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VICENTE SANTARÚA | Pintor y escultor

"Hacerme estudiar Comercio con 12 años fue un calvario, una burrada psicológica enorme"

"Mi primer amigo, en el sentido más amplio de la palabra, fue mi padre; era muy creativo y muy noble, viéndole trabajar recibí lecciones que nunca olvidé"

El artista Vicente Santarúa, en su estudio de Avilés. irma collín

-Soy de 1936. Cae una bomba en Candás y mi madre rompe aguas en la fuente de Santarúa, de ahí mi nombre. Soy Vicente Menéndez-Santarúa Prendes. Los Prendes descendemos del abuelo de Carreño Miranda. A mi abuela materna la llevaron a Covadonga después de ocho años paralítica y, rezando un rosario, empezó a ­andar. Está registrado en los archivos de Cova­donga.

-¿Y lo cree?

-Sí, sí, sí, yo soy creyente.

-¿Y los Menéndez?

-De Luanco. El abuelo paterno era patrón mayor de las épocas de las lanchonas boniteras que iban a ballenas. Eran "Los Tronchos", marineros muy fuertes, rudos y curtidos por la salitre y las penurias de la mar en épocas con hambrunas y necesidades.

-Su padre.

-Agustín Menéndez González, era maquinista naval y muy creativo. Hacía los cascos de madera en los astilleros Gondán en Ribadeo y los remolcaba hasta Gijón, donde les ponía la maquinaria. Pesaba 130 kilos, sin barriga. Una muñeca suya eran dos de las mías. Era muy noble, tenía facilidad manual y transformaba sus ideas a los barcos en motores, cubiertas y frigoríficos en la época de transición del carbón al gasoil.

-¿Cómo era con usted?

-Decía que, aparte de hijos, teníamos que ser muy buenos amigos. Fue mi primer amigo en el sentido más amplio de la palabra. Le veía trabajar, fueron lecciones que nunca se me olvidaron. Compró el palacio de la Huelga, donde durmió Prim, afectado por una bomba en la guerra, y lo restauró. Decían que tenía la mayor biblioteca de Asturias y un salón de armas donde daban conciertos y guardaban instrumentos musicales. Influyó mucho en mí con su pluralidad de intereses y capacidades.

-¿Cómo era su madre?

-Paz Prendes de la Viña. Quedó huérfana a los 9 años y mi abuelo le diseñó un cajón para que atendiera el mostrador de la carnicería, que fue su universidad. Tenía don de gentes, era muy humana y ayudaba a la gente necesitada de Candás.

-¿Cómo era con usted?

-Respecto al arte, el polo opuesto. Era más mercantil, más positiva y realista. Éramos tres hermanos, yo era el último, descolgado ocho años, y tendía a buscar a mi amigo padre. Ella heredó el patriarcado y lo donó al mayor y al segundo, Carlos Orlando y Agustín. Los dos estudiaron internos en ­Vigo.

-¿Qué tipo de chaval era usted?

-Dibujaba mejor que mis hermanos mayores. Entonces la gente se fijaba más en las facultades de la creación y del dibujo. Nos influyó que Antón, el escultor de Candás, había retratado a Lola, una tía mía. En casa se hablaba mucho de Antón y de la importancia del patrocinio de Albo a Antón, influía en la mentalidad positiva de mi madre.

-¿Qué ambiente había?

-Teníamos un espacio mayor que un comedor y allí oía conversaciones de tecnología y diseño avanzado de la V1 y V2 de Alemania. Había un banco largo y, en medio pizarra, y yo me subía a dibujar. Yo improvisaba y hacía naves de "Flash Gordon" con dos piezas de un juego de lanzar arandelas. Mi fantasía se ilustraba.

-¿Cómo era la casa?

-Grande y funcional. Estaba en la calle José Antonio, frente al parque de las conserveras, que era la finca de los Alfagemes. Abajo, el salón comedor, era la oficina donde mi abuelo pagaba a los aldeanos las reses que compraba. A la izquierda había una escalera de madera y de hierro para subir a los dos pisos de arriba. Al último iba a ratos libres y a escondidas para comer manzanas de una habitación y ver libros ilustrados de la guerra de Cuba.

-¿Qué más había abajo?

-Una la cocina amplia con mesa, masera y armario, junto al cual había un encendedor eléctrico inventado por mi padre. Todo daba al gran almacén del que hablé. Había una salida al patio con un lavadero doble, uno de ellos laboratorio para mis proyectos navales. Al otro lado estaba la fábrica de embutidos y, más lejos, el fumadero para meter morcillas y chorizos, en el que, poco a poco, me hice cargo de la hoguera. A la izquierda había conejos y gallinas. En la fábrica de embutidos mi padre hizo una máquina de cortar cebolla a partir de una vieja máquina de churrería que puso en vertical y a la que puso unas boquillas por las que se rellenaban las tripas.

-Vivían bien.

