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ANA MULLER | Fotógrafa

"Cuando me dejó mi príncipe azul entendí la ventaja de tener un oficio y empecé a hacer fotos"

"Mi padre tenía la intención de que le ayudara con la fotografía mientras buscaba un novio que me hiciera madre de familia numerosa, como yo quería"

"Cuando me dejó mi príncipe azul entendí la ventaja de tener un oficio y empecé a hacer fotos"

-Nací en Madrid, en 1948, segunda de cuatro hermanos, en el barrio de Chamberí, así que soy gata. Entonces eran las afueras de Madrid. Tenía a dos pasos el Colegio Británico, donde estudié, porque mi padre creía que lo más importante de la educación era saber idiomas.

-Su padre era Nicolás Muller, fotógrafo.

-Él era húngaro y su idioma sólo lo conocía su perro. Salió de Hungría en 1938 y no volvió hasta 1966, con nosotros. Hablaba alemán, aprendido en Viena, donde estudió. Presumía de saber latín y griego y un poco de francés y español. Decía que aprendía los idiomas en la cama. Sus hijos nunca supimos húngaro porque él tenía que esforzarse en aprender español.

-¿Cómo se hizo fotógrafa?

-Había recorrido Hungría en bicicleta con amigos intelectuales buscando las fotos de su país, feudal y con gente muy pobre. Recientemente, después de vender su colección al Archivo Regional de Madrid, encontré una caja con un tesoro grande, sus descartes.

-Un tesoro.

-Mil negativos inéditos con imágenes de una miseria que conmueve. Él decía que había hecho cien fotos buenas en su vida, pero lo que yo llamo "Las maletas de Muller" -por imitación de las de Kapa- deja papiado. Las hizo cuando estudiaba Derecho.

-¿Por qué dejó Hungría?

-Salió de Hungría con 25 años, doctorado en Ciencias Políticas y Derecho, con una cámara, una alfombra y alguna joya de su madre, aterrorizado por los discursos de Hitler. Su padre -abogado, judío y masón- quería que se quedara con su bufete, pero él había estudiado forzado y su afición era la fotografía, que la familia consideraba algo de feria.

-La cámara era un objeto raro, escaso y con algo de feria. ¿Qué quería hacer con ella?

-Él dejó dicho: "Siempre creí que el fotógrafo tiene en sus manos un medio único para reflejar la realidad y la cámara debe de tener una especie de fidelidad notarial y hacerlo, además, en una cierta dirección estética". Con su Rolleiflex 4 por 4 se fue a París, donde encontró trabajo en "Regards" y "Marianne", dos revistas comunistas que le encargaron fotografiar las comunidades más empobrecidas... los marineros en Marsella.

-¿Era comunista?

-Era un hombre de ideas abiertas, seguramente socialista hasta el final de su vida. En París le encargaron un trabajo en el Portugal de Salazar y al llegar, cuando le vieron fotografiar mercados con gente descalza, lo metieron en el Estabelecimento Prisional de Lisboa durante una semana, hasta que se puso en contacto con los rotarios y pudo salir.

-¿Volvió a París?

-Como iban a entrar los alemanes se fue a Marruecos, al de Casablanca "Casablanca", con 26 años. Allí conoció a Fernando Vela, un llanisco que trabajaba en "España" de Tánger, y entró con el pie derecho en la comunidad española. Consiguió trabajo para el protectorado español, puso estudio, fotografió a las familias judías ricas. Estaba fascinado con el exotismo de Marruecos, la luz, el paisaje y la gente. Sus amigos le abrieron el camino para venir a España en 1944 y expuso sus fotos de Marruecos en el hotel Palace. Allí conoció a mi madre, que era secretaria del director, y se casó con ella un mes después.

-¿Cómo era su madre?

-Una filipina con un cuarto de sangre española. Era bellísima y eso le perdió a él. Se llamaba Lina Lasa y era la mayor de seis hermanos con un padre franquista que trabajaba para Tabacalera Española en Manila y que se trajo de Filipinas a su familia en el año 1940 y aportó a la causa un hatillo con las joyas familiares. Mi madre marchó corriendo con mi padre. Se casaron en Marruecos y se instalaron en España el año en que yo nací. Mi madre era muy social y le gustaba figurar y presumir de marido artista.

-¿Cómo fue la llegada de la familia?

-Mi padre llegó a España con aureola de fotógrafo extranjero intelectual. Hacía unas imágenes no edulcoradas, amables, muy directas, que buscaban la belleza, la composición, la gente guapa y tierna. Le interesaban más las personas que el paisaje. Entonces la gente no ponía cara de foto y mostraba una naturalidad pasmosa y hoy irrepetible salvo que "robes" la foto.

-Se situó bien.

-Abrió un estudio estupendo en Castellana con dos vitrinas al paseo para exponer bodas, comuniones, retratos, y lo introdujeron en la "Revista de Occidente" y fotografió a Ortega y Gasset, familia y amigos. En casa vivíamos al día... Tengo un recuerdo muy tierno de los momentos en que no había dinero. Yo iba a un buen colegio y recuerdo, con 8 años, a niños presumiendo de lo que tenían sus padres y yo dije: "Pues en mi casa solamente quedan mil pesetas".

