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Los cuatro que subieron a la cima de la voluntad

El grupo de amigos que reinó sobre el alpinismo asturiano en los 70 y 80, cuando abrieron más de cien nuevos itinerarios, resume los momentos inolvidables de unos años donde aprendieron que escalar era "decisión, tener una misión y hacerla posible"

A la izquierda, Pedro García Toraño, en Peña Santa de Castilla, cara norte, espolón norte. A la derecha, Baldomero Rodríguez, en la Torre de los Cabrones, cara norte, chimenea norte.

En resumen, que un hombre sube a una montaña para subir hacia sí mismo. Es lo que se deduce de una charla con este grupo de cuatro asturianos, hoy todos con más de 60 años, que hace cuatro décadas eran las estrellas del alpinismo regional. Entre los años 70 y 80 del pasado siglo lo subían todo, y en las más duras condiciones invernales. Estos cuatros amigos -dos de Gijón, uno de Villaviciosa y otro piloñés- fueron miembros del Grupo Español de Alta Montaña (Game) y de la Escuela Española de Alta Montaña. Abrieron más de cien nuevos itinerarios o primeras ascensiones en la cordillera Cantábrica, en el Macizo de Ubiña y en los Picos de Europa. También protagonizaron expediciones a Groenlandia, los Andes, México, Canadá, África Oriental y dos al Himalaya. Hoy emprenden una nueva expedición: recuperar su pasado montañero, y para ello preparan una exposición y una conferencia sobre aquellos tiempos en vertical, clavados en la nieve y el hielo, jugándose el tipo. Son Baldomero Rodríguez Rodríguez (Gijón, 1946), Juan José Iglesias Arrieta (Villaviciosa, 1945), Pedro García Toraño de Diego ( Valles, 1954) y Gonzalo Suárez Pomeda (Gijón, 1949). Por lo que cuentan, es eso: escalar una montaña es ascender hacia uno mismo. Sufrir, disfrutar, temer, arriesgar y llegar a una cima donde, sobre todo, reina una indisoluble camaradería.

-El alpinismo te toca algo del corazón que marca toda tu existencia.

Quien habla es Juan Delgado García (Gijón, 1931). Les acompaña en el encuentro. Es el autor del texto del pequeño libro de fotografías (lo mejor de sus ascensiones en la nieve y el hielo) editado para la efeméride. Delgado García es un maestro para todos ellos. Este empresario gijonés, que a sus 85 años aún se mantiene laboralmente activo, fue director de la Escuela de Alta Montaña de la Federación Española de Montañismo y es autor de varios libros de montañismo. Una referencia para los amantes de la escalada. Hoy, por la edad, ya no sale físicamente al monte. Pero escribe, lee sobre picos y cumbres. Sube con la mente.

-En la cabeza, vivo en el monte.

-¿Qué le dio a usted la montaña?

-El montañismo es una ayuda importante para forjar la personalidad de las gentes. Es una escuela de voluntad, de una voluntad fuerte y decidida. Cada cual sabe cuál es su misión y cómo hacerla posible. Y eso vale mucho para la vida.

Todos asienten.

Juan José Iglesias Arrieta subió por primera vez a una montaña con 17 años. Fue al Picu Pienzu, con el Grupo de Montaña Ensidesa. Ahí nació su afición. Pero si tiene que elegir un momento de los muchos que vivió camino a la cumbre opta una escalada al Portillín. Había tenido una lesión en una pierna, estuvo seis meses cojeando; le decían que aquello de la montaña se iba a acabar. Pero él subió, con aquella pierna así. "Cuando llegué arriba, me puse a llorar solu". Había triunfado la voluntad. "Cuando subes, eres tú con la montaña. Los compañeros son importantes, sí. Pero eres tú y la montaña. Y el frío, tú y el frío".

-Aquí todos pasamos alguna vez por el chapista -tercia Gonzalo Suárez-. Mero tiene chapas de titanio por todos lados, indica.

