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FRANCISCO PEÑALVER

Franco ha vuelto

Un grupo de alumnos del Instituto Calderón de la Barca de Gijón debate sobre su visión del dictador fallecido hace ahora justo 40 años: fue alguien que acabó con todas las libertades de los españoles, pero también quien mantuvo la unidad de España y redujo la delincuencia

Al fondo, Andrei Corobea y Lucía Zapico. juan plaza

El próximo día 20 hará cuarenta años que ya pasaron los cuarenta años de dictadura de Francisco Franco. El tiempo todo lo puede: el hombre que fue caudillo de unos y pesadilla de otros, el "comandantín" -así lo motejaban en sus tiempos de cortejo en Oviedo- de rechoncha figura y voz aflautada que se apoderó de casi medio siglo de historia de España, yace hoy convertido en momia entre las referencias vitales de los jóvenes españoles que tomarán las riendas del siglo XXI. LA NUEVA ESPAÑA se reunió el viernes con un grupo de alumnos de primero de Bachillerato del Instituto Calderón de la Barca de Gijón. Tienen entre 16 y 17 años y todos ellos son alumnos del profesor Paco G. Redondo. El objetivo era hablar de la figura del dictador muerto y también de lo que vino después, de esta democracia de la Corona juancarlista que acaba de pasar a manos de Felipe VI. ¿Españoles, Franco ha muerto? No, sigue vivo en la memoria de muchos. Pero en la de los más jóvenes del lugar, ha quedado muy resumido.

Lo primero que llama la atención tras el encuentro con el grupo de alumnos del Calderón de la Barca -la mayoría había recogido previamente en sus casas testimonios y recuerdos de la época franquista- es que vuelven a transmitir uno de los grandes tópicos que ha resistido invariable el paso de tantas décadas de democracia española. Y ese tópico, ciego a los indudables avances económicos y sociales de estas últimas cuatro décadas, es: "Con Franco, esto no pasaba". Casi todos acuden a él para expresar lo que han escuchado decir a alguno de sus mayores cuando les trasladaban su impresión de que durante la dictadura había menos delincuencia o que, entre otros aspectos positivos, no se ponía en juego la unidad de España. Ésas eran las cosas que con Franco no pasaban.

Pero tampoco había libertad, no se olvidan de subrayarlo al momento estos jóvenes gijoneses. Y ése es un aspecto muy importante para ellos. Menos uno de los participantes en el encuentro, todos estos alumnos del IES Calderón de la Barca aseguran (casi exclaman) que entre tener libertad o tener seguridad, sin duda lo que debe primar es la libertad. "Libertad, libertad, libertad", repiten.

No obstante, tratan de hacer un juicio histórico ecuánime. Por eso dicen que en el régimen de Franco ven "cosas buenas y cosas malas". Da la impresión de que no quieren hacer una condena implacable del régimen. La lejanía de la época quizá favorezca el desapasionamiento. Algunos historiadores y economistas refutarían algunas de las bondades que van a enumerar del régimen de Franco, pero hoy es el turno de estos jóvenes.

Francisco Peñalver toma el primero la palabra para hacer su análisis: "Entre las cosas buenas es que había un bajo nivel de delincuencia, se abrieron nuevas universidades y nuevos ciclos de Formación Profesional. Entre las malas, que había demasiado autoritarismo, encarcelaban a la gente por su ideología y había pena de muerte", añade este joven con "familiares emigrantes" que pudieron volver a España tras la muerte del dictador.

"Según mi abuelo, había censura por todo y no le dejaban hacer nada, pero el paro era más bajo y no había tantos delitos", añade José Manuel Perrino. Todos se expresan, mitad por lo que han oído en casa y mitad por lo que traen preparado, de una manera similar. "Había más seguridad en las calles, viviendas con intereses mínimos y de más calidad, una fiscalidad más baja, poco desempleo y protección al (ciudadano) español", dice Manuel Ordieres, quien no se olvida de matizar que los "extranjeros tienen que tener los mismos derechos y oportunidades que los españoles, hay que proteger a los dos". Ahora el lado negativo: "Había toque de queda, racismo, no había libertad de prensa, había machismo, muchas injusticias. Ahora tenemos más libertad y no te fusilan porque sí". Roberto Rozada cree que "la dictadura estuvo mal, por la falta de libertades, pero había cosas buenas. Por ejemplo, había una idea española", sostiene. Por "idea española" quiere decir "unidad de España".

