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Millones en oro y piedras preciosas perdidos en Covadonga

Las guerras, los robos y el incendio de 1777 que arrasó el viejo templo de madera de la cueva causaron la desaparición de un tesoro en ornamentos y alhajas del santuario, muchos de los cuales se detallan ahora en un libro

Millones en oro y piedras preciosas perdidos en Covadonga

Las guerras, los robos y el trágico incendio de 1777 provocaron la desaparición de valiosísimas alhajas y ornamentos del santuario de Covadonga. Regalos de príncipes y reyes, objetos de oro y plata, adornados con piedras preciosas, paños de terciopelo... Ese tesoro perdido, al que habría que añadir las piezas que tuvieron que venderse para paliar las puntuales penurias del santuario, sumaría hoy millones de euros. Un equipo de investigadores, del grupo Ceán Bermúdez de la Universidad de Oviedo, ha detallado la riqueza artística del real sitio, incluidos los objetos extraviados, en el libro "El santuario de Nuestra Señora de Covadonga. Historia y patrimonio artístico".

Tras el enfrentamiento entre los astures y los árabes, en el siglo IX, Covadonga se convirtió en un centro de peregrinación, y la cueva que le da nombre, en el espacio de la revelación. La devoción de los fieles y las exigencias litúrgicas y funcionales fueron generando un destacado patrimonio artístico, cuyo estudio global resulta "imprescindible" para comprender "la trascendencia histórica del real sitio", según los autores del libro.

Nada queda y nada se sabe del primitivo monasterio (o tal vez colegiata) que pudo existir en la época medieval. Sí está documentado el templo de madera construido en la cueva, que fue arrasado por un incendio. Existen descripciones (en especial la de Ambrosio de Morales, enviado por el rey Felipe II para que le diera cuenta del estado del santuario), pinturas y grabados que documentan su peculiar diseño, encajado en la roca y sostenido por una viguería volada, lo que le daba la apariencia de estar suspendido en el aire, algo que asombraba a los fieles, que relacionaban esa "milagrosa" estabilidad con "la intervención de ángeles constructores".

En Covadonga hubo un antes y un después del 17 de octubre de 1777. Ese día, a las cinco de la madrugada se declaró un incendio que arrasó el templo de la cueva. Resultó imposible rescatar los objetos custodiados en la "iglesia del milagro", en palabras de Morales. Sólo algunos días más tarde se pudieron recoger algunos restos sumergidos en el río que discurre bajo la gruta, según detalla el profesor Vidal de la Madrid en el capítulo del libro dedicado a la arquitectura en el santuario.

Así, a la pérdida de la vieja iglesia lignaria colgada en el vacío se añadió la de las alhajas y ornamentos litúrgicos. Del Pozón situado bajo la gruta de la Santina se rescataron 58,7 kilogramos de oro y plata fundidos, según señala Yayoi Kawamura en el capítulo dedicado al alhajamiento del santuario. Las crónicas posteriores a la catástrofe detallan alhajas de gran valor perdidas o gravemente dañadas: cuatro láminas de plata que pendían delante del altar, una de ellas regalo de Carlos II; dos cálices donados por Felipe II; un viril con rubíes, diamantes y esmeraldas donado por Felipe IV; un terno de tisú de oro donado por Bárbara de Braganza, y un crucifijo con la imagen de oro que perteneció a San Francisco de Borja. Este último crucifijo, hallado muy deteriorado en el Pozón, desaparecería años tras ser requisado durante la Guerra de la Independencia. Una parte de un terno donado por la reina Bárbara de Braganza se salvó y se integró en una nueva casulla, que podría ser la que aún se conserva en la sacristía de la basílica, aunque algunas fuentes afirman que se perdió durante la Guerra Civil.

¿Qué alhajas tenía el santuario antes del incendio? Un listado de 1692 incluye las que el cabildo se vio obligado a poner en venta ante las falta de recursos económicos: una cadena de oro, dos joyas de la Virgen, una de esmeraldas, dos sortijas de esta misma gema, otra de diamantes y varias joyas más que el documento no detalla. Un platero tasó todo en 2.185 reales.

En 1723 se realizó otro listado: un copón, tres formas de corazón, cruces pequeñas, vinajeras, lámparas, medallas, sacras y otras piezas fragmentarias de plata vieja. Eran alhajas en desuso o menores y algunos fragmentos rotos, que se fundieron para elaborar unos lisos de plata ideados realzar el retablo de la Virgen y que desaparecieron en el incendio de 1777.

Una relación de alhajas del santuario realizada en 1725 perseguía lograr una nueva corona y un rostrillo de plata sobredorada para la Virgen, que remataran el retablo y, con él, el proceso de lucimiento de la imagen de la Santina. El rostrillo se decoró con diamantes. La obra pictórica realizada un año antes del incendio por Francisco Reiter, expuesta en el Museo de Covadonga, recoge fielmente la corona y el rostrillo de 1725.

Un inventario completo de 1730 incluye cinco lámparas, dos arañas con tres candeleros, cuatro bujías de plata, una cruz y varias imágenes pequeñas de plata (las de Nuestra Señora, San Juan, San Pedro y San Pablo), chapas y huecos también de plata (exvotos de los fieles), dos medallas de plata sobredorada, una efigie de la Virgen con dos ángeles, otra con Santo Domingo, la imagen de la iglesia principal con su corona y su rostrillo, la del Niño con su propia corona, varias cadenillas, una joya de oro con 70 esmeraldas y 15 rubíes en el pecho de la talla de madera vestida de Nuestra Señora, así como otra joya de perlas guarnecida en oro, dos joyeles de vidrio y cadenillas colgadas.

