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Frontera prohibida

T e esperaba, secretamente, sorteando la verdad que este purpúreo latido me contaba. No quería escuchar a la conciencia delatora, porque sin amor me sentía desierto. En el sosiego de la vida conocida, el de los amigos de los viernes por la tarde, el de las dominicales comidas de familia, o la semana de trabajo, yo me quedaba mirando de soslayo el país que había más allá.

Crucé sigiloso la invisible frontera y te conocí. Y me di. Y nos vendimos las virtudes como ramos de cumpleaños, floridos y aderezados, con lazos que amarraban prietos los tallos de nuestra vida. Metafóricos, nos obsequiamos todo el vocabulario de los enamorados y mezclando suspiros y apresuradas despedidas sentí cómo tus cadenas me liberaban. Cuando me encontraste estaba herido. Los bisturís que me ajaron eran muy afilados, y tú llegaste en ese instante certero y le diste el verbo a los silencios. A mí, simplemente te me diste, susurrante y cercana en la distancia.

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