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Asturias, la teta de España

Las nodrizas asturianas eran un cuerpo de élite, muy cotizado entre la clase alta española cuando aún no había leches maternizadas | El pecho regional no tenía parangón y sólo era superado por el de la mujer pasiega

Asturias, la teta de España

Asturias es, dicen algunos, la cuna de España. Y hasta los años veinte del pasado siglo era también la teta de España. Las asturianas fueron, junto con las cántabras del Valle del Pas -las pasiegas- las predilectas de la clase alta española a la hora de emplearlas como nodrizas para sus hijos. Eran el cuerpo de élite doméstico. Las grandes damas huían de la lactancia materna: parir embellece, criar envejece. Y arruinaba su vida social. Aún no se habían inventado las leches maternizadas. Los niños sólo se podían criar al pecho. Así que para pechos ubérrimos, decían, nada como contratar a un par de este lado del Pajares. Quien conoce bien esta historia es el médico, antropólogo y profesor universitario gallego José Ignacio Carro Otero, presidente de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Galicia, recientemente investido académico de honor de la Real Academia de Medicina de Asturias con un discurso que fue todo un do de pecho sobre la lactancia y las glándulas mamarias. Hablar con él es también pasárselo teta. Tiene coña.

Para resaltar la importancia que llegaron a tener las nodrizas y los delicados cuidados que recibían de sus adinerados señores, acude a un chiste que su padre le contaba. Esto es un joven oficial del Ejército y su señora que acaban de tener un hijo. Ella quedó sin leche. Contratan a una nodriza, que empieza a hacer las habituales exigencias: desayuno contundente con tostadas untadas en manteca, tortilla francesa y frutas a media mañana, comida completa, merienda lo mismo, igual la cena... La esposa mira al marido: "¿Qué opinas?". Él asiente. "Bien, bien". Luego sentencia: "Por nosotros, en virtud de estas circunstancias y exigencias, la necesitamos y la contratamos sólo con una condición: que nos tiene usted que dar de mamar a todos". Carro apunta: "La nodriza, como había que compensarla por quedar desvinculada de su propia familia y no tener días libres ni vacaciones, ganaba bastante más que los asalariados del servicio alto de una casa. Digamos que hoy ganaría casi como un diputado. Como mínimo, cuatro veces el salario mínimo interprofesional". Las últimas dos frases son irónicas.

Había un ranking de nodrizas. Primero, sin duda, las pasiegas. Primer nivel, sólo para los más ricos. Segundo nivel, muy cerca, las asturianas. Luego ya, a más distancia, las gallegas. Y finalmente, de forma residual, las leonesas. ¿Y por qué esta jerarquía en la calidad del servicio? "Aparte de otras cosas, inicialmente, asimilaban la bondad de la leche de la mujer con la bondad de la leche de las vacas de esos territorios. La España verde da unos céspedes de hierba estupenda. Funcionaba la asociación vacas buenas con leche buena con mujeres con leche buena".

Hasta que, ya andado el siglo XX, llegase a España el Pelargón, la primera leche maternizada, las mujeres no podían alejarse de sus bebés. "La leche maternizada es la que permite la liberación femenina. Porque a partir de entonces ya puede ser madre el abuelo, el tío o el guardia municipal de la esquina y la señora puede ir a trabajar". Bastaba un biberón, hervir agua y echar las cucharaditas preceptivas.

Quien tenía la teta, tenía el poder. Bien lo sabían las nodrizas, que recibían todos los cuidados de sus empleadores. "La nodriza tiene que estar muy bien alimentada y han de cumplírsele todos los caprichos para que los malos humores no repercutan en la leche", apunta Carro. Eran sometidas a un riguroso proceso de selección, examen médico incluido. "Tenían entre 20 y 35 años. Por tanto, en plenitud de mujer. Rollizas, pero tampoco obesas. Lucidas, diría yo. Pechos no excesivamente grandes. Que funcionen bien, que no tengan grasa. Y algo muy importante, que no fueran epilépticas. El epiléptico ni se da cuenta de que está sufriendo un ataque. Imagínese que tenga un niño en los brazos. También procuraban hacer una ficha social de la persona, aunque eso fuera secundario: miraban que no fuera delincuente o de malos hábitos o enfermedades sexuales, que no fuera promiscua, que no fuera prostituta...".