Andrei Corobea escucha a sus compañeros. Tiene un punto de inteligente ironía en la mirada. "Bueno, con Franco, yo no podría estar aquí, supongo: soy extranjero". Es de origen rumano. No tiene referencias familiares directas sobre la dictadura española. Por lo que ha oído, sabe que bombardearon Gijón durante la guerra y que en un momento dado salió el Rey Juan Carlos por la televisión para decirle a la gente "que estuvieran tranquilinos". (Habla del 23-F). "Y poco más", añade.

-Andrei, y cuando ves imágenes de Franco, ¿qué piensas de él?

-Que es "superespañolazo". No sé cómo explicarlo. Un español puro, alguien muy patriotero.

El recuerdo de Franco, grabado a sangre y fuego para muchos, se difumina a medida que llegan las nuevas generaciones. Pero aún no se ha borrado del todo. En una encuesta publicada la pasada primavera por la editorial Cambridge University Press entre 1.200 jóvenes de la llamada "generación Millennial", aquellos entre 16 y 24 años, Franco aparecía en la lista de las figuras menos apreciadas por este segmento de la población.

El dictador ocupaba el segundo lugar de la lista negra, después de Mariano Rajoy y antes que Belén Esteban, y empatado con Justin Bieber. Este último cantante y el Generalísimo eran rechazados por el 84% de los encuestados. El personaje más apreciado era Peter Pan. El personaje real más apreciado, Pau Gasol, seguido de Rafa Nadal y Michael Jackson.

Los testimonios de primera mano se los van llevando los años. La mayoría de estos jóvenes que están hablando con LA NUEVA ESPAÑA sobre la dictadura franquista tiene padres que ya nacieron en democracia o que eran niños cuando Franco falleció. "Mi padre tenía 12 años y recuerda que le dieron tres días de vacaciones cuando murió", apunta Miguel Rodríguez. Todos ríen. De los padres recogen esa fiesta escolar inesperada y también el testimonio de aquellos niños que el 20-N de 1975 sintieron el miedo de que volviera otra guerra civil como la que les habían contado sus padres. Estos últimos son los actuales abuelos de los alumnos del Calderón y son la fuente de la que manan los recuerdos directos de Franco y su época. La mayoría de ellos, amargos. Algunos, relacionados con la contienda civil. "Mi abuelo se quedó sordo por las bombas", apunta Miguel Rodríguez. Algunos estuvieron en el bando republicano, otros en el nacional. Uno de estos alumnos reconoce que su abuelo era bastante favorable al dictador. "Igual flipas", añade.

Todos están de acuerdo en que, donde esté la democracia, que se quite Franco. Pero también que hay que perfeccionar esta democracia. "Y creo que tendríamos que votar las leyes alguna vez. Porque para hacer la LOMCE no nos preguntaron nada, ¡y eso no puede ser!", protesta Manuel Ordieres. Este joven gijonés es monárquico y tiene claro que si tiene que elegir entre el anterior y el actual, se queda con Felipe VI. Pero a Juan Carlos I le reconoce que eligió una monarquía parlamentaria "en vez de una monarquía absoluta y entonces -y se dirige al compañero de al lado- tú no podrías haber elegido entre estudiar Religión o no estudiarla y ahora estaríamos como con Franco o parecido".

Menos partidario de la monarquía es Felipe Castaño, de origen colombiano. Sabe, lo ha visto en casa, "que se puede vivir en una república perfectamente y no pasa nada". Adrei Corobea, de familia rumana, entiende que los Reyes "son un símbolo de España, pero igual no necesitaban vivir tan bien sabiendo que hay gente que no tiene para vivir. Igual no necesitaban ganar tanto para no hacer nada. ¿Porque no hacen mucho, no?".

La charla en el IES Calderón acaba también desembocando en la situación de la España actual y, como no podía ser de otra manera, en los escándalos de corrupción. Cuando se les pregunta qué harían ellos si, por ejemplo, estuvieran en un puesto de responsabilidad política y un constructor les ofreciera una comisión a cambio de favorecerle y entregarle alguna obra pública, la mayoría admite que sería muy difícil resistirse. Vienen a decir que forma parte de la condición humana sucumbir a la tentación. Si la obra pública en cuestión va a hacerse de todas formas y que haya comisión no daña a nadie, ¿por qué no aceptar?, argumenta alguno. Sorprende su sinceridad. Sólo uno de ellos frunce el ceño, niega con la cabeza y dice: "No, no. Yo no aceptaría. Ese dinero no es mío".

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