La iglesia de Covadonga contaba entonces con alhajas litúrgicas como una cruz procesional, cuatro copones y siete cálices, dos de los cuales eran regalos de Felipe II. Aparte había cinco juegos de vinajeras, dos incensarios, una naveta, una palmatoria, un viril liso, una caja que servía de portaviáticos y la llamada corona de túmulo, que se usaba en las exequias reales. Las piezas de plata sumaban más de 89 kilos. El inventario incluye otros materiales: libros, candeleros y más de un centenar de piezas textiles, entre ellas, 25 casullas, 10 capas pluviales y 44 sábanas. Y en el sagrario, rematado por un calvario de plata, imágenes de Santa Ana, San Fernando, San José y San Miguel.

En 1733 un indiano piloñés legó al santuario 1.000 escudos de a diez de plata; esto es, 10.000 reales, con los que se renovó el órgano del santuario, se colocaron ventanas con vidrieras y se encargó un nuevo confesionario y nueve sillas para el coro.

En 1734 Covadonga recibió seis blandones de plata, cuatro candeleros de plata y dos de bronce, un espabiladero, ocho albas, siete amitos, tres casullas, un frontal, seis cíngulos, una campanilla y una nueva joya de oro con perlas y una esmeralda en medio. Tres años más tarde se registra una nueva entrega, en este caso de objetos textiles.

Entre 1769 y 1774 se renovaron los ornamentos litúrgicos y otros objetos del santuario, como las vestiduras de los canónigos o el hisopo y el cetro, hasta entonces de madera, que en 1771 se sustituyeron por otros de plata. El cabildo arregló un viejo reloj de música, mandó componer otros dos y encargó un marco de plata liso con remates y sobrepuestos dorados para colocarlo en el altar mayor. Se recibió otra donación de un indiano: 6.000 reales. Casi todo se perdió en el incendio, del que se salvaron, aunque ennegrecidas, 8.802 reales en monedas que estaban guardadas en tres arcas de limosnas.

Tras la catástrofe se encargaron nuevas piezas al prestigioso platero Francisco Collas, francés afincado en Oviedo, que falleció en 1783, cuando aún no había concluido algunos de los encargos. Muchas de las alhajas repuestas tras el incendio se perdieron durante la Guerra de la Independencia tras requisar el Gobierno los metales preciosos que eran propiedad de la Iglesia para hacer frente al coste del conflicto bélico. En Covadonga quedaron entonces muy pocas piezas, sólo se tiene constancia documental de seis candeleros de plata.

En 1827 el cabildo encargó una corona de plata sobredorada para la Virgen y renovó su vestido, para lo cual compró en Oviedo un galón de oro. Y al año siguiente se adquirieron nuevos ornatos y alhajas de culto, entre ellos un cáliz con su patena y cucharilla y un relicario, ambos de plata. Treinta años después, los duques de Montpensier visitaron Covadonga e hicieron una donación: un viril y un cáliz de plata. Ninguna de estas piezas se conserva.

La visita de la reina Isabel II al santuario en 1858 favoreció la llegada de nuevas alhajas: un manto azul y un vestido para la Virgen, así como dos ternos completos de pontifical. Sólo se conservan, aunque a falta de algunas piezas, estos dos últimos, regalo del entonces príncipe de Asturias, Alfonso Francisco. Una casulla entregada por Margarita Borbón-Parma y dos cálices enviados por sendos canónigos fueron algunas de las donaciones registradas a finales del siglo XIX, muchas de ellas llegadas para costear la construcción de la nueva iglesia, la actual basílica, consagrada en 1901.

En 1904 fue entregada a la Virgen otra joya, costeada por 289 devotos gijoneses: un corazón de oro con 124 diamantes y 5 adornos de perlas, que se colgaba en el pecho de la imagen de Covadonga en los días de grandes solemnidades. Ese mismo año la Casa Real donó al cabildo un abrigo de terciopelo blanco que había pertenecido a María de las Mercedes de Borbón, princesa de Asturias, fallecida unos meses antes. Aquel abrigo se convirtió en un manto para la Virgen. Todo ello se perdió con la Guerra Civil. Otra pieza de excepción, que se ha perdido, era una corona de plata sobredorada con 66 brillantes, 13 esmeraldas, 5 rubíes, 12 granates y 2 perlas, donada en 1907 por un asturiano residente en Cuba.

Con motivo del XII Aniversario de la batalla de Covadonga, en 1918, que coincidió con el acto de la coronación canónica de la Virgen, se registró la llegada de nuevas alhajas al santuario. Un inventario realizado en 1920 evidencia el tesoro que poseía entonces Covadonga: anillos, sortijas, pendientes, rosarios, broches, condecoraciones, cadenas, collares, pulseras, objetos litúrgicos... Kawamura destaca por su enorme valor una pieza desaparecida, un tríptico recubierto de plata, oro y piedras preciosas, de 2,25 por 2,25 metros. Cerrado, era un retablo dedicado a Cristo Crucificado; abierto se convertía en un altar con la Virgen de Covadonga, cuya imagen se deslizaba automáticamente hacia adelante. De esta obra sólo se conserva la imagen de Nuestra Señora, en la colegiata de San Fernando.

La Guerra Civil supuso para el santuario una gran pérdida de patrimonio, sobre todo de alhajas de metales preciosos, aunque se salvaron milagrosamente verdaderos tesoros, como dos coronas encargadas en 1918 para la Virgen y el Niño, un cáliz de Francisco Collas o la cruz pectoral y el anillo a juego, de oro amatistas y diamantes, que entregaron en 1904 los testamentarios del obispo Ramón Martínez-Vigil, impulsor de la construcción de la basílica de Covadonga.

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