Nodrizas necesitaban todos los ricos que no tuvieran teta propia. Pero también los pobres. De ahí la figura de los "hermanos de leche". "Quien no tenía dinero, recurría a las amigas o vecinas y los que habían mamado de la misma mujer se consideraban hijos de ella. Fíjese lo necesario que era ese servicio y lo que se agradecía. Si de los dos niños hermanos de leche uno llegaba a ser un personaje notable siempre ayudaba a su hermano de leche como si fuera propio". Carro cuenta la situación en el siglo XVIII del Hospital Real de Santiago, que tenía un colectivo de 18 nodrizas viviendo allí de forma permanente para atender a los niños de la inclusa, los expósitos abandonados por sus padres. "Pero como llegaban más de 600 niños al año, no daban para todos. Necesitaban evacuar niños del hospital y los enviaban a aldeas periféricas de la ciudad de Santiago y en un radio que llegaba hasta 70 kilómetros. Iban con un ­carruaje enchufándoselos a las mujeres campesinas que estaban lactando a sus propios hijos. Se les pagaba, pero en aquella época hasta cobrar el sueldo era un problema. El problema llegó a ser de tal naturaleza que algunos maridos huían de casa porque no podían soportar aquella casa con lloros continuos, aquella presión".

No había más que lactancia materna y, por tanto, "el pecho estaba siempre deformado", subraya Carro. "Está lleno, pesa y cae. Y eso no se interpretaba como feo. Porque el concepto bello es un concepto cultural. Nuestro cerebro está recogiendo la información que nos rodea y lo que se aproxima a la media, digamos lo normal, es lo que consideramos hermoso. Aunque sea una teta gorda caída. Lo feo es lo que vemos diferente". A juicio de este antropólogo gallego, el atractivo que los senos femeninos tienen sobre los hombres estriba, sobre todo, en su función. Es un clarísimo eco cavernario. "Muchas veces el tener un pecho grande y, por tanto, algo caído y deformado, al marido le resultaba atractivo. ¿Por qué? Porque sabemos que son necesarios para que los niños sobrevivan. En gran medida es por eso. Igual que son atractivas las caderas: ante una mujer con unas caderas adecuadas el cerebro lee que ahí puede desarrollarse bien un embarazo. Ante unas caderas estrechitas ve que ahí habrá problemas en el parto y la mujer se puede morir. Ése es un mensaje que nuestro cerebro ha venido elaborando inconscientemente desde la época en la que nos convertimos en humanos, hace 4 millones de años. Si usted ve unas glándulas mamarias pequeñitas su cerebro interpreta: eso es un grifo pequeño, poca agua puede dar. Mientras que si ve un pecho ubérrimo, eso delata de que inmediatamente hay posibilidades de una buena lactación y por tanto que el niño tiene posibilidades de sobrevivir. En gran medida, ése es el origen de la fascinación de los hombres por el pecho abundante. La naturaleza lo hace así. Está todo sobre unas bases reales. De ahí que hoy se trate de lucirlo. Ya ve que se rellenan. ¿Por qué si no la gente se somete a una intervención quirúrgica que es complicada, pagando unas altas cantidades y a veces con problemas? La mujer trata siempre de exaltar la silueta: cintura de avispa y pecho rotundo".

-Y ahora también los culos. La tendencia es más bien grande.

-Sí, ahora está empezando a asomarse la moda de hacer culos voluminosos, cuando eso era lo que ya había naturalmente, ¡y a qué nivel! Lo de hoy no es nada en comparación con lo que había de verdad. Es el mismo papel que hacen las jorobas de los camellos o los dromedarios. Son depósitos de grasa para garantizar la subsistencia del animal en momentos de hambre. Para garantizar la síntesis de la leche y poder lactar, la mujer desarrolló acúmulos de grasa en ciertas partes del cuerpo. Los muslos y las nalgas, lo que se conoce como pistoleras.

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