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PEDRO A. MEDRANO | Ingeniero de montes y uno de los expertos de referencia nacional en desarrollo rural y forestal

"El síntoma son los incendios forestales, pero la enfermedad es el abandono del medio rural"

"Con la gestión, cada vez más urbana, aceleramos el despoblamiento de nuestra montaña; la conservación se está haciendo a costa del paisano"

El ingeniero de montes Pedro A. Medrano.

Pedro A. Medrano (Madrid, 1969) es ingeniero de montes y director técnico de la Asociación Forestal de Soria. Es una de las referencias nacionales en el mundo de la gestión forestal y del desarrollo rural. La entidad que encabeza desarrolla el proyecto denominado "Montes de Socios", un movimiento que agrupa a 15.000 copropietarios, personas residentes en diferentes puntos de España e incluso del extranjero, y con el que pretenden reactivar el valor de los montes como motor de desarrollo de los pueblos. Para ello constituyen juntas gestoras de unos terrenos forestales que fueron adquiridos en pro indiviso por los vecinos en las subastas que siguieron a la desamortización del siglo XIX. En muchos casos la labor requiere bastante rastreo documental para encontrar a los descendientes de aquellos primeros compradores, hoy convertidos muchas veces en inesperados "accionistas" de un bosque, con el que muchos establecen un vínculo más emocional que meramente económico. El objetivo de las juntas, de las que ya hay una quincena en Asturias, es "devolver la vida" a esos montes, promoviendo en ellos una combinación de actividades tradicionales que los haga rentables. "No estamos inventando nada. Esto es lo que se ha hecho siempre y lo que ha funcionado". Medrano conoce bien el pasado, el presente y casi el futuro del pueblo y del monte. Y desde Soria, modelo de gestión forestal en España, analiza dónde está el verdadero origen de los incendios, una plaga que recientemente volvió a aflorar en Asturias.

-¿Por qué no arde el monte en Soria?

-En Soria, tradicionalmente, nunca ha habido incendios; sólo en fechas muy recientes hemos empezado a conocer lo que supone este drama, y además lo hemos descubierto con algún gran incendio, aunque afortunadamente con una virulencia mucho menor que en otras zonas de España. Nuestro tradicional éxito se ha basado en la combinación de dos elementos: un sistema de vigilancia muy bueno, ya que toda la provincia está llena de torretas y en seguida se observaba cualquier humo, y una intensa vinculación de la gente con el monte que ha propiciado que nunca se generasen incendios intencionados y que cuando ocurría algún conato, por ejemplo por un relámpago, enseguida hubiese alguien allí para extinguirlo. Ésa ha sido la clave que durante generaciones nos ha alejado de esta catástrofe. Ahora las cosas están cambiando: el sistema de detección sigue siendo bueno, o incluso mejor que antes, pero el medio rural es diferente: nuestros montes cada vez albergan mayor carga de combustible, apenas queda ganado que los pastoree. Además, se han perdido muchas prácticas que ayudaban a mantenerlos limpios, como la extracción de leñas, y en los pueblos la gente se va distanciando del monte, ya no los sienten como una cosa propia, y por supuesto que no ejercen esa protección que ejercían antes. Lo que apreciamos es el síntoma, que son los incendios, pero la verdadera enfermedad no es ésa, es el abandono, el desapego de las personas con los montes, y para eso es para lo que tenemos que buscar la cura.

-Cuando se va la gente, llega el fuego incontrolado?

-El modelo de los montes de Soria se ha basado en disponer de unos bosques vivos en torno a los cuales los vecinos de los pueblos ejercían un montón de actividades económicas que les permitían vivir: unos trabajaban cortando la madera, otros la arrastraban, otros tenían ganado, otros resinaban. Luego venían las setas, que suponían un complemento a la renta familiar, la caza? Toda la cadena de valor de un pueblo de montaña pasaba por el monte. Un 50 por ciento de los montes de Soria son privados -minifundios, pro indivisos, montes de socios?- y la otra mitad son públicos, en su inmensa mayoría pertenecientes a los ayuntamientos, gran parte con fórmulas comunales. Con independencia del tipo de propiedad, la clave nuestra ha sido el arraigo de las personas con los montes. En algunos se sigue entregando incluso un pago a los vecinos, a modo de dividendo de la gestión forestal anual. Este pago o "suerte de pinos" llegó a ser muy importante, aunque en la actualidad es más una cuestión simbólica. Verdaderamente, el mayor pago que se daba era el trabajo, la posibilidad de trabajar a lo largo de todo el año en torno al monte. Ahora todo eso se está perdiendo y estamos empezando a sufrir lo que está pasando en otras zonas de España.

-Hay expertos que sostienen que una de las claves de los incendios en Asturias está en la gestión de los comunales. Por la falta de implicación vecinal?