-Usted fue la primera hija.

-Como mi padre siempre había querido tener una hermana, yo fui su ojito derecho nada más llegar. Era muy cariñoso y muy rígido, más que mi madre. Decía: "Pagaré vuestros estudios mientras aprobéis; si no, a trabajar". En casa supimos pronto, sobre todo las chicas, que nos teníamos que hacer las cosas cuando no había interna. Mi madre estaba harta de tener a esos hijos pululando. Mi padre estaba más presente, aunque viajaba. Los problemas eran cosa suya.

-¿Qué cría era usted?

-Buenísima y tranquila. Aspiraba al premio de buena conducta y puntualidad, que no conseguí.

-Renunció al de aplicación.

-Sí. El colegio era estupendo, mixto, sin imposiciones religiosas. Fui una chica corriente, con amigas y vecinas, sin pandilla ni liderazgo. Quería ser bailarina y hacía ballet. Mi padre me traía fotos, veía a su secretaria retocarlas y me gustaba. Mi padre no quería que leyéramos tebeos, no se nos inculcó la lectura, sólo la obligatoria del colegio, en inglés y referente a las islas británicas: Shakespeare, las Brontë, Jane Austen.

-¿Se inclinaba usted a la fotografía?

-A los 10 años mi padre me regaló una cámara Brownie con la intención de que le ayudara mientras buscaba un novio que se casara conmigo y me hiciera tener familia numerosa, que era lo que yo quería.

-¿Cuándo empezó a trabajar con él?

-Salí del colegio con 14 años, con mis titulaciones de inglés pero sin el Bachiller porque suspendí primer curso en septiembre. Mi padre me dijo que fuera a trabajar con él y yo fui encantada. Su secretaria, que se casaba y dejaba el puesto, me enseñó a retocar, a recoger recados, organizar la salita de espera y atender a los niños que estaban en ella. Era divertido mientras esperaba al príncipe azul.

-Condiciones laborales.

-Yo era pinche por un sueldo de 25 pesetas semanales en 1962, que me servía para ir al cine de sesión doble y merendar.

-¿Cuándo empezó a aprender el oficio fotográfico?

-Después de que el príncipe azul que llegó con 15 años se fuera con 18. Me bastó ese príncipe para saber que era importante tener un oficio frente a la adversidad de que alguien no me quisiera.

-¿Quién era el príncipe azul?

-Un antiguo compañero del colegio, buen chaval. Teníamos muchos proyectos. Un día, de la noche a la mañana, me dijo: "Lo siento mucho, pero he dejado de quererte". Nunca me lo expliqué. Lloré muchísimo. Mi padre decía que no había hombre en la Tierra que mereciese mis lágrimas. Así me enteré de que el oficio era una gran salida. De mi padre aprendí poco de laboratorio porque a él no le interesaba. Mejoré en el laboratorio, por mi cuenta, a partir de los 18 años. Hacía fotos, sin especial interés, y tenía buen ojo. Lo sé ahora. Mi padre me alentaba, pero no se lo creía demasiado.

-¿Cómo empezó a hacer fotos?

-Con las amigas. Éramos monísimas y nos gustaba pintarnos y hacernos fotos basadas en las de David Bailey a Twiggy. Mi padre me dejó exponerlas en la vitrina del estudio, que estaba ya en la calle Serrano.

-¿Usted había prosperado?

-Me pagaba 100 pesetas a la semana porque decía que a los profesores hay que pagarlos. Me daba comida, techo y, con el sueldo, ya tenía que pagarme la ropa y los caprichos. Empecé a viajar en bus a París, con 16 años. A mi padre siempre le había interesado llevarnos de viaje para empapizarnos de museos. Nos obligaba a hacer un diario de lo que hacíamos y veíamos. Era estupendo. Con 18 años empecé a buscarme el trabajo con amigos que estaban en la moda "adlib" en Ibiza. Tenía una osadía enorme. No me salían bien, pero una joven con 18 años, fotógrafa, era una imagen en sí misma. Quería ayudar a mi padre y, también, independizarme de él.

-¿Cómo era usted entonces?

-Me gustaban el cine, la naturaleza, los viajes, los amigos. Siempre he sido una persona bastante corriente con mucha suerte en la vida. Lo siguiente fueron las consecuencias del París de 1968 y la revolución sexual. Me consideraba comunista y le reprochaba a mi padre que no se definiera, que "ser liberal no era ser nada". Un liberal de antes, no en el sentido de Esperanza Aguirre. Qué injusta fui. Yo era una loca de 20 descubriendo el mundo, de irme con quien me gustara. Mi padre era muy libre y teníamos conversaciones muy abiertas.

-Llanes.

-Mi padre se enamoró de Llanes en 1947, cuando me encargaron. Vino con Fernando Vela y Alfredo Corrochano, yerno de Vela. Mi padre dijo, premonitoriamente, "me haré una casa aquí, viviré aquí y me moriré aquí". Hizo una casa en Andrín en 1968, vino a vivir a ella en 1980, cuando se jubiló; murió en 2000 y está enterrado en Llanes.

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