-Sí. Por un callejón, mi madre, en la fabrica, oía los lamentos de la casa de María Luciano, donde había tres enfermos de tuberculosis, cada uno en una cama, y me mandaba llevarles una pota de comida. Tras la fábrica estaba el taller escuela, donde teníamos una escalera de caracol y arriba mi madre tenía la cebolla, las tripas y la cordelería para los embutidos. En la baja estaba el mostrador, el banco de carpintería, un mural con el dibujo de cada herramienta y una caldera para meter los fariñones. Más allá había otro almacén más heterogéneo. Todo eso fue el laboratorio cognoscitivo de la infancia. Aquí fue la catarsis de mi arte.

-¿Qué hacía?

-Educar las manos construyendo desde un deslizador hasta pistolas de madera con goma, gomeros, chapas con la cara de ­Herrerita o de Prendes. La señora que nos ayudaba en casa también era manitas, Soledad, me enseñó a fabricar una flauta.

-¿Dónde empezó sus estudios?

-En la escuela María hice el catón. La llamaban "La Perrina" porque cobraba muy poco. Era hermana de un inválido sin piernas de la guerra y cuando lo veíamos nos daba ganas de mear de los nervios. Había chavales con mandilón, sin calzoncillos. En el váter al aire libre me enteré de lo que eran las lombrices.

-¿Y luego?

-Fui a la escuela de Ramón de Xuan, donde iban los rapaces de barco y los marineros. Era partidario de la filosofía de Rousseau y aprendimos a leer con "Emilio". Nos mandaba dibujar los barcos de Candás, "La Perla", el de Antón de Pano, "La Rizosa". Luego pasé a la escuela pública, que tenía los mismos profesores de la academia de Candás, donde pasé más tarde, con don Ángel y Angelinos, frente a la iglesia. Angelinos era jefe de estudios y me daba clase particular.

-¿Cuándo notó que era artista?

-En la escuela me di cuenta de los recursos de las formas geométricas para dibujar. En la academia hice un Churchill que llamó la atención y para las fiestas de la academia dibujé el diploma con un retrato de Nobel y quedé consagrado. Y fui primero en el concurso de christmas del catecismo, una bolsa de caramelos que me regaló Luis Legazpi.

-¿Gustaba eso en su casa?

-Mi padre estaba en Vigo, Bermeo o Vizcaya, donde vendía los barcos, unos merluceros que iban a Irlanda. Mi madre estaba al frente de sus tres hermanos y no podía atender a sus hijos, mandó a mis hermanos a Vigo y a mí, con la tía Lola, viuda de un capitán de la Marina mercante, de los 7 a los 10 años. Tenía más nivel intelectual que mi madre, pero mi madre era más humana y práctica.

-¿El arte le alejó de los intereses de su madre?

-Es una historia con un trauma. Con 9 años empezaron a inculcarme que debía estudiar Comercio en Gijón. Lo empecé en 1948, con 12 años, y fue un calvario pasar de lo artístico, manual y plástico a lo matemático y mercantil. Fue una burrada psicológica enorme porque mi mente estaba proyectada en otra dirección.

-¿Qué estudiante fue?

-Para lo que me interesaba, bueno. Para lo que no, malo. En los cuatro años de Comercio saqué dos notables, cinco aprobados y el resto suspensos. En casa lo llevaban mal y yo peor. Una peluquera me preguntó qué quería ser de mayor y contesté que "turista". Me llamaba la atención que los veraneantes traían dinero nuevo, una peseta de papel que sonaba.

­-¿Cómo era usted?

-Introvertido. Tragaba mis problemas y eso me pasó factura cuando empecé a tener compromiso con la novia.

-Deja de estudiar y...

-Viene la emigración a Avilés, víspera de Ensidesa, cuando mi padre compra y repara ese palacio de La Huelga en la ría de Avilés. Debajo de una magnolia que había cabían cien invitados. Él tenía dos parejas de barcos. En la superficie de la planta de este palacio guardaba aparejos, valvulina, pilas de carbón. Alrededor hizo 14 almacenes. Ensidesa nos lo expropió 15 años después, 2.500 metros cuadrados. No esperó a que saliésemos. La draga "Pax" rompió un malecón, entró la marea y lo inundó todo.

-¿No estudiaba nada?

-Sí, en la Escuela de Artes y Oficios de Oviedo, dirigida por Antonio García Miñor. Recuerdo especialmente las clases de Eugenio Tamayo. Marino Busto, luego cronista oficial de Carreño, sacó en "Región" un artículo sobre una exposición que hicimos los artistas de Candás en un local de la Sindical, con la ayuda de don Ángel, concejal y director de la academia. Mostramos cosas de Antón y participamos Alfredo Menéndez, hoy artista oficial de Candás, tres más y yo. Llevé óleos, retratos y autorretratos y paisajes de la costa de Candás.

-¿Qué artista quería ser?

-­Siempre me llamó la atención Ramón Casas. Veía sus retratos en una monografía que había en la biblioteca de Candás que me marcó, de la que aprendí mucho y que pude comprar años después en ­Valencia.

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