-La palabra comunal va intrínsecamente asociada al disfrute y uso de los vecinos. Y eso no sólo en Asturias, en muchas otras zonas de España, desgraciadamente, se está perdiendo. Los pueblos se están quedando sin gente y los que quedan no ven el monte como un sector atractivo para trabajar, por lo que dejan de entenderlo como algo suyo. Y si a esto le añadimos el tipo de gestión que se está aplicando, organizada bajo un prisma urbano, cada vez más burocratizada y alejada de la realidad, y en la que en muchos casos sólo importa la forma y no el fondo de las cosas, lo que se consigue es acelerar el proceso de despoblación de nuestra montaña. El medio rural tiene que tener una política específica, en la que se integre lo agrícola, lo ganadero y lo forestal y en la que la conservación sea el resultado de gestionar bien estos tres pilares. Sin embargo, esto no es así: cada subsector va por su lado, la conservación se está haciendo a costa del paisano, y los indicadores de éxito como las hectáreas conservadas o la superficie forestal certificada se confeccionan sin tener en cuenta el verdadero fondo del asunto, que es saber si esos bosques están vivos porque hay gente que los usa y que vive de ellos, o si se encuentran abandonados. Desarrollar este tipo de políticas desafectadas del día a día de los pueblos es un auténtico disparate cuyos resultados están ahí: incendios y despoblación. Pienso que uno de los retos que nuestro país tiene es diseñar una nueva política específica para las zonas de montaña, para tratar de frenar y de revertir esta situación. Lo que está claro es que si seguimos haciendo lo mismo de siempre, tendremos los mismos resultados de siempre, y entonces sólo nos quedará calcular cuántos días les quedan a nuestros respectivos pueblos y a nuestros montes para desaparecer.

-¿Y cómo se vincula a la gente al monte?

-Nosotros, en el caso de los montes de socios, los comenzamos a enganchar con el tema emocional. Les explicamos el esfuerzo que a sus antepasados les supuso comprar esos montes, y les ayudamos a comprender que todo ese esfuerzo no puede quedar en balde, que tiene que servir para algo, que nuestra responsabilidad generacional es encontrar el papel que los montes de socios deben desarrollar en el siglo XXI. Y luego seguimos con el ejemplo y con la práctica: pasar de un bosque abandonado a un bosque bien gestionado conlleva beneficios económicos, ecológicos y sociales. Y la gente en seguida lo entiende. Buena prueba de ello es que de las 53 juntas gestoras que hemos constituido, prácticamente todas han renunciado estatutariamente a repartirse beneficios. Lo reinvierten todo en el monte. Para seguir generando actividad y vida. Con las juntas gestoras de los montes de socios, lo que estamos consiguiendo es hacer partícipes del desarrollo rural y del futuro de los pueblos a gente que hasta la fecha no participaba de estos procesos de desarrollo local. Nuestro trabajo no sólo se preocupa de ofrecer oportunidades a los últimos moradores de los pueblos, sino que buscamos el acercamiento con la gente que, aunque vive en el entorno urbano, todavía conserva sus raíces rurales, y, por qué no, también a nuevos moradores.

-¿Y los políticos ven con claridad la estrecha vinculación que usted establece entre despoblamiento e incendios?

-Yo creo que no. Hay muy pocas personas en el escenario político que entiendan la complejidad del sistema, que tengan claro la tragedia que supone el abandono del medio rural y los costes que conlleva. O si las hay y lo comprenden, tienen otras prioridades. En términos monetarios, el coste es un disparate. Lo estamos viendo simplemente por lo que cuesta la extinción de los fuegos. Pero también hay otros costes, a veces incluso más importantes, como es la pérdida de la biodiversidad y de los conocimientos asociados a las prácticas campesinas. Los que todavía vivimos en los pueblos y los que vivieron en ellos sabemos la tragedia que supone esa pérdida. Pero hay mucha gente, más urbanita, influenciada por un concepto erróneo de lo que es la ecología, que asocian abandono con valor ecológico. Quizá eso sea verdad en el último rincón del Amazonas, pero aquí, en España, no es cierto.

-¿Por qué?

-Toda la geografía y la riqueza ambiental de nuestro país están ahí porque han sido modeladas por el hombre a lo largo de siglos y siglos. Esta interacción hombre-naturaleza ha sido la que precisamente nos ha proporcionado unos de los máximos en biodiversidad a nivel mundial. Y lo mismo pasa con los conocimientos campesinos, con el patrimonio cultural asociado a los montes. Estamos viviendo la terciarización del medio rural y la pérdida de saberes. Sabemos muchas cosas del mundo, operamos con comodidad en la sociedad virtual y cada vez queda menos gente que sepa usar la tierra. Y no hacemos nada para combatirlo.

-Cierto que hay una visión de los incendios fruto de campesinos pirómanos.

