepanación del hueso temporal. Quedé sordo del oído izquierdo. Me operaron en el Hospital de Jove -que no estaba en Jove sino en un convento de monjas al lado de La Guía- a formón y martillo y cauterizando con nitrato de plata. Me anestesiaron con cloroformo. Era así entonces. Lloraría a voz en grito, pero no tengo recuerdo ni trauma. Estábamos niños y ancianos, y volví a ser el juguete de la sala durante seis meses. Hice la primera comunión con la cabeza vendada y un trajecín. Cuando volví al colegio los frailes marcharon y la fundación Montoto siguió como colegio público. Estuve muy vinculado a la familia Montoto toda mi vida.

-¿Qué recuerdos tiene de infancia?

-Bucólicos. Siempre me adapté a lo que me tocó. Fui feliz con los amigos, con la familia Castaño: Pepín, Gumer. En primavera, yendo a ñeros; en otoño, jugando a la peonza y al gua. No eché de menos padres ni madres. Era el cariño de todos, aprendí a querer y a ser querido y, además, a notarlo. Los ancianos cuando te quieren lo demuestran de manera distinta que los jóvenes.

­-¿Qué más le enseñaron?

-Normas de conducta y, sobre todo, historias: cantares de antes de la guerra, cuplés y media historia de Colunga. También aprendí de ellos la resignación ante la desgracia. Conocí casos de ancianos acogidos que eran sangrantes y ellos los vivían con alegre resignación. A Pepe el de los Llodos no lo conocí en la institución, pero había tenido posesiones, las vendió y dejó a la familia quedándose una parte y me decía: "Rapaz, yo calculé mal y sobrome vida".

-¿Cómo era su tía?

-Joven, entregada, cariñosa.

-¿Qué tipo de rapacín fue usted?

-Calmado y con fama de listejo, un buen estudiante con gusto por leer. Mi historia intelectual empieza a los 11 años.

-¿Por qué?

-A mi tía Palmira le diagnosticaron un cáncer de colon. La operaron en Oviedo y sobrevivió, pero murió al año y pico. Estando mi tía en el hospital, doña Carmen Isant, viuda de Montoto y presidenta del asilo de Colunga, me consiguió una beca de interno en los Jesuitas de Gijón. Pasé del asilo al mejor colegio de Asturias.

-Vaya salto.

-Mi formación de escuela era muy buena y además sabía latín por haber sido monaguillo de Valentín Gorostiaga, doctor en Teología, y de Luis Piñera. Sabía de memoria el Génesis en latín. El padre Eustaquio Sánchez Castro entró rezando el padrenuestro en latín el primer día de clase y sólo supe seguirle yo. Se sorprendió y aún más cuando se enteró de que sabía rezar responsos y lo que me preguntase.

-¿Le fue bien?

-Hice todo el Bachillerato becario y con sobresalientes y matrículas de honor. Al becario se le exigía una media de notable.

-¿Cómo vivió la muerte de su tía Palmira, que había sido su madre?

­-Estaba en segundo de Bachiller, en clase, y me avisaron de que pasara por el despacho del padre rector. Fui temblando, temiendo haber hecho algo mal y que me echaran. El padre Villameriel, un palentino simpatiquísimo, me dio la noticia y, como sabía que había estado muriendo, no me quedé ni frío ni caliente, sólo pensé en qué iba a ser de mí. El rector quiso consolarme como a un niño y se dio cuenta de que necesitaba otro consuelo. Entonces cambió, me dijo que tenía que afrontar la vida, que mi porvenir estaba en los libros. No fui al entierro de la tía, para qué, y seguí yendo al asilo en los veranos.

-¿Siempre supo que su porvenir era ­estudiar?

-Sí. Tuve vocación de saber, pero eligieron por mí. Tras la primera reválida de cuarto se elegía entre Ciencias o Letras. A los que teníamos mejores notas nos pasaron a Ciencias. Me gustaban la Historia y la Literatura pero también las Matemáticas y la Química.

-¿Cómo era el internado?

-Una felicidad. Teníamos todo en el colegio, del que sólo se salía, con un fraile, el jueves por la tarde. Los dos últimos años fui ­externo.

-¿Dónde los pasó?

