La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Penumbra

Penumbra

Q uerido mío: Adelgacé mi deseo para colarme por el resquicio de la puerta. Tú, erguido y callado, seguías con la vista abandonada en el fondo del vacío. No me oíste entrar, el amor es a veces tan silencioso.

Entonces mis ojos se multiplicaron para verte en más dimensiones. Porque era tal mi afecto y hambre de ti que no quise perderme uno solo de tus pliegues. Y en la oscuridad fui ganando luz y anhelo, incluso dentro de tus bolsillos, porque te recorrí entero, sin dejar hueco ni costura. Pero no oíste mis requiebros, el amor es a veces tan silencioso...

Por eso me atreví más y apoyé el aliento sobre tu hombro de piel extranjera, quería morderte sin que te doliera.

Enredada en tus cabellos afinados perdí la noción del tiempo, bastante tenía con no resbalar de tu cuello y de esa mirada ausente.

Devoré noches y días, olvidando los meses en mi gula de amor, hasta que nos sorprendió el invierno siempre áspero en sus gestos, y te arrancó de mi abrazo. (...)

Antes de que mueran en la nada, quiero que sepas que fue esta polilla la que, enamorada hasta las hebras, se alimentó de ti.

Aunque dudo que un abrigo pueda escucharme, el amor es a veces tan silencioso...

Compartir el artículo

stats