-Lo que está claro es que tampoco se puede generar una política de desarrollo rural en la cual se enfrente a los paisanos con su territorio. Eso es un error garrafal. Lo que hay que hacer es convertir a los habitantes de los pueblos en aliados de su conservación y de su desarrollo. Nunca transformarlos en tus enemigos. Además, para que ocurra un incendio tienen que confluir más factores, y el efecto del abandono está ahí, con la matorralización de los paisajes y con unos montes en máximos de acumulación de combustible. El problema es mucho más complejo, y, consecuentemente, para combatirlo hay que actuar desde varios frentes.

-Volvamos al coste económico del abandono rural. ¿Lo que antes hacía el campesino, ahora tiene que asumirlo el sector público?

-En muchos espacios naturales ya lo estamos viviendo, y no debería ser así. Se pagan servicios artificiales de mantenimiento, porque hemos hecho desaparecer los procesos agroecológicos esenciales. Contratamos desbrozadoras a una empresa de la ciudad para tratar de suplir parte de lo que antes hacían las ovejas, y luego buscamos otra empresa que se ocupe de resembrar, y luego otra más para hacer y retirar las leñas. Y no nos damos cuenta de que todo eso antes lo hacía el campesino. Hacía eso y mucho más. Pero en vez de trabajar y de invertir para que nuestros paisajes estén vivos y tengan campesinos, y para que trabajar y vivir en un pueblo resulte atractivo, buscamos lo sencillo, que es esta u otra contrata de prestación de servicios. Es verdaderamente surrealista. Alguien tendría que imponer un poco de cordura, de responsabilidad y de eficiencia en los recursos públicos.

-Pero el sector turístico rural vende paisaje, sobre todo.

-A veces parece que nos vestimos con el traje de "Bienvenido Mister Marshall" y sólo nos preocupamos de dejarlo todo muy bonito para cuando lleguen los turistas, sin pararnos a pensar que en muchos casos es un artificio y que no es el resultado de un día a día natural. La clave es mirar el fondo del problema. ¿Por qué los veinte o treinta procesos agroecológicos que tenía un paisaje no se desarrollan ahora? ¿Por problemas políticos? ¿Por problemas económicos? ¿Por qué no resulta atractivo trabajar y vivir en el campo? Todo eso hay que pasarlo a números y a políticas.

-¿Cómo?

-Hay que saber el coste económico que tiene volver a poner en marcha algunos de esos procesos agroecológicos. Saber dónde las cuentas salen positivas y dónde salen negativas, porque habrá lugares donde revertir el proceso cueste más, y otros donde incluso sea rentable y tan sólo sea dar con las personas adecuadas. Identificar todos los beneficios ambientales que conlleva esta recuperación y hacer un cálculo coste-beneficio. Y habrá que tener claro en qué lugares el problema es exclusivamente sociolaboral y que lo que urge es profesionalizar y dignificar el rol del trabajador forestal, que es lo que está pasando en muchos lugares de Soria: antes, quienes se quedaban a trabajar en el monte eran auténticos profesionales, con salarios muy dignos. Eran trabajos duros, pero se asumía. Hoy se ha puesto todo en manos de las subcontratas de las grandes empresas, que se llevan el valor añadido fuera en vez de dejárselo a los trabajadores de los pueblos.

-¿Y por todo eso tienen grandes incendios ahora en Soria?

-Pienso que sí. Cuando esos procesos de trabajo dejan de ser atractivos, la gente se desapega, deja de entender el monte como su lugar natural y en muchos casos va a buscar trabajo a otro lado. No sólo perdemos mano de obra especializada, sino también a nuestros mejores bomberos y aliados en la lucha contra los incendios.

-Acudían porque les tocaban la cartera.

-Efectivamente. Les tocaban la cartera y el trabajo. Aunque no es sólo un asunto económico. A través de la iniciativa "Montes de Socios" se ha evidenciado que también es una cuestión emocional. En estos procesos de recuperación de los montes y de retorno a las raíces rurales que estamos emprendiendo, no se está dilucidando dinero. Incluso en muchos casos, a la gente al principio le cuesta dinero. Por supuesto que luego hay que ofrecer un trabajo digno y que la gente que vivimos en los pueblos debemos tener las mismas oportunidades que las de las ciudades, pero eso sólo no es suficiente, hay que revestirlo de una serie de complementos. Por ejemplo, la educación. La escuela rural es otra clave.

-¿Por qué?

-Mis hijos van a una escuela rural y se les está dotando de una serie de habilidades que están muy bien, pero son habilidades para desenvolverse en un entorno urbano. No se les está enseñando a relacionarse con su entorno rural, con la cantidad de recursos naturales que tienen a su alrededor. Es otra causa más que propicia ese desapego, verdadera antesala del abandono. El desapego será económico, será emocional y será cultural.

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