-En casa de doña Carmen Isant, viuda de Montoto, catalana, seria. A su marido lo fusilaron en la guerra y ella siguió en Colunga dirigiendo las obras sociales de su suegro y de su marido. A su muerte donó sus bienes al asilo.

-¿Dónde vivían?

-En la calle Marqués de Casa Valdés, pegado a la Cruz Roja, en un chalé con jardín. Entonces Gijón casi terminaba ahí. Era una casa grande con una biblioteca magnífica de la que heredé algunos libros, entre ellos la primera edición de las obras de Pérez Galdós. Empecé a leer en quinto de Bachillerato. Al principio la cursilada de "La vida sale al encuentro", de José Luis Martín Vigil, que me gustó porque yo era un poco cursi. Luego, a Voltaire, a Françoise Sagan, a Maxence van der Meersch, que me encantaba, a Juan Ignacio y a Torcuato Luca de Tena.

-¿Qué tenía que hacer en casa?

-Estudiar. Me quería como a un nieto. Vivían con ella una señorita, pariente suya, una cocinera, una señora de la limpieza y un chófer. Vivía como un señor. Como me crié con viejos, la relación era de plena confianza. Era atenta, cariñosa, pero sin demostraciones, y muy exigente en la conducta. Me enseñó a ser hombrín antes de tiempo.

-Universidad.

-Carmen Isant tenía una sobrina nieta, Carmen Montoto Cuervo, casada con don Antonio Figaredo Sela, de los de minas de Figaredo. Cuando terminé Preu, esta familia, que fue y es mi familia hasta hoy, me trajo a Oviedo a estudiar en la Universidad. Vivíamos en la calle Uría, 20, encima del cine Aramo. Tenían seis hijos; la mayor, de 14 años. Fui uno más en cariño. Cuando fallecieron los padres estuve en sus esquelas como un hijo de ellos. Fueron mis cuartos o quintos padres... Fui heredando padres y así nunca noté carencias.

-Carrera.

-Oviedo sólo tenía Químicas en Ciencias y allí entré en 1957, en el caserón de San Francisco, junto a Filosofía y Derecho. Subimos a la Facultad de Ciencias en 1959. El doctor José Manuel Pertierra llamaba "peronistas" a los que no llevaban corbata. Per­tierra, muy singular, fue el primer científico español que logró gasolina de síntesis antes de la guerra. A los de La Felguera les preguntaba si eran descendientes de los que quemaron la Universidad en 1934. Él también era de Colunga y me exigía mucho pero me ponía matrícula. También su sucesor, Siro Arribas, del que fui muy amigo después.

-¿Hubiera preferido otra cosa?

-Mi ilusión fue haber sido militar, pero no pude optar a la Academia por ser sordo de un oído. Luego oculté la sordera e hice la milicia universitaria.

-¿Qué vida hacía en Oviedo?

-Subía al Naranco con los amigos a tomar sidra, pero era más bien monástico. En la Universidad aprendí lo que era suspender... pero poco. Debía tener media de notable y me apoyé en los sobresalientes de las "marías": Religión, Política y Gimnasia. Discutí en latín con Cesáreo Rodríguez García-Loredo, canónigo decimonónico de teja y manteo, le caí bien y me pidió un trabajo sobre el concepto de religión. Lo escribí en latín y me dio matrícula. Luego nos dio clase Víctor García de la Concha, que era rector del Seminario, y también me dio matrícula.

-¿La religión nunca le causó problemas?

-Presumo de cristiano viejo, pero no meapilas. Fui crítico y sigo siéndolo. Cuando me hice preguntas en la adolescencia encontré las respuestas que buscaba. A lo mejor porque era lo que quería encontrar. En física a eso se llama errores de prejuicio. Además, los Figaredo eran cristianos y caritativos, y lo bueno que hice lo aprendí de ellos y lo que no, por ahí.

-¿Cuándo echó novia?

-Al acabar Preu, en Colunga. Nos conocíamos de siempre. No hubo "hoy te quiero y mañana no". Se llama Alicia Alonso y es mi mujer. Nos casamos cuando yo era director de un colegio en Sahagún (León), en mi segundo curso, y allí nació nuestro hijo, José Antonio.

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