Baldomero Rodríguez, Mero, ríe. Claro que todos tuvieron algún que otro accidente y acabaron en manos de médicos (el chapista). Él mismo, Baldomero, rompió la rodilla. "Entera. En una repisa se me dobló la pierna hacia arriba". Claro que pasaron las de Caín. Baldomero, por ejemplo, en la expedición al Yukón (Canadá). Iba solo, al encuentro de sus compañeros y se hundió hasta el pecho por la grieta de un glaciar. "Quedé nada más que sujeto por los codos". Pero mereció la pena, viene a decir este gijonés, que nunca pensó, de niño, que iba a llegar a la cumbre de aquella montaña, el Cervino, que todos los días veía dibujada en la caja de lápices Alpino. Y un día estaba encima de aquella "pirámide perfecta" junto a sus amigos. La montaña le ha dado mucho.

-Hay algo más que el hecho de conseguir marcas, de volver a casa tras llegar a la cumbre y decirte: soy un gallu. Además de darte un sentido de la autodisciplina, es un estilo de vida, influye en tu ética, en tu alimentación, en todo? El riesgo es, quizá, lo que diferencia el alpinismo de otros deportes. Tienes vivencias muy fuertes y eso crea una relación de amistad muy intensa. Estás unido por momentos en los que te juegas el pellejo.

Gonzalo Suárez sigue atento la explicación de su amigo. Cuando termina, apunta:

-Y hemos dormido muchas veces abrazados para que quitarnos el frío.

Mero ríe:

-¡Pero, ojo, cada uno en su saco, eh, a ver qué se van a pensar!

La montaña pone a prueba a los amigos. Siempre los estaba poniendo a prueba. Pedro García Toraño recuerda a Gonzalo haciendo un imposible, poniéndose los crampones en una placa de hielo, jugándosela. "El miedo te hace estar alerta, el miedo es defensivo", apunta Gonzalo. Aquello fue en diciembre de 1974, en la primera invernal del Espolón en la cara norte de la Peña Santa de Castilla, para todos ellos la montaña por excelencia de Asturias, la más alta del Macizo Occidental de los Picos de Europa.

Pedro tiene el recuerdo en la cabeza y aún no se cree que esté aquí para contarlo. Las pasaron moradas aquel día, les pilló la noche escalando y aún no sabe cómo salieron adelante. Al final encontró lo que buscaba: cuatro años antes, en su segunda salida al monte, en San Isidro, se quedó atrapado por una nevada y entonces pensó que aquello era lo suyo. "Me dije: qué filón, ¡esto es aventura!" Pues toma. Nunca se arrepintió. Nunca lo pasó realmente mal allá arriba. El único recuerdo amargo que tiene se produjo antes de iniciar una expedición: en México, año 1982, en Puebla, le robaron todo el material. Muchos miles de pesetas, todo un tesoro. "Aquello me fastidió porque ya no me pude recuperar y, poco a poco, al no tener material, fui perdiendo ritmo".

El material es clave. Cuando hablan de las mejoras tecnológicas en la ropa y otros equipamientos les brillan los ojos. Ya les hubiera gustado tener en aquellos años los prodigios de hoy en día. Tener la seguridad de que no iban a pasar frío, de evitar calarse, de poder librarse del peso de aquellos piolets? Y tener la tecnología actual.

-Date cuenta que nosotros no teníamos ni móviles ni GPS -subraya Juanjo Iglesias.

-Por ejemplo -añade Gonzalo Suárez-, en la expedición al Yukón una avioneta nos dejó en un glaciar. Pongamos que era un doce de febrero, pues le dijimos al piloto: dentro de un mes, el 12 de marzo, usted esté aquí a recogernos a esta hora. Tú estabas allí a lo que pasara.

El resto era un diálogo entre ellos y una montaña sin cobertura. Sí, es cierto. Hubo un tiempo en el que el hombre podía vivir desconectado del mundo. "Eso es importante porque yo siempre digo que el alpinismo es un 25 por ciento forma física, otro 25 por ciento técnica y el 50 por ciento es psicología", apunta Baldomero Rodríguez. Si les ocurría algo, no podían avisar sobre la marcha. Las familias, por tanto, tenían que acostumbrarse a la incertidumbre, contentarse con verlos llegar sanos y salvos.

-Esto es para solteros -bromea Juan Delgado, el más veterano.

-La verdad es que tenemos unas mujeres muy tolerantes -añade Baldomero.

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