La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

A una condenada

Q uerida E.: No sé de tu nombre más que las iniciales, E. P. D. Desconozco tu historia más allá de lo que haya podido leer en los periódicos. Pero lo que sí sé es que te amo. Te amo desde aquel día en el parque. Sacaste un cucurucho de papel y diste pan a las palomas. Yo te observaba sentado en un banco al otro lado de la plaza. Te preguntarás por qué no me acerqué. Hoy te contesto; fue por miedo. No el miedo que imaginas. Sí, me fijé en tu bolso; pero jamás creí que llevarías un arma dentro. (...) Me impactaba tu abstracción que otro hubiera confundido con frialdad. Me abrumaba tu estampa, tu figura, altiva en contraste con la decrepitud del entorno. He de confesarte que me levanté por dos veces; volví a sentarme en sendas ocasiones. Sólo fui capaz de acercarme cuando llegaron los policías y te esposaron. (...) Te escribo porque quiero conocerte y que me conozcas. Tenemos todo el tiempo del mundo. No me importa lo que hiciste. Seguro que tenías una buena razón. Alguien como tú no haría algo así sin motivo. Leí la sentencia en la prensa. No voy a decir que me alegré, la falta de libertad ha de ser el peor castigo. Sin embargo, pensé que así tendría una oportunidad. Son muchos años para convencerte de que te amo. Un día me llevarás al interior. A tu interior. Y ya nunca saldré de ahí. Yo me convertiré en el preso. Un preso consciente y feliz.

Compartir